Entradas etiquetadas como ‘empotrador’

¿Y si la fantasía del hombre empotrador no era para tanto?

Define el amante perfecto, el compañero de vicio ideal, el que fantaseas con tus amigas cuando os ponéis a charlar.

Me juego lo que quieras a que se te viene a la mente la imagen un empotrador (el que sea).

Uno conocido con quien has tenido sexo o uno que, en tu cabeza, tiene que follar a las mil maravillas. Una máquina de penetrar.

PEXELS

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Pero, ¿es el empotrador quien más nos hace disfrutar entre las sábanas?

Porque cada vez estoy más convencida de que, todo este tiempo, estábamos engañadas y no era lo que necesitábamos (aunque sí lo que nos vendían).

Yo soy de las que piensa que el empotrador está sobrevalorado. A la hora de la verdad, lo que nos da placer es otra cosa.

La mayoría de los orgasmos, que solo consigo con una estimulación directa del clítoris, me lo confirman. Por mucho que aparezca un empotrador, ahí no es.

No quito lo placentero del roce, de una buena embestida. Pero que la figura del empotrador sea popular, que todo trate de la penetración beneficia solo sale a cuenta a una mitad de los participantes.

Ah, y que una vez tienen sexo, a follar como bestias. Legitima un sexo que arrolla, destroza y hasta maltrata.

Si bien es agradable si te apetece o te va un rollo más intenso, el empotramiento queda romantizado entre las amigas.

Si no te revienta la vagina -y al día siguiente no caminas como un cervatillo recién nacido-, no cuenta.

Igual mi punto de vista es menos popular, pero me encantaría que se popularizara, en vez del empotrador, el que sabe tocarte en condiciones.

Quiero que se reconozca de una vez a esos que saben hacerte un sexo oral de fantasía, que consiguen que se te olvide hasta que se ha puesto a llover y te has dejado fuera la ropa tendida. Los auténticos expertos en lengua (y no la castellana).

Te puede interesar: 5 formas tan sencillas de facilitar el sexo oral que ya deberías estar probando

Los que circulan por tu clítoris a una velocidad digna de autopista y van cortando los hilos de lucidez que te atan al cerebro para que, lo único que alcances a sentir, sea el centro de tu cuerpo, palpitando al ritmo que te marca.

Son quienes se merecen para mí, el máximo reconocimiento. Porque el pene está muy bien, nadie lo duda.

Pero que sepa leerte, entenderte, tocarte, estimularte, complacerte, beberte, comerte y correrte, le da de vueltas a cualquier empotrador.

Mara Mariño

(Y también puedes seguirme en Twitter y Facebook).

Perdamos la vergüenza a querer encontrarnos con un ‘empotrador’

Hace unos días, Rosa López, a la que recordarás por Operación Triunfo (si no la recuerdas es probable que se deba a que naciste a partir de los 2000), declaraba en televisión que necesitaba un ‘empotrador’.

LELO FACEBOOK

Lo siguiente fue una cobertura mediática digna de boda real británica con todos los medios fusilando hasta el infinito la frase de la cantante.

Rosa López necesita un empotrador. ¡Que Rosa López necesita un empotrador! Era casi como si hubiera declarado que necesitaba comer bebés. Un escándalo.

¿Cómo se le ocurría a una mujer decir lo que deseaba? Es más, ¿cómo se le ocurría a una mujer tener deseos? Al menos, eso era lo que parecían hacer sentir los medios, que recalcaron su declaración como si se tratara del resultado de un mundial.

Rosa López, María Fernández, Rocío García o Carmen Rodríguez pueden fantasear con que venga alguien que las empuje contra la pared, las excite, las lleve al límite y las haga explotar.

Porque es algo en lo que todas estaremos de acuerdo. Para no sentirnos excitadas ya tenemos la universidad, el trabajo, las tareas de la casa o llevar el mail al día.

Lo escandaloso no es que pida ese deseo. Si hubiera dicho que necesitaba un padre para dos o tres churumbeles, solo los medios del corazón se habrían hecho eco.

Aquí lo fuerte es que es una mujer hablando de sexo, tomando las riendas, diciendo lo que quiere. Es una mujer que no está sujeta al placer masculino, y eso es lo que asusta.

Que no está controlada.

Que no es una película porno, un cartel de tres metros de publicidad donde las mujeres aparecemos sumisas. Siempre subordinadas.

Que hace propia su sexualidad, la reclama. Y es algo que, en esta sociedad, solo gusta si es a los hombres a quien sirve. Solo nos aplauden la libertad cuando quieren quitar las azafatas de las carreras o prohibir la prostitución, esos son los temas que les preocupan. Ahí es cuando quieren vernos liberadas.

Pocos hombres he visto indignados de la exposición pública, del casi linchamiento mediático al que se ha sometido a Rosa, que, lo que ha hecho, ha sido decir en alto lo que pensamos.

Igual es el momento de dejar de sentir vergüenza, de quitarnos de encima de una vez el peso del pecado original y decir alto y claro que queremos que nos follen bien.

Duquesa Doslabios.

(Y acuérdate de seguirme en Twitter y Facebook).

La (dañina) fiebre por los «empotradores»

Me gustaría que alguien me explicara a qué viene ese furor que generan los empotradores.

Vale que puede gustarnos que nos cojan y nos pongan con la cara pegada al espejo en una intensa sesión de sexo, de esas de las que luego te dejan el cuerpo al día siguiente como si te hubiera pasado un camión por encima.

Pero no es oro todo lo que te empotra.

Parece que, desde que conocemos el término, las otras maneras de practicar sexo han quedado relegadas a un segundo plano. Como si solo nos interesara el fuelle. Si empuja menos de lo que consideramos empotramiento, ya no nos vale.

Lo que cuenta es que te reviente, que tenga la fuerza suficiente como para cogerte en peso en cualquier momento y lugar. Y cuidado del que no lo haga, ya que se arriesga a que opinemos que no ha estado a la altura de las expectativas, que es un soso en la cama.

Sin embargo, hay hombres que deben “forzarse” para que les salga ese empotrador ya que supuestamente, es lo que creen que esperamos de ellos en la cama.

Y si no es por nosotras, es por los amigos, ya que ninguno presume como hazaña de haber puesto una lista de Spotify de baladas románticas o de haber llenado una bañera de pétalos de rosa.

¿Entonces, hasta que punto es algo libre el “empotramiento”? Y sobre todo, ¿cuando empezamos a valorar una experiencia sexual únicamente por una performance o por si necesitamos Ibuprofeno al día siguiente?

Con esto no quiero decir que esté en contra de los empotradores ni mucho menos (que benditas sacudidas nos dan), pero no nos olvidemos del resto, y sobre todo, no perdamos la capacidad de apreciar, que hay vida más allá del empotramiento. Que hay polvos que te ponen de punta piel que ni siquiera sabías que tenía esa capacidad.

Hay contactos delicados con una complicidad y un cariño que no tienen nada que envidiarle a un meneo contra el cabecero de la cama.

¿O es que ya no queremos romanticismo en la cama?

Duquesa Doslabios.

Feliz Día Del Padre: Por los PQMF con los que (casi) nunca habrá sexo

Querid@s,

Feliz Día del Padre a todos los que son papás. Recuerdo esas tertulias ardientes y calenturientas que tuve otrora con una de mis amigas. El tema en cuestión: los PQMF (Padre Que Me Follaría). Quién no recuerda esa mítica escena de American Pie (malérrimo film donde los haya, pero todos y digo tod@s lo hemos visto) en el que el amigo asiático de la díscola pandilla desvela el significado de esas cuatro letras en su versión femenina y acaba atizándole un morreo a la foto de la madre de Stifler. La misma MQMF con la que Finch pierde la virginidad, ese sobrevaloradísimo rito de paso de adolescente a adulto para el que todos los protagonistas del film se convierte en una angustiosa cuestión de vida o muerte.

Pues también en nuestra sociedad, entre nuestros vecinos, amigos, conocidos y no tan conocidos existe cierto número de padres que me follaría. Un PQMF es un padre buenorro, enrrollado, molón, educado y que sólo de verle se le cae a una la baba y no puede usted dejar de poner cara de boba. Porque la pone usted. Si tiene mujer, la respeta (o no) pero si pudiera, se lo tiraba ahí mismo. ¿Saben de lo que hablo? Son esos hombres que siguen vistiendo como siempre y que siguen haciendo las mismas cosas que hacían antes de casarse. Para ellos no pasa el tiempo, y aunque pase, les sienta como un guante. Salen con sus amigos, van a conciertos, viajan, se van de cañas (con su mujer o sin ella, según la ocasión). Y en cuanto a su faceta de padre, se le vuelve a caer a usted la baba cuando ve el pedazo padrazo que es, cómo le quieren sus hij@s y el cariño con el que trata a su mujer.

Entonces, en este punto, sin contemplaciones, con premeditación y alevosía, una piensa en un arrebato indigno de una misma. ¡Que le den a su mujer, me lo follaba! Y tanto que se lo follaba. Aunque tenga casi 50 años, esté casado con la mismísima Angelina Jolie y tenga más hijos que el Barón Von Trapp. Otra cosa es que él se fije en usted o en mí, porque ese PQMF encima es un buen hombre y no tiene ojos para nadie más que para su mujercita. Lo siento querid@, no tiene usted ninguna posibilidad de follárselo. Y en el fondo se alegra (o no), porque lo que más mola de los PQMF es que nunca nos lo vamos a poder meter en la cama.

FILF children

Y es que todo lo prohibido nos mola, nos pone. A santo de qué iban a jugarse Adán y Eva el paraíso por una miserable manzana. Porque estaba terminantemente prohibido por el mismísimo Dios. Salvo que estén divorciados/separados, los PQMFs sólo nos sirven para montárnoslo en la cabeza. Podemos pensar que nos hacen todas las guarradas que queramos, que somos víctimas y cómplices a la vez de sus mil y una fechorías sexuales. Pero todo quedará en nuestra mente en forma de una fantasía perfecta.

Ahora que recuerdo, en una ocasión tuve un affaire con un PQMF. Eso sí, estaba divorciado. Les cuento. Mientras yo andaba pensando en las musarañas, él fue directo al grano. No vaciló cuando me dijo «Esta noche vamos a cenar unos amigos. Va ser divertido. ¿Te apetece venirte?» No lo dudé un instante. Ese madurito cuarentón era tremendamente apetecible (yo por entonces tendría 28) y me lo acababa de poner en bandeja de plata. Le dije a mi jefa que no me esperara despierta. Estaba de viaje de trabajo y suerte que al día siguiente ella se iba pronto por la mañana y no tendría que darle ninguna explicación de no haber pernoctado en el hotel. Como para irme a dormir al hotel esa noche estaba el Andreu. Así es cómo se llamaba.

ROB

Al verle de nuevo en plan informal, simplemente su olor provocó que me temblaran las piernas. Me dio dos besos mientras me agarraba hacia él de la espalda. Cenamos en un restaurante del puerto marítimo de Barcelona. Una pena que no cenáramos solos, pero nos sentamos juntos. De todo esto hace ya mucho tiempo, así que no recuerdo con exactitud qué nos dijimos ni qué nos contamos. Sí me viene a la memoria mientras repaso lo que ahí aconteció que me dijo que llevaba unos meses divorciado. ¡PQMF! me dije al instante.

La cena terminó pronto y era obvio que ninguno de los dos quería irse, al menos no sin el otro. Teníamos algo pendiente, un polvo para ser exactos. Le dije si le apetecía que nos tomáramos algo y me dijo que conocía un bar de copas tranquilo y acogedor. Me pareció una idea perfecta, aunque no pudimos terminarnos las copas. Teníamos muchas ganas el uno del otro. Fuimos a su coche y me dijo que me iba a llevar a un sitio precioso, pero antes pasamos por una farmacia. Tenía que comprar condones. Aparcamos en un mirador. Sabiendo lo que iba a ocurrir, esas vistas impecables y el aire en la cara, me sentí muy feliz. De la felicidad pasé a estar muy cachonda en 0, cuando Andreu me besó sin más trámites y con mucha delicadeza me reclinó sobre la parte delantera del coche mientras echaba mis brazos hacia atrás y separaba mis piernas con con suavidad aunque inquietante. No había más coches, así que follamos e hicimos el amor (creo que fue una combinación de las dos cosas) encima del coche y después en el suelo. Todo esto ocurrió mientras veíamos como hacía años que habían muerto algunas estrellas y otras tantas brillaban como nunca.

Empezó a refrescar y volvimos al coche. Aquel hombre tenía mucha potencia y muchas ganas de que me siguieran temblando las piernas. Fue tremendamente incómodo pero muy tierno. Fue como volver a los tiempos en los que éramos miserablemente pobres y tocaba follar en el coche porque no había ni casa ni pasta. Acabé con las rodillas ensangrentadas. Y es que Andreu era un empotrador como la copa de un pino. De esos que son tiernos y te ofrecen su hombro sobre el que llorar cuando toca y luego te estampan contra la pared y te arrancan las bragas de un mordisco cuando procede. Y esto, a decir verdad, es mucho más de lo que se puede esperar de un PQMF.

Feliz Día del Padre a todos. En especial a los PQMF.

Que follen mucho y mejor.