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La falta de sexo, principal motivo para ser infiel

Follar poco, mal o nada. Ese es el factor fundamental que empuja a hombres y mujeres casados o emparejados a buscar un amante. Al menos eso es lo que se desprende de un estudio realizado por una de esas webs de contactos para poner los cuernos, Ashley Madison, entre sus 24 millones de usuarios.

El informe, llamado ‘The Global Sex Survey’, revela que el 37,2% de las mujeres y el 55% de los hombres entrevistados se decidieron a ser infieles por la falta de sexo con sus parejas. «La falta de sexo es un indicador y factor clave que conduce a los hombres y mujeres de todo el mundo a tener relaciones extramatrimoniales», afirma al respecto Noel Biderman, fundador y CEO de AshleyMadison.com. «Aunque otras cosas como la frecuencia con que ven pornografía o si usan o no juguetes sexuales pueden ser signos reveladores, la mayor amenaza a la monogamia en el mundo sigue siendo una vida sexual poco saludable, ya sea por relaciones poco frecuentes o inexistentes en un matrimonio», sentencia.

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Yo no comparto sus afirmaciones respecto a la pornografía y los juguetes eróticos, pero en lo de la falta de sexo, creo que razón no le falta. Si cierro los ojos unos minutos y me pongo a pensar en todas las historias de cuernos que ha habido a mi alrededor, desde amigos íntimos y familiares a simples conocidos o compañeros de edificio, un sexo rácano, miserable o ausente está detrás de la mayoría de ellas. El porqué se llega a esa situación es otro debate (da para escribir un tratado), como también lo es si, llegados a ese punto, no sería mejor abordar el tema para intentar cambiarlo, cortar por lo sano, etc. No es tan sencillo, en cualquier caso, y ya hablaremos de ello en otro post.

En cuanto a otro tipo de motivaciones para lanzarse al adulterio, el 21% de los entrevistados señalaron el deseo de probar cosas nuevas en el terreno sexual, mientras que el 12% habló del “morbo de tener una aventura”. Hay quien dice que tener un amante es beneficioso para la relación, que la relanza, etc. Así lo han afirmado el 77% de las mujeres que han participado en el estudio, frente al 66% de los hombres. «Pon un par de cuernos a tu depresión», decía Sabina.

¿Y qué hay de los remordimientos y el sentimiento de culpa? Pues no mucho, la verdad, aunque según dicho informe son ellos quienes más lo sienten: el 19,4% contra sólo el 7% de las mujeres.»El sentimiento de culpa no les afecta porque entienden que la infidelidad es una decisión personal de una experiencia privada y, por errónea que pueda ser, justifican sus acciones diciendo que son fieles a su sentir, a su derecho de experimentar y sin necesidad de afectar a sus propias parejas», cuenta Francisco Goic, director regional de Ashley Madison.

Pues eso. Dime cuánto follas…

Amores de verano

“Tengo tu foto que no deja de mirarme de reojo, y tu luna, que guarda lo que tú dijiste, una etapa de mi vida. Solo dos semanas, dos. Pero me has regalado días que hacen pasar desapercibidos a todos los anteriores. Ahora solo me quedan el vacío y una cabeza llena de lo que pudo haber sido, pero ha merecido la pena. Es como cuando te comes un caramelo y te quedas dormido, que al despertar ya no hay caramelo y en su lugar está toda su esencia, todo para lo que fue elaborado. Dulce ausencia. Eso es lo que me queda de ti. Dulce, suave, cálida… pero ausente. Aun así sigues siendo mi película favorita, eres la primera opción de mi cabeza cuando le da por bucear entre risas y buenos momentos. Hacer el amor como sólo sabemos hacer los peces fue lo mejor…”

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Es un trozo del email de despedida que ha recibido una amiga, recién llegada de vacaciones. El lugar no importa, ni las circunstancias del viaje, ni su situación personal. El caso es que la historia, por motivos varios que no me deja contar, no puede ser. Tenía fecha de caducidad desde el principio, sus dos protagonistas lo sabían, y quizá por eso haya sido tan arrolladora y les haya calado tanto. Lo cuenta entre lágrimas, triste por la pérdida y a la vez feliz por lo vivido. “Eso no me lo quitará nadie”, dice.

Un amigo común sostiene que los amores estivales son los que dejan más huella. Cortos e intensos por definición. Inolvidables. Como diría Sabina, “hay amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno”. En este caso, un corto verano, o ni eso. Con tanta cháchara sobre el tema no pude evitar echar la vista atrás y hacer memoria. Casualidad o no, y más allá de las relaciones largas que he tenido, es verdad que las historias que recuerdo con especial cariño, en ese lugar a prueba de balas y olvido, son aquellas que tienen de fondo elementos relacionados con el verano. Mar, sol, aire libre, el ahora, el escenario cambiado y la rutina suspendida, sensación de libertad…

Los expertos explican el fenómeno alegando que se trata de un tiempo y un espacio en los que las personas que se ven inmersas en una aventura se permiten ser diferentes. Aceptan otras reglas de juego y hacen cosas que el resto del año no harían. Cierto o no, ¿Quién no recuerda con una sonrisa nostálgica un amor veraniego? Que se lo digan si no al protagonista de Verano del 42. Maravillosa película, por cierto.

 

PD. Estaré de vacaciones en agosto. ¡¡¡¡Nos vemos a la vuelta!!!!

Aventuras con compañeros de trabajo, ¿una buena idea?

Ya lo dice el refrán, donde tengas la olla… Pero nadie escarmienta en cabeza ajena y la gente sigue recurriendo al lugar de trabajo como una de las principales canteras a la hora de encontrar pareja, una aventura o un simple revolcón. Y no es de extrañar. Jornadas laborales eternas, fiestas, comidas de empresa, viajes de negocios… Solemos pasar casi más tiempo en el trabajo que en casa, y aunque las tensiones formen parte del día a día, el roce hace el cariño y muchas veces, al final, pasa lo que pasa.

Las mujeres suelen estar más predispuestas que los hombres a intimar con alguien de su ámbito laboral, según los últimos estudios a los que he echado un vistazo. La revista Playboy, por ejemplo, entrevistó por correo electrónico hace unos meses a 10.000 trabajadores de ambos sexos. El resultado fue que el 80% reconoció haber flirteado con algunos de sus compañeros/as. La mitad de los varones admitió haber tenido alguna relación en este sentido, pero en el caso de ellas, el porcentaje se elevó a las dos terceras partes.

Por otro lado, Victoria Milan, una de las webs de citas que han proliferado en los últimos tiempos para tener una aventura entre gente casada o con pareja, preguntó el pasado septiembre a 3.256 mujeres usuarias de la web con quién tuvieron su primer affaire y quien les motivó a ello. Pues bien, un significativo 36% de ellas respondió que su primera experiencia infiel fue con una persona que había conocido en el trabajo. Si además uno se siente solo o está mal con la pareja, la predisposición a este tipo de escarceos aumenta, y es fácil pasar de una simple atracción al flirteo y de ahí, a un encuentro sexual, a una aventura o incluso a una relación.

Sexo en el trabajoUn viejo amigo (soltero) que acaba de embarcarse en una de estas aventuras me cuenta que está encantado de la vida. No está enamorado, dice, pero admite que el rollo de la clandestinidad, el tener que disimular ante el resto de compañeros, el riesgo a ser descubiertos, etc, les resulta a ambos de lo más morboso y excitante. Ninguno de los dos tiene despacho, así que tienen que conformarse con miradas maliciosas y besos furtivos en la cocina. Yo creo que al final los van a acabar descubriendo, porque esas cosas se notan y andan los dos con una sonrisa de oreja a oreja que no les cabe en la cara, según me cuenta.

A mí me parece estupendo, cada uno es libre de liarse con quien quiera, faltaría más, pero ojito porque a veces la historia, por muy excitante que pueda parecer en un principio, puede volverse en nuestra contra y provocar situaciones incómodas y difíciles de manejar. Ya es complicado fuera del trabajo cuando uno se involucra sentimentalmente y el otro no, pero si encima ocurre con alguien a quien tienes que ver cada día y con quien tienes que currar codo con codo, pues apaga y vámonos. Eso sin contar con que, a veces, el que se siente agraviado puede empezar a hacerle la vida imposible al otro, dando lugar a escenarios tan desagradables como estresantes.

Otra amiga cometió el error de enrollarse con su jefe, a quien ella creía divorciado, y del que al final acabó colgadísima. Aún sí, cuando se enteró de que todo era un rollo macabeo y de que el tipo seguía con su mujer, optó por cortar por lo sano. Al principio el susodicho intentó convencerla con buenas palabras, pero cuando comprendió que no daría marcha atrás, pasó a ponerle pegas a todo lo que hacía, a echarle broncas en público y a ponerle zancadillas cada vez que podía. Ella no soportó la presión y acabó negociando su despido. Cosas que pasan.

Pasarse media vida siendo ‘la otra’

Llevo todo el día dándole vueltas a la historia de dos mujeres que no se conocen entre sí, pero que tienen mucho en común, más de lo que podrían imaginar. Ambas tienen sesenta y tantos años y las dos tienen varias hijas, ya mayores. Casualidades de la vida, dos de esas hijas, una de cada, abandonaron hace muchos años su Extremadura y su Galicia natal, respectivamente, para buscarse la vida en Madrid, donde se conocieron… y donde me conocieron a mí. Con el tiempo nos hicimos muy amigas y un día, mientras destripábamos a nuestras familias entre copa y copa, descubrimos que la trayectoria vital de sus madres era asombrosamente parecida.

Mujer de pueblo, que se casa joven con su novio de toda la vida y cría varios hijos. Ella limpia la casa y zurce calcetines mientras él trabaja honradamente. Aburrida, se asoma a menudo por la ventana del salón y descubre que desde allí puede ver, a través de un cristal, a uno de los trabajadores del banco de enfrente, que cada mañana a la misma hora se sienta frente a su mesa, en un despacho. Que hombre más guapo, piensa. Y sin que nadie sepa cuándo ni cómo, acaba enamorada de ese señor, a su vez casado y con un hijo, y convertida en su amante.

a00508825 1235La aventura empieza a alargarse; él le promete que dejará a su mujer y ella, confiada, decide poner fin a su matrimonio. Drama familiar, escándalo en el pueblo, habladurías… Podéis imaginaros. Pero el tiempo empieza a pasar y ese momento nunca llega. “Voy a esperar a que mi hija termine el colegio”, le dice. Después del colegio llegó el instituto y luego, la universidad… Hoy la hija del empleado de banco está casada y tiene descendencia. Han pasado más de 20 años y la madre de mi amiga sigue siendo ‘la otra’, aquella con la que se va a tomar el aperitivo a diario, con la que da un paseo un par de veces a la semana y con la que se acuesta los viernes por la tarde, con el tiempo justo para no llegar tarde a cenar en casa con la familia.

La historia de la otra mujer es prácticamente la misma, salvo algún matiz. En este caso se trataba de un vecino. Al principio solo se daban educadamente los buenos días cuando coincidían en el rellano, o esperando el ascensor. Luego ya sabéis, el mismo final repetido tantas veces en tantas historias similares. Salvo que en esta ocasión, para variar, él le acabó confesando que nunca dejaría a su mujer. Aun así, ella optó por separarse de su marido y apostar por una vida de mentiras, de ocultamiento, de estar siempre a la sombra, en un segundo plano. Como cuando al señor le dio un infarto y fingió ser familiar de otra persona para pasearse por el hospital sin levantar sospechas, atenta siempre a cuando se iba su “verdadera” familia para poder visitarlo.

De nada han servido los sermones de sus hijas, que no entienden cómo sus madres han dejado pasar media vida en una relación que no les reconoce nada, de la que no pueden esperar nada, salvo un ratito de compañía. “Han tirado su vida a la basura”, dicen con pena. Y la verdad, por más vueltas que le doy, yo tampoco alcanzo a comprenderlo. “Lo que temo es no enterarme si le pasa algo, no poder cuidarlo. ¿Y si se muere y después de toda una vida ni siquiera puedo ir a su entierro?”, dicen una y otra vez, como una letanía, según mis amigas. Ese es el principal temor de ambas mujeres. Hasta eso tienen en común.