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Bye bye Brangelina, Angelina Jolie y Brad Pitt se dirvorcian

Querid@s,

Ya es oficial. La pareja más mediática de Hollywood se divorcia. Lo suyo, me refiero al matrimonio, ha durado lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the Rocks. Ya saben.

Desde que se conocieran en el rodaje de Mr. and Mrs. Smith hace ya la friolera de 12 años, y cuando se cumplen dos años de su aniversario de bodas, el matrimonio de Brad Pitt y Angelina Jolie termina. Angelina no se anda con chiquitas y reclama la custodia de los seis hijos, y como Tomb Raider, tiene intención de pelear con él hasta el final. Le ofrece visitas semanales para ver a los niños. Todo un detalle por su parte. Jolie se niega en rotundo a que Brad tenga la custodia legal de sus hijos y rechaza la custodia compartida, lo que, inevitablemente, creará una (nueva) guerra entre los dos. No hay que ser muy listos para vaticinar que Mr. y Mrs. Smith van a acabar como el rosario de la aurora. Aquel rodaje vaticinaba un final sangrante, sin reconciliación que valga. A ver quién es el chulo que va ahora y hace Mr. y Mrs. Smith, segunda parte.

La actriz ha solicitado el divorcio en la corte de los Ángeles, la que debe de ser la más ajetreada del planeta en cuestión de desavenencias matrimoniales. Los medios rumorean que la Jolie, hasta la pichereta del buenorro de Brad, quiere dejar Hollywood (debe de ser durísimo trabajar ahí) y dedicarse a cuidar de sus hijos y su trabajo humanitario. Mientras, Brad está totalmente volcado en su carrera como productor y actor. Como ven, cada loco con su tema. Lo suyo son al parecer las distancias insalvables de la que fue la pareja más sólida, guapa a morir y envidiada de Hollywood.

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Tras un montón de humo y morbosos titulares, comenzó la chismología que tanto nos gustan los seres humanos: que si Brad abusa de ciertas sustancias (alcohol y marihuana), que si no se ponen de acuerdo en cómo educar a su multitudinaria descendencia, que si Brad necesita terapia para su permanente mal humor; que si ella está muy oca, que si él le pone a ella los cuernos con la actriz Marion Cotillard, algo que la bella francesa desmiente. Por otro lado, amigos de la pareja han asegurado que la actriz también estaba hasta el moño del consumo de marihuana y alcohol del actor. Con lo que ella ha sido en sus tiempo mozos! Pero ahora están los niños, y ella le quiere bien lejos. Según su abogada, Laura Wasser, Angelina no quiere ningún tipo de beneficio económico y renuncia a su derecho como esposa. Al menos no le va a sacar el tuétano.

Según el «New York Post», que de cotilleo y cosas del cuore entiende cantidad, Jolie habría tomado la decisión de divorciarse al descubrir la relación extra sentimental de su maridito con la estrella franchute. Le explico. Brad Pitt y Marion Cotillard estuvieron en Gran Canaria y Fuerteventura para rodar la película «Allied», una historia de amor ambientada en la Segunda Guerra Mundial. La película narra la historia del oficial de inteligencia Max Vatan (Brad Pitt), que se encuentra en el norte de Africa con la combatiente de la resistencia francesa Marianne Beausejour (Marion Cotillard). 

Los rumores del amorío entre Brad y Marion comenzaron a disiparse en Londres, ciudad elegida por los actores para dar rienda suelta a la locura del amor. Se ve que a la luz de Lorenzo, la calidez de las Islas Canarias y el buen rollito entre ambos desató la pasión de la parejita. La bella Jolie debía de andar con la mosca detrás de la oreja. Imagino que Brad no estaría cumpliendo con sus obligaciones sexuales como esposo, andaría distraído, extraño, distinto, ausente y comportándose como se comportan los infieles que no quieren ser pillados. La actriz, que de tonta no tiene un pelo, sospechaba que el adulador Pitt estaba tonteando con la actriz francesa Marion Cotillard. No es de extrañar que a Angelina, que ya sabe de lo que va el asunto de los rodajes con chicas guapas, algo le oliera a chamusquina.

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Iracunda contrató los servicios especiales de un detective privado. Muy de drama de Hollywood todo, ¿no creen? El detective, al parecer, terminó informando a Jolie del affaire de su esposo con la francesa. Por si fuera poco, le chivó también que en el rodaje de la bélica película no escaseaban las drogas duras, ni las prostitutas rusas, confirmando las sospechas de Angelina. Hasta aquí hemos llegado Brad, digo yo que diría ella a él. Según lo que le dijo el detective a Angelina, Brad le estaba poniendo los cuernos. Curioso, lo mismito que ocurrió 12 años antes, cuando el actor le puso una linda cornamenta a la pobre Jennifer Anniston para lanzarse a los brazos de la exuberante Sra. Smith. Aquella escandalosa historia de cuernos conmovió al mundo, yo desde luego no he vuelto a ser la misma. Hoy se repite la misma historia, pero ahora la cornuda es la mismísima Angelina Jolie.

Querida, siento el mal trago, sobre todo si el rumor es cierto. Tampoco ayuda mucho que el mundo entero nos hayamos enterado de que supuestamente luce una cornamenta más lustrosa que la ganadería de Sepúlveda. Ahora le ha tocado a usted, querida. ¿Acaso pensaba que no iba a hacerle lo mismo? Cómo somos algunas mujeres, siempre pensando que podemos cambiar a los hombres.

Una pequeña apostilla, si me lo permiten. No sé, pero yo creo en el karma (Jennifer Anniston también, de hecho le echa a él la culpa de todo), y que en este vida cada uno recoge lo que siempre. Para bien y para mal.

La deliciosa Cotillard, tercera en discordia en toda esta escandalosa historia de infidelidades celuloides a la que tanto y tan bien nos tiene acostumbrados Hollywood, desmiente tajante toda relación sentimental con el actor y declara que sigue con su pareja con quien tiene un hijo y al parecer espera otro. «Está devastada, no es cierto», ha dicho un representante de Cotillard.

La que no se me olvida en este asunto es Jennifer Anniston. Ella debe de andar a lo suyo, más feliz que una perdiz, pero digo yo que la noticia no le habrá dejado indiferente. Yo creo que cuando se ha enterado de la primicia, se ha debido de quedar con esta cara. La del minuto 54. Impagable, acordará conmigo.

Ahora quiero preguntarles algo. Les pido que sean sinceros. ¿A ustedes esta noticia les resbala, les resulta un drama (piensa Mira que hacían buena pareja, tan guapos, tan ricos, tan majos, si ellos no han durado, de qué me sirve creer en el amor….oh Dios, el amor no existe), o por el contrario, no sé como decirles, les congratula de algún modo? Que no va a ser todo de color de rosa. ¿Como ciudadanos de a pie versus las celebrities e influencers, viajeros de metro en lugar de propietarios de limusinas privadas, usuarios de compañías aéreas de bajo coste frente a dueños y señores de sus propia flota de aviones hidroaviones, veraneantes en un piso de 80m2 en multipropiedad en la atestada playa de Gandía, en lugar de esos pudientes millonarios que coleccionan mansiones – en las que ni siquiera viven- en Mallorca, Ibiza, Miami, Nueva York, Los Alpes, la Toscana, la  Costa Azul y Marbella, no le produce alegría, en el fondo y en la superficie más evidente, contemplar cómo los jodidamente ricos, rematadamente guapos, y estrellas del celuloide, también sufren de las mismas desgracias que el resto de los mortales. ¿Que se jodan?

De alguna forma ver que también han plantado a Brad Pitt despierta una mueca de…¿Cómo llamarlo? ¿Satisfacción? Me atrevería incluso con placer, de ese que le hace uno sentirse muy a gusto consigo mismo y con el cosmos. Entre los dos ostentan 400 millones de dólares, que sufran un poquito, ¿no creen? No obstante, lamento decirles que las penas con pan son menos penas, por si estaban ustedes embalándose y acurrucándose gozos en ese formidable placer que provoca la desgracia ajena. Pero 400 millones de dólares – millón arriba, millón abajo- dan para muchos panes que aliviaran penas.

En fin, Bangelina bye bye. Los dos guapos más guapos de Hollywood (y del planeta diria yo), dejan de luchar juntos para luchar el uno contra el otro. Y parece que van a matar, una pena.

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Que folle mucho y mejor.

Contigo pan y cebolla, pero no me ronques por favor

Querid@s,

Me pongo en el supuesto de que conozco a un hombre estupendo.  Es bueno, me estimula intelectual y físicamente. Me despierta admiración, ganas de estar con él a todas horas. Y todo parece que a él le ocurre lo mismo. Pero conforme pasan las noches que duermo a su lado me doy cuenta. Poco a poco me voy dando cuenta de que no es que esa noche se ha puesto hasta  arriba de beber y comer, no es que está constipado, no es que ha dormido en una mala postura o esa noche se ha pasado con los reflujos gastroesofágicos. Ocurre lo inevitable, y es que ronca. No respira fuerte, ronca como un desatado.

Más de una vez he dormido, más bien intentado dormir, con alguien que roncaba como si fuera a acabarse el mundo. Jamás nos hemos vuelto a ver, y no precisamente por los ronquidos. Simplemente no hubo más feeling que el que nos unió en ese momento. Pero cada vez que pienso que habré de compartir mi vida con un hombre que ronca, me pongo mala sólo de visualizarlo. Las respiraciones fuerte son tolerables, los ronquidos leves perdonables, pero los ronquidos de mastodonte, para mí, serían insufribles. Con todo el dolor de mi corazón. Y de mi cabeza.

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¿Pueden los ronquidos acabar con una historia de amor? A mí no me interesa la religión que profese el tipo que me gusta, ni los billetes que tiene en la cartera, ni siquiera el tamaño de su pene, ni si es guapo o no tan guapo, pero roncar es otra historia. Este trastorno puede llevar a las parejas por la calle de la amargura. De hecho, la Asociación Británica del Ronquido y la Apnea del Sueño cita estudios que demuestran que los ronquidos son incompatibles con la vida en pareja, hasta el punto que provoca más irritaciones, más divorcios y más tragedias familiares que los mismísimos celos.

De mis amistades, una de cada tres parejas (más o menos) reconoce que su vida sexual se ve seriamente dañada por esta causa, con el plus agravante de que los roncadores privan a sus parejas de dos años de sueño por cada 24 de vida en común. La cosa es tan seria que el Medical Sleep Center de la Universidad de Illinois demostró que las parejas en las que un miembro ronca tienen una tasa de divorcio mucho más alta que la media que no ronca.

Creo que no es una frivolidad y creo firmemente que roncar más de lo aguantable para el prójimo puede acabar con la relación. Especialmente, si los ronquidos se detectan al principio de arrejuntarse o si la relación de la pareja no es lo suficientemente sólida. Descansar es básico y si uno no duerme, está jodido. Pero no poder dormir junto a la persona que quieres es mucho peor.

Cuando la situación es desesperante, cuando no hay breathe right que valga, cuando el roncador ya no sabe ni cómo ponerse para no ser un fastidio, cuando toca despertar constantemente al otro, cuando víctima y verdugo comienzan a mostrarse irascibles, el uno porque le despiertan cada dos por tres, y el otro porque no puede pegar ojo, el momento cama puede ser letal. Si es usted uno de ellos y está al borde de un ataque de nervios, o peor, del divorcio, esté atento y vean estos truquitos.

Y sigan estas instrucciones:

Duerma de lado. Los ronquidos disminuyen en esta postura, ya que la garganta no se tapa.

Duerma sin almohada: De esta forma no se bloquea el paso del aire y disminuye el ronquido.

Levante la cabecera. Coloque dos bloques en la cabecera de su cama. La respiración y el ruido es menor.

Duerma lo necesario, ni más, ni menos. Respete los horarios de sueño.

Mejore sus hábitos. Lamentablemente los vicios no vienen bien. No fume, no consuma alcohol antes de acostarse, no se atiborre a pastillas para dormir y trátese cualquier alergia respiratoria.

Si ni con nada de esto la cosa funciona y ya no saben lo que es dormir del tirón y soñar con los angelitos a causa de los ronquidos de la persona amada, consulte a su médico o a un terapeuta de pareja.

Lo que ha unido el amor, que no lo separen los ronquidos.

Que follen mucho y mejor.

Solo una semana para acabar con un matrimonio

Una miserable semana de vacaciones. Eso es todo lo que ha necesitado una pareja de amigos para que su matrimonio pasase a mejor vida. Ya sé que hay tropecientos estudios y expertos que hablan de cómo el descanso estival provoca multitud de separaciones, que si en septiembre se disparan los divorcios, que las parejas no están acostumbradas a pasar tanto tiempo juntas y todo ese rollo, pero una semana me parece todo un récord, la verdad.

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Y sí, supongo que, como todas las parejas, tenían sus más y sus menos y sus problemas de fondo, pero de verdad que, en esta ocasión, no lo vi venir. La versión de ambos, por separado, coincide bastante: que la rutina diaria les había hecho tener vidas muy distantes y que al final, casi sin querer, acabaron siendo más compañeros de piso que otra cosa, de esos que se ven solo por la noche para cenar, y a veces ni eso. En este caso no había niños de por medio, así que todo ha sido más fácil, pero su ruptura ha provocado que muchos amigos de nuestro entorno se hayan puesto a reflexionar sobre sus relaciones y sobre su ritmo de vida. Y no son pocos los cimientos que se han echado a temblar. “No nos dimos cuenta hasta que nos tuvimos ahí, el uno frente al otro sin nada que decirnos y sin saber cómo tocarnos, con siete largos días con sus siete noches por delante. Al final hasta nos resultábamos molestos el uno al otro, como la típica visita pesada que no termina de irse de casa y ya no puedes soportar”, me cuenta él. Triste, muy triste.

En seguida me acordé de unos tíos míos que, hace unos años, cuando pasaban la cincuentena, se fueron de vacaciones a las islas Seychelles. Normalmente pasaban las vacaciones en una pequeña casita que tienen en un pueblo de Cádiz, pero ese año decidieron darse un homenaje. Y claro, no es lo mismo. En su pueblecito cada uno tenía sus quehaceres, sus hobbies, tenían amigos, etc. Pero allí, en aquel trozo de tierra en medio del océano Índico, solo tenían un par de libros y una baraja de cartas para matar el tiempo. Ni sexo, ni deportes acuáticos, ni excursiones, ni nada. A los tres días de estar allí a él se le cruzó el cable y no quiso hacer nada. A la vuelta, hizo las maletas y se fue a vivir a un hotel. “No quiero acabar como mis padres”, dijo a modo de explicación. En lugar de hundirse, recuerdo a mi tía repitiendo como un mantra: “Si no me quiere como soy, prefiero que se vaya”. Al final, tras tres meses de mareo, él volvió a casa, y hasta hoy. Personalmente creo que no fue por amor, sino por miedo a envejecer en solitario. El peso de la costumbre y el calorcito de lo conocido. La zona de confort, que diría hoy en día cualquier de coach de tres al cuarto.

No los juzgo, en serio, pero de verdad que para mí espero algo más. Algo más que tener que rellenar los días con multitud de actividades y compañías para poder estar en pareja. Algo más que resistir, algo más que la simple confortabilidad. Porque el amor es otra cosa… y la vida, también.

Los padres separados tienen más sexo que los solteros sin hijos

Andaba yo el otro día haciendo tiempo antes de entrar a una clase de pilates y, como hacía un sol estupendo (fue poco antes de la llegada de este frío), me senté en un parque cercano a esperar. Fueron solo 20 minutos, pero me dieron para curiosear bastante en el mundo de los papis, las mamis, sus vástagos y los recintos con columpios al aire libre. A mí, que el instinto maternal me ronda a veces pero no me aprieta, todo aquello me sonaba a otro planeta, pero no pude evitar empezar a imaginar cómo serían las vidas de aquellos adultos. Me detuve bastante en dos hombres jóvenes, de unos treinta y pocos años, que estaban sentados en un banco junto a sendos carritos de bebé, charlando. Y empecé a montarme la película. Que si estarían en el paro, que si eran viudos o separados, que si se habían reducido la jornada laboral para poder cuidar de los churumbeles mientras sus mujeres trabajaban, etc.

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Padre con bebé

También había una mujer, muy atractiva por cierto, pero de esa no me dio tiempo a inventar mucho porque pronto oí cómo le comentaba a otra madre que “el divorcio” estaba resultando “una pesadilla”. Entonces me fijé en sus hijos, en los de los tres, y pensé, “joder, que difícil debe de ser volver al mercado teniendo descendencia de tan corta edad”. Más que difícil, me parecía prácticamente imposible. Encaje de bolillos y filigrana pura, vaya.

Sin embargo, en contra de lo que yo y muchos pudiéramos pensar, me encuentro un estudio de la Universidad de Nevada y el Instituto Kinsey con datos de más de 7.000 personas según el cuál los padres solteros, incluso aquellos con niños muy pequeños, practican más sexo que los hombres sin hijos. “Se espera que los padres solteros de niños pequeños inviertan menos esfuerzo en su disfrute, ya que tienen menos energía y tiempo para buscar, encontrar y mantener una relación sexual”, afirma el estudio. Pero resulta que tanto los hombres como las mujeres sin pareja con hijos menores de cinco años que participaron en el estudio resultaron más activos sexualmente que los solteros sin hijos o padres solos con hijos mayores.

“Los padres y madres solteras con hijos menores de cinco años dieron cuenta de más citas durante los últimos tres meses y reflejaron una mayor frecuencia de la actividad sexual real que los solteros con niños mayores”, revela la investigación. Esa frecuencia fue mayor para las madres solteras. Los expertos alegan que la clave está en que los recién separados quieren probarse a sí mismos y vivir nuevas experiencias, en plan salir “al mercado” y curiosear en torno a su nueva situación. Tras una ruptura hay que vivir el duelo, pero ya se sabe que las penas con pan son menos penas y, una vez finalizada la travesía del desierto, la persona recupera la energía, las ganas y la euforia por vivir todo lo que durante años no pudo. Como dice una psicóloga a amiga mía, tras una larga etapa de control necesitamos un poco de descontrol. Y que el fin del mundo nos pille bailando.

Cirugía plástica para superar los divorcios

Lo leo y no lo creo. Resulta que alrededor del 10% de las personas que pasan por el cirujano plástico lo hacen para superar un proceso de divorcio. Así al menos lo afirma en una entrevista con Efe el doctor Javier de Benito, director Médico de un grupo de clínicas donde interviene anualmente a más de mil pacientes.

«Vemos que hasta un 9% de hombres y un 11% de mujeres vienen a practicarse algún tipo de cirugía o tratamiento estético después de separarse», comenta el doctor. Las razones: intentar recuperar la confianza y darse otra oportunidad. «Es un nuevo fenómeno que antes no se veía tanto y que ahora estamos observando que crece cada año de forma importante». Pretenden «aumentar una autoestima que ha sido claramente vapuleada por procesos casi siempre traumáticos, en donde uno de los dos abandona al otro».

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Es su «perfil tipo». La mayor parte de ellos ronda la cuarentena en una sociedad en la que las rupturas matrimoniales aumentan y cada vez se producen más pronto. Ana es un buen ejemplo. Su marido la abandonó de un mes para otro tras 21 años de matrimonio y ella se sintió «morir». «Mi vida se hundió», dice. «A los 6 ó 7 meses empecé a mitigar mi dolor y llegó un día en que decidí volver a retomar mi vida. Es entonces cuando te miras en el espejo y ves que el paso de la edad no perdona y cosas a las que antes no dabas importancia se vuelven imprescindibles de corregir», explica.

Ania es bastante más joven, pero cuando lo dejó con su novio no dudó en operarse el pecho.»Siempre me habían acomplejado», me dice. Yo me callo y no le digo nada, pero sus tetas no tenían nada de malo y, casualmente, su «sustituta» tiene dos melones de escándalo.

En cuanto a los hombres, el doctor De Benito afirma que buscan sobre todo implantes de cabello en casos de alopecia, extraerse abultadas bolsas de los ojos y corregir una más que frecuente papada. Otra intervención que también se está demandando de forma «exponencialmente elevada» es la colocación de prótesis en los glúteos masculinos. De estos últimos no conozco ninguno, pero casi todos los amigos de mis padres que se han separado han recurrido al bisturí para las citadas «bolsitas» de las ojeras.

Pues eso. Por lo visto, ir al psicólogo ayuda, pero ponerse guapo también. Va a ser que yo, de momento, me conformo con el yoga.

Recomponer un corazón tras una ruptura inesperada

Me había propuesto escribir sobre algo trivial en el siguiente post, en plan ligerito y nada denso. Pero por más que lo intento, no puedo. Es difícil abstraerse de la tristeza y el sufrimiento, aunque sean ajenos. Y este fin de semana el dolor de alguien muy querido se ha instalado en mi casa pidiendo refugio, buscando arropo y un poco de consuelo. Solo que no hay forma de consolar a un corazón al que acaban de partir en mil pedazos.

Esta historia no tiene nada nuevo; es una más de tantas sobre desamor y abandono. Una separación repentina e inesperada y un divorcio inminente. En este caso es el dolor de una mujer, aunque igualmente podría ser el de un hombre, nada más lejos de mi intención que intentar poner sexo al sufrimiento. Como decía, no hay nada de especial en esta historia, salvo la inmensidad de un dolor que me conmueve hasta lo indecible.

Mujer llorandoPero por más que quisiera aliviar su pena, no se pueden llorar las lágrimas de otro, ni llenar sus huecos. Dicen que lo más duro y estresante por lo que puede pasar una persona es el fallecimiento de un ser querido y una separación, por ese orden. Y es verdad, aunque es lo mismo, en cierto modo. Porque una separación es como una forma de muerte, sobre todo cuando es unilateral y se está enamorado. Es la desaparición repentina de una forma de vida, de un proyecto común, y a ello hay que sumar la sensación de fracaso y el sentimiento de rechazo y abandono.

“Me ha echado de su vida”, me repite. “No me ha elegido a mí…” Hace tres semanas estaban buscando tener un hijo; hoy se ha dado cuenta de que ya no la quiere. La consecuencia es alguien roto, confuso, desorientado. Aniquilado.

La veía así, hecha un ovillo en la cama, con el rostro congestionado por el llanto, y sentía una impotencia enorme. Cualquier gesto o palabra por mi parte me resultaba groseramente ridículo e intrascendente ante semejante despliegue de desolación. Me parecían casi un insulto o una falta de respeto hacia sus sentimientos, hacia la profundidad de su tristeza.

Así que la única forma digna que hallé de acompañarla fue acordarme de mi propio dolor. Pero no el reciente, ya superado y diferente, sino otro muy lejano. Heridas de otra vida, casi. Una vida prácticamente olvidada, si no fuera porque, muy de vez en cuando, cuando menos me lo espero, me veo la cicatriz. Y entonces me acuerdo; me acuerdo de sentir dolor en partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían, de las noches oscuras y eternas repasando todos los detalles y preguntándome qué hice mal, qué fue lo que malinterpreté y cómo coño pude pensar que era tan feliz.

Y así estuvimos las dos. Ella lamiéndose las heridas y yo luciendo cicatrices mientras intentaba convencerla, sin éxito, de que no hay mal que dure 100 años.