Archivo de abril, 2022

¿Por qué dejamos que nos traten mal en las aplicaciones de ligar?

Son casi 4 horas las que pasamos al día utilizando internet en el móvil. Compras lo que te falta en casa, reservas los vuelos de Semana Santa, pides la cena y, por supuesto, conoces gente.

Internet te da la oportunidad de que puedas ligar sin tener que quitarte el pijama y bajar al bar de enfrente. Pero también significa que, lo que puedes encontrarte, no siempre va a ser bueno para ti por las libertades que pueden tomarse contigo al ligar de manera virtual.

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(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

La pantalla tiene el poder de cambiar algunas cosas, como el hecho de perder la vergüenza a la hora de proponer un encuentro físico esporádico o de insultar (el fenómeno trol lo demuestra) en el caso de recibir un rechazo.

Hacerlo por esa vía intimida menos que en persona, ya que en vivo o en directo no soltarías ese «tampoco eres tan guapa» o un «no me liaría contigo ni borracha».

Con esa valentía ficticia, hay quienes optan por tratar de una manera despectiva a la otra persona o de utilizar un lenguaje ofensivo o incluso amenazante.

No solo puede deberse a una respuesta defensiva que intente restablecer el ego dañado, también puedes recibir una mala respuesta cuando la otra persona está pasando un mal día o tiene una serie de frustraciones, que no sabe cómo gestionar, y terminan explotando en la aplicación para ligar (lo que no está justificado en absoluto).

Y, por supuesto, también el ghosting entra en la lista de estas malas prácticas.

Lo peor de todo es que ya no es raro esperar -e incluso aceptar- que puede darse ese comportamiento. Hemos llegado al punto de normalizarlo porque parece que, en la búsqueda de amor vía online, es un riesgo que merece la pena correr.

Todo puede pasar, sí, incluso que nos traten mal.

Pero, ¿cómo hemos llegado a comportarnos así? No es ya solo por la confianza de la pantalla de por medio.

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El hecho de que haya tanta gente al alcance de un swipe, hace que tengamos mucha prisa al ‘descartar’ a las personas con la frialdad emocional de no pensar que, al otro lado, hay un ser humano como nosotros.

Nos da igual la forma, lo importante es que llegue la siguiente, no queremos perder más el tiempo.

Un sustituto llegará pronto. Hay tantos matches esperando a ser descubiertos…

Cuando este comportamiento se convierte en algo común, y sabes que a tu amiga le ha pasado, es más aceptado cuando te ocurre a ti. No te gusta, claro, pero no te parece tan raro.

Lo curioso es que, en cualquier otro contexto, charlando con esa persona en un bar, en una fiesta o incluso en un evento de citas rápidas, no permitiríamos de ninguna manera que nos trataran así.

Puede parecer que, como ha pasado en internet, tiene menos importancia. Pero hablamos de una esfera de nuestra vida que también nos afecta emocionalmente, por lo que no hay que permitir esas actitudes (y tenemos que evitarlas en el caso de que seamos quienes las practican).

La consecuencia de dejar que nos traten así se traduce en una baja autoestima. Somos personas quienes estamos detrás de un perfil y tenemos sentimientos que son constantemente heridos.

Por eso siempre, independientemente de a dónde vaya la cosa, deberíamos emplear una comunicación asertiva y sincera en el caso de que queramos algo más.

Si no lo queremos, hay muchas formas de decir las cosas. De una mala manera, por mucho que queramos cerrar el capítulo con alguien, nunca debería ser la elegida.

Mara Mariño

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No me da miedo volver sola a casa de noche, me dan miedo los hombres

Ayer volvía sola por la noche a casa. Como tantas otras noches. Recorrí las calles principales de la ciudad para luego ir metiéndome por otras más pequeñas y menos transitadas.

Hasta que, ya casi en mi destino, saltó una voz de un grupo de chicos de la acera de enfrente. Un «guapa», una pregunta al aire de a dónde iba sola y que si me acompañaba.

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(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Como tantas otras noches, se me cierra la boca del estómago.

Haciendo referencia a mi aspecto, marcando que estoy sola en una calle y que, puede venirse conmigo, ha conseguido que me sienta insegura e indefensa. En peligro.

Como tantas otras noches.

Y me pregunto si él es consciente de cómo me siento. Si él, o cualquiera de los que hacen este tipo de comentarios a voces, caen en el que nos resulta intimidante. 

Si no es consciente, y es una oferta sentida, porque realmente le preocupa mi integridad física, la lógica no aparece por ninguna parte.

¿En qué momento necesito un perfecto desconocido para ser protegida de otro perfecto desconocido, que me pueda abordar, mientras vuelvo de fiesta?

No quiero ir al recurso emocional fácil de que piense en su hermana o prima pequeña, antes de decir un comentario de ese estilo.

Porque no tiene que ir a las mujeres de su familia para ponerse en mis zapatos. Bastaría con que empatizara conmigo.

Y si es consciente, es quizás la forma de denotar lo evidente.

Que voy sola y que él está ahí, arropado de su grupo de amigos.

Que he llamado su atención y que tengo compañía si así lo deseo (permitid que sospeche de que sea solo para acercarme al portal y desearme felices sueños).

Que con esa propuesta refuerza su ego masculino ante su manada, mirad qué huevos tengo, cómo le entro a las tías, soy todo un machote.

Mientras, el resto de sus amigos, guardan silencio. Ninguno le increpa un «cállate, déjala tranquila».

Cómplices mudos, como los que te encuentras tantas otras noches, haciendo la vista gorda cuando su amigo empieza a sobrepasarse con otras mujeres, metiendo mano en la discoteca.

Yo, ante la duda de si sabe o no que se me ha acelerado el pulso y he apretado el teléfono en mi mano -intentando recordar cómo hacer la llamada de emergencia-, agacho la cabeza y aprieto el paso.

Toda mi atención va dedicada a si oigo sus pasos detrás de los míos. Solo me permito volver la cabeza cuando vislumbro mi edificio.

Sigo sola. No me ha seguido. Suspiro.

Y, como siempre que cruzo el portal, le he escrito a mi amiga “Vete a dormir, ya he llegado”.

Porque anoche fue como tantas otras noches en las que no iba sola. El miedo venía conmigo.

Y, como tantas otras noches, se intercambió por el alivio al cerrar la puerta con llave.

Ayer no me tocó a mí. Pero siempre tenemos la duda de si será en la próxima. O la siguiente. Cualquier noche.

Y ellos están ahí para recordártelo.

Mara Mariño

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No es que tengas menos deseo sexual, es que tu primera vez fue decepcionante

Recuerdo que, después de la primera vez que tuve sexo, volvía a mi casa en autobús mientras me sentía frustrada.

No sabía identificar qué era exactamente, pero la incomodidad no engañaba. Había sido decepcionante.

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No tanto por él, que estaba en las mismas que yo en cuanto a falta de experiencia, y fue cariñoso y con cuidado. Pero el sexo no me había parecido para tanto.

Tenía ganas de retroceder en el tiempo y decirle a mi yo del pasado que no se agobiara, porque ni fuegos artificiales ni leches.

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Lo que yo no sabía era que ese momento de 15 minutos iba a condicionarme tanto a lo largo de mi vida adulta.

Al menos, es lo que sostiene Diana Peragine, candidata al doctorado en psicología de la UTM.

Su estudio ‘¿Una experiencia de aprendizaje? Disfrute en el debut sexual y la brecha orgásmica en el deseo sexual de los adultos’, ha abierto un melón que ni nos imaginábamos que existía.

Lo que la investigadora habría descubierto es que, la esa primera vivencia íntima, tiene repercusiones duraderas en el deseo de una mujer heterosexual en el futuro.

Lo único que diferenciaba a las mujeres de los hombres que habían participado en su estudio era que, su deseo de tener relaciones sexuales en pareja, solo era menor si en su primera experiencia sexual el orgasmo brillaba por su ausencia.

Es decir: ausencia de orgasmo en tu primera vez, menos deseo sexual de adulta

En cambio, las mujeres que tuvieron un orgasmo en ese momento, estaban más interesadas en el sexo en pareja, y sus niveles actuales de deseo por este eran iguales a los de los hombres.

Curiosamente, el estudio también descubrió que, la primera experiencia sexual de los hombres, no tenía ningún efecto aparente en sus niveles actuales de deseo sexual.

La explicación de esto, dicho sea de paso, es porque cuando hablamos de primera vez, solemos relacionarlo con la penetración y, para ellos, es más fácil llegar al orgasmo por esa vía.

«Antes existía la idea de que el deseo sexual era como el hambre o la sed, que se originaba internamente y surgía de forma espontánea», dice la investigadora.

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«Pero, obviamente, ahora entendemos que es más dinámico y responde a la experiencia, y que las experiencias sexuales gratificantes dan forma a nuestras expectativas sexuales».

Hasta ahora, esa brecha de deseo entre hombres y mujeres sanos, que persiste a lo largo de la edad adulta, perpetuaba el mito de que las mujeres tenemos un impulso sexual naturalmente más débil que los hombres.

Pero lo interesante del estudio es que, por primera vez, se pone en duda que haya unas diferencias fijas en el deseo sexual según el género.

La actividad sexual puede resultar desmotivante por esa primera experiencia carente de orgasmos, ya que es la parte común en la socialización sexual de las mujeres.

«(Es un) debut sexual más frustrante que gratificante«, comenta la experta.

Y, ¿cómo no darle la razón si yo misma viví en carne propia esa primera vez que me dejó desilusionada?

El problema es que si seguimos relacionando nuestra primera vez con el coito, nosotras siempre vamos a llevar las de perder.

O empezamos a dejar de llamar preliminares al resto de prácticas sexuales (con las que, por cierto, las mujeres tenemos más posibilidades de alcanzar el clímax), o nos ponemos las pilas en la educación sexual.

Y esto pasa por enseñar el papel que tiene el clítoris también en el coito pero, sobre todo, mentalizar de que el placer -y el orgasmo- debe ser compartido y no algo que monopolice solo uno de los participantes.

Mara Mariño

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De las mujeres que intimidan a los hombres

La última vez que me abrí Tinder, me dieron dos plantones. Con el tercero pude quedar y tomarme algo y aproveché para preguntarle por qué pensaba que podía ser que no habían querido quedar conmigo.

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En su opinión había dos cosas que podían echar para atrás a mis matches a la hora de conocerme.

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La primera, que hago pesas. No voy al gimnasio a la clase de yoga o spinning (que me parece perfecto). Voy al gimnasio a mover hierros.

La segunda, por supuesto, que escribía este blog.

En mi perfil no lo escondía. «Escribo un blog de sexo y pareja, puede que mi siguiente artículo vaya sobre ti«, era lo que aparecía más o menos.

Quizás era la idea de encontrarse leyendo mi experiencia en el espacio (siempre de manera anónima, claro), les hacía recular.

O a lo mejor el hecho de que, después de tantos años como la Lilih Blue de 20minutos, algo de sexo he aprendido.

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Fuera por lo que fuere, mi acompañante apostaba por esas dos cosas. Eran lo que, según él, me convertían en intimidante ante algunos ojos masculinos.

Porque sí, las mujeres intimidamos. O eso parece cuando otra de mis amigas me cuenta que, teniendo casa y viviendo sola, si conoce a un chico con el que quiere acostarse, este prefiere ir a su piso compartido antes que a donde vive ella.

O cuando otra conocida, centrada en su trabajo en el sector bancario, comenta que recibe un salario mensual muy por encima del de él.

Hasta el punto de sacarle un cero por la derecha.

Es curioso que ellos se sientan intimidados por nuestra fuerza, una vida sexual pasada, la situación de independencia o incluso por nuestro dinero.

Tanto que, lo que nuestras amigas pueden considerar éxitos, se convierten en factores que juegan en nuestra contra.

Mientras que, lo que a nosotras nos intimida, es que nos toquen sin consentimiento, puedan hacernos daño, forzarnos y destrozarnos.

Así de diferente es lo que puede echarnos para atrás a la hora de dejarnos llevar. De estar con él a solas.

Que hable de las mujeres de cierta manera, que sea un experto en artes marciales, que enseguida frecuente nuestro espacio y consiga que no lo sintamos más nuestro… En definitiva, que nos sintamos amenazadas, expuestas.

Al final va a ser verdad que lo que más les aterra a ellos es que una mujer ponga en peligro su ego.

Y lo que más nos aterra a nosotras es que nos ponga en peligro la vida.

Mara Mariño

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Cómo sacar tu lado dominante en la cama (incluso si crees que no tienes de eso)

Ha pasado. Tu pareja te ha pillado por banda y te ha dicho que ha llegado el momento. Quiere sentirse dominada por ti.

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Si por lo general vuestra vida sexual es tirando a sabor vainilla más que a chocolate y petazetas, pensar en esta situación, fuera de tu zona de confort, puede hacerte hiperventilar de primeras.

Pero, que no cunda el pánico. Antes que nada, no te fuerces a hacer algo que no quieres.

Hay una diferencia entre probar a dominar, porque también te apetece, y pasar por encima de tus limites. Si ese es el caso, deja de leer aquí y explícale que no va a ser posible.

Aunque podéis probar otras cosas con las que sí sientes comodidad.

Si eres del segundo grupo, porque también lo deseas, hay una serie de cosas que debes tener en cuenta.

Como dominante (una figura que puedes adoptar tanto si eres hombre como mujer), vas llevar la iniciativa de la sesión y en ti recae el papel de controlar lo que va a pasar y qué vas a hacerle a la otra persona.

Y, como decía el tío Ben, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad», por lo que de ti depende medir la fuerza o el punto al que llegar.

Para ello, una buena charla previa, es la clave del éxito. Ya lo comentaban hace unos días los podcasters de Spank U, Next.

Dominar empieza por mantener una conversaciones abierta y sincera sobre los deseos y necesidades, límites y expectativas para la sesión.

Como punto de partida, puedes preguntarle qué es lo que tiene en mente (y luego ponerlo en práctica llevándotelo a tu terreno).

Normalmente, adoptar un rol sumiso, significa pasar por la ‘pérdida de poder’ -y cesión de control a la otra persona-, de manera consensuada.

Eso puede significar que, para sentirlo, haya prácticas físicas o una serie de juegos mentales que la otra persona provoca.

Es lo que se debe saber con antelación para darle forma a esas ideas.

Puedes atar, amordazar, ordenar, intimidar, elegir la posición en que quieres que se coloque, hacerle sentir incomodidad, cambiar tu actitud, comportarte con frialdad, controlar su orgasmo…

La lista de opciones es larga, pero depende de lo que se espere de ti como dominante.

De la misma manera, para no salir del papel, está en tu mano tomar las decisiones. Asegúrate de haber recopilado toda la información posible y anticípate.

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Ya por último, no puedo hablar de dominar o ceder el control si no menciono la seguridad.

Idea algún tipo de sistema que os permita comunicaros durante la práctica. Vale que lo ideal es tener tan claro el límite que no se necesite usar una palabra de seguridad que implique parar (sino más bien un código que permita medir las sensaciones para saber si seguir más fuerte o rebajar el nivel de intensidad).

Pero, antes la duda o la falta de práctica, mejor utilizarla.

Mara Mariño

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La confianza en la pareja está muy bien, pero prefiero la comunicación

Si cuando tuve mi primer novio me hubieras preguntado a qué le daba más importancia, te habría dicho la confianza.

Al empezar la veintena, te habría dado la misma respuesta. Ahora, que ya termino esa década, te diría que, por encima de todo, en una relación de pareja valoro la comunicación. Quiero pensar que he madurado.

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Porque que confiéis el uno en el otro está genial, pero poder comunicarte sin filtros, no tiene punto de comparación.

Algunas de mis mayores peleas han sido precisamente porque, por uno de los dos lados, faltaba la claridad a la hora de hablar.

Mis mayores triunfos -la clave del éxito de estar mucho tiempo (y bien) con la misma persona-, han sido gracias a abrirnos por completo sobre cómo nos sentíamos.

Ya que nos pasamos el día hablando, por WhatsApp, por Instagram, haciendo una videollamada, teniendo una cita que empieza un sábado y termina un domingo por la mañana, cualquier diría que comunicarse es lo que nos sale más sencillo y natural.

Pero no solo de hablar va la cosa.

Comunicarse en pareja bien es comprometerte contigo al ser consciente de que la otra persona no tiene un acceso directo a lo que ocurre en tus pensamientos.

Es esforzarte en decir lo que sientes en cada momento y hacérselo saber de una manera sincera y con tacto.

Para mí, la relación perfecta, es con esa persona a la que le puedes decir que necesitas que se vaya porque quieres llorar sola.

Es comentarle de una manera tranquila, que no te ha gustado un comentario y explicarle cómo te hace sentir.

Es poder tener un diálogo maduro porque te preocupa algo de su estilo de vida.

Comunicarse es poner un límite, en la cama y fuera de ella, poder expresar que no quieres hacer esa práctica o que deseas probar cosas nuevas, que no te apetece ver esa película o que no quieres que siga haciendo apuestas deportivas.

Es sincerarte de aquello que más te cuesta admitir, como una relación regulera con su familia, su poca implicación en las tareas compartidas o cuál es el siguiente paso que queréis dar porque quizás, ya no va en la misma dirección.

La tarea de la otra persona es la de recibir esos mensajes sin tomarlos como algo personal, tratando de empatizar y, si entra en conflicto con lo que piensa o siente, buscar un punto intermedio en el que ambos os lleváis (o renunciáis) a algo.

Aunque si me pongo a pensarlo, abrirse de esa forma, está tan relacionado con la comunicación como con la confianza.

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Ya que solo estando al lado de alguien con quien tenemos la seguridad de que nos acepta tal y como somos, nos permitimos sincerarnos.

Y es también una prueba de confianza por su parte, que lo encaje bien, que se lo tome de una manera positiva y vea que hemos sido capaces de expresar algo que podía producirnos desde pequeño un malestar hasta una gran incomodidad.

Así que, la próxima vez que valores la confianza por encima de todas las cosas, haz la reflexión por un momento si es tanta que te permite desnudarte de palabra.

Mara Mariño

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