Archivo de abril, 2022

Hacerlo con ropa: la forma de salir de la rutina que tienes que probar en pareja (o con quien quieras)

¿Sabes el refrán de ‘En casa del herrero, cuchillo de palo’? Pues lo cumplo a la perfección. Mira que tengo juguetes con los que desmelenarme que, la mayoría de las veces, soy más de tirar por lo que tengo más a mano.

Que si un «vamos a la ducha», un pasarme por la cocina a ver si en la nevera hay algo con lo que jugar… A no ser que tengas muy claro que quiero usar algo de mi colección, prefiero dejarme llevar.

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Y es ahí donde entra la práctica que te quiero recomendar para este fin de semana (o para cuando tú quieras, tampoco te obligo a nada), hacerlo con ropa puesta.

O al menos con alguna prenda.

Porque sí, también se pueden echar polvos fantásticos sin estar completamente desnuda. Es un cambio en tu vida sexual muy apañado para el bolsillo y respetuoso con el medio ambiente.

No es solo que no tienes que pasar por ninguna sex shop, sino plantarte delante de tu armario y hacer revisión de lo que puede servirte en estos casos.

Si me preguntas a mí, lo tengo claro. Un top que transparente los pezones (ese que siempre llevas con sujetador), una falda a pelo sin nada por debajo -eso sí, procura no salir de casa por si acaso-…

O, una de mis opciones preferidas, un vestido de tubo lo bastante ajustado como para que remangado no resulte un incordio y lo suficientemente suelto como para que se pueda subir hasta la cintura y usar como punto de agarre.

Ropa de tu día a día que puedas reciclar en este contexto y luego, tras terminar puedas seguir usando como si nada. Lo que, dicho sea de paso, también me parece bastante erótico.

Aunque también soy muy fan de aprovechar para estas ocasiones las prendas que ya van pidiendo la jubilación. Como por ejemplo, las medias que ya tienen pelotillas.

Hazles (o mejor, pídele que haga) un agujero en la costura del centro y déjatelas puestas sin renunciar a que tenga acceso directo.

Puedes marcarte también la clásica de las películas y ponerte su camiseta o camisa, bien arremangada o semiabierta, para que luego, una vez se la lleve, el recuerdo de cómo la usasteis juntos, forme parte de la fantasía.

O en otras palabras, no volverás a ver tu armario con los mismos ojos.

Y, en cuanto a vosotros -no cariños, no me he olvidado de mis lectores-, os han vendido la moto de que la ropa masculina no es sexy.

Bien, dejad que os cambie el chip porque para empezar, que sea sexy o no es algo que os tiene que dar igual. Nos atraéis vosotros.

Sí, llevar un pantalón sin nada por debajo y que nos sorprendáis deslizando nuestra mano por la abertura de la cremallera es tan buena opción como dejaros el cinturón desabrochado y a mano o la camisa entreabierta.

Que no llevéis nada más que una cazadora y las botas u os dejéis los calzoncillos -el efecto push up de la goma de la cintura bajada, cuando os queda el culo a la vista, es una fantasía para los ojos- son otras opciones con las que también podéis jugar (y de paso entrar en contacto con vuestro lado más sensual).

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Al acabar, eso sí, nada de confiarse y guardar la ropa que ha participado en el armario.

Aún recuerdo aquella vez que fui al trabajo directamente desde casa de un chico y no me di cuenta de que había manchado el pantalón con un poco de flujo. Eso me pasó por no haberlo revisado tras limitarme a bajarlo un poco.

Los fluidos son traicioneros. Y aunque te pienses que solo la ropa de abajo se arriesga a ser manchada, entre que tocas, agarras y acaricias es más que probable que acabes manchando otras partes.

Mara Mariño

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Pasar del ‘chico malo’ y quedarse con el ‘buen tío’

Tú y yo seguro que compartimos que, lo fácil, que viene en bandeja y no nos supone ningún esfuerzo, deja de interesarnos rápido (si alguna vez nos llamó la atención).

Nos puede el desafío, lo complicado, que nos lleven la contraria -hasta cierto punto-, que nos hagan un lío.

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Esto se traduce, o al menos en mi caso, en engancharme con personas montaña-rusa, que hoy te quieren y mañana te ignoran.

Las mismas que no he llegado a entender porque no querían que lo hiciera.

Llegaba un punto en el que, más que comunicación, sentía que estaba descifrando continuamente lo que podía significar eso que había dicho.

Son también quienes desaparecen cuando la cosa les asusta, aunque eran los primeros que venían diciendo que también querían eso, que estaban preparados para volver a empezar algo nuevo.

Y, cuando más adelante volvían, que no se me ocurriera decir nada de su ausencia.

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Así que, cansada, tuve una intervención conmigo misma. Se había acabado dedicarles mi tiempo y energía.

Desde ese momento, solo iba a conocer más a fondo a la clase de tío con el que me gustaría ver a mi mejor amiga, uno bueno.

Si me ha costado tanto tiempo llegar a la conclusión de que era el momento de dejar al ‘chico malo’ es porque, socialmente, al ‘buen tío’ nos lo pintan menos interesante.

Como si ser tratada bien, con afecto, con respeto, por alguien que se comunica y expresa su sentimientos sin juegos, fuera aburrido.

Amigas, ese es el objetivo.

En que esté ahí cuando tienes un resultado médico que te da miedo recibir, en que te dé espacio cada vez que lo necesitas, sin montarte un escándalo, en que respete tus tiempos y tu vida fuera de la relación, porque es normal que ambos tengáis otros círculos.

En que te escucha cuando algo te preocupa, dedicándote toda su atención. En que te prioriza.

En que no esté contigo como si no estuvierais juntos, yéndose por las ramas a la hora de ponerle nombre a lo vuestro porque eso significaría centrarse solo en ti (y te mereces quien lo haga, si es lo que quieres).

En que te apoye en el trabajo porque ve lo lejos que estás yendo. En que no tenga envidia, no te haga sentir chiquitita, sino que te diga que está ahí para lo que necesites, que no estás sola y sois un equipo.

Así que, por mi parte, dejo a los ‘chicos malos’ donde pertenecen, que en mi caso es el pasado, los libros, las películas y las series de comedia, donde van en motos a 200 km por hora con su chupa de cuero y su inaccesibilidad emocional.

Me quedo con el buen tío. El que va en chándal, llama a su familia con regularidad y me presta un libro, porque sabe que me va a gustar.

Me quedo con lo sexy que me resulta una persona estable y cariñosa.

Mara Mariño

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Tenemos que hablar del acoso que están recibiendo las sexólogas en redes sociales

Irene Negri, Melanie Quintana y Sara Izquierdo tienen algo en común, las tres se dedican a la sexología y utilizan las redes sociales para la divulgación.

También tienen en común que las tres han sido víctimas de acoso sexual, en la misma plataforma, por su profesión.

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Recibir una ‘fotopolla‘ o una invitación sexual de alguien a quien acabas de conocer, es algo a lo que la mayoría de mujeres -por desgracia- nos hemos enfrentado alguna vez. Pero hablando con ellas, me doy cuenta de que esta situación, en su caso, es casi el pan de cada día.

Poco a poco, es un problema que se empieza a denunciar en redes sociales, ya no queda solo entre ellas, como antes. Y la única conclusión, tras compartir el acoso constante con mensajes que se alejan de lo profesional, es que tiene que parar.

Instagram o Facebook son dos herramientas fantásticas para divulgar e interaccionar con seguidores de diferentes edades y partes del mundo. Como afirma Irene, «tu contenido y trabajo se ven expuestos a mayor cantidad de personas».

El problema empieza cuando, en palabras de la sexóloga, «las redes sociales deshumanizan a las personas. La gente es super maleducada, no te saluda no te da las gracias… Tienen esta idea de que nuestro tiempo no vale y si te hacen una pregunta, tienes que responder. De ese lugar parte el acoso».

Melanie pone también en el foco el desconocimiento de su ciencia: «La mayoría de las personas aún hoy en día se piensa que enseñamos a follar bien. En gran parte por ese motivo llegamos a recibir fotopollas no solicitadas, mensajes de hombres que se piensan que enseñamos a follar o que directamente nos dedicamos a follar por dinero y quieren solicitar nuestros ‘servicios’».

«Y digo hombres porque la mayoría que mandan ese tipo de mensajes son hombres cis», afirma.

De las imágenes íntimas a las proposiciones sexuales

«Lo del tema de las fotopollas da para libro y es constante», dice Melanie. «Directamente te abren conversación con la foto o te preguntan si pueden enseñarte algo antes de mandártela. Yo tiendo a bloquearlos pero ha habido ocasiones en los que he denunciado harta de la reiteración».

«Una vez, cansada, a uno le dije que fuera al médico porque tenía una malformación en el glande que era preocupante. Él estaba bien, pero se asustó bastante y declinó en una conversación donde le expliqué los motivos por los que no podía seguir mandando ese tipo de mensajes, y que si se los mandaba a una profesional no esperara otra cosa que no fuera una valoración. El gran problema es que se creen que así nos seducen».

Como ella misma aclara, el sexting no tiene nada que ver con mandar una foto de este estilo. La diferencia es que es una imagen íntima no solicitada.

Otro ejemplo es el que relata Sara Izquierdo cuando ha compartido fotografías suyas en su cuenta.

«Lo que más me sorprendió fue uno que me dijo que me quería hacer de todo», explica. «Te quiero dar placer en esa postura», escribió un seguidor. «Me encantaría comerte el coño y follarte el culo», escribió otro.

«Luego me dijo ‘con perdón’», cuenta Sara. «Realmente se pensaba que estaba siendo educado y que me iba a gustar eso. Se pensaba que no estaba haciendo nada mal con ese comentario».

«Me pasa mucho que tengo seguidores que son súper majos que me responden a todo de buenas, que son simpáticos y punto, pero luego, en cuanto pueden soltar alguna, ya me dicen que o dónde vivo o que si quedamos a tomar algo. En seguida sabes que no están siendo majos, sino que quieren sexo», afirma.

La experiencia de Melanie con las proposiciones sexuales pasa porque incluso ha intentado -como dice ella- ponerse en modo sexóloga, e intentarles explicar que no es la forma de aproximarse de manera íntima a alguien.

«Hay tíos que te mandan mensajes preguntando si pueden follar contigo gratis y cuando les dices que no, y que esa no es forma de entrar a una mujer -porque no activa su deseo-, se enfadan y alegan cosas como ‘pero si eres sexóloga'».

Menos acoso, más educación

Para Melanie, gran culpa de esto la tiene la pornografía que se empieza a consumir a edades muy tempranas: «La interacción con el porno les ha construido unos patrones en la interacción que nada tienen que ver con la realidad o con los patrones de activación del deseo o la seducción».

No quita que, como ella dice, no pueda haber quien se excite con un mensaje directo o una foto privada: «Aunque seguro que haya mujeres que les ponga esto, no se puede dar por hecho. Primero pregunta o conoce a esa tía antes de entrarle así».

«Que seamos mujeres y nos dediquemos a hablar de sexualidad, produce dos cosas. Por un lado un efecto de fascinación, de wow, qué raro lo que haces, qué exótico, qué extraño. Por el otro lado hay esta idea de que si eres sexóloga eres una diosa del sexo, como si esto no fuese una carrera profesional que depende de un montón de conocimientos», explica Irene.

«Es súper frustrante, te encuentras con hombres que tienen estas fantasías y asumen que tienes mucho sexo, asumen que eres muy buena teniendo sexo y asumen que tienes un deseo tan ferviente que, cada día de tu vida, necesitas tener sexo».

Y más allá de las imágenes no solicitadas o las proposiciones, exigir recibir respuesta a cualquier duda es también una forma de acosar a las profesionales.

«Hace poco una persona me preguntaba muy obsesivamente si estaba bien que tuviera un fetichismo de los pies, que qué opinaba yo al respecto… Fue una conversación muy incómoda (no por el fetichismo de los pies), sino por lo insistente que se puso. No aceptar un no también se puede considerar como violencia», dice la sexóloga.

¿Les pasa a los sexólogos hombres?

Hace poco, estando en medio de un directo en Instagram con José Alberto Medina (también psicólogo y sexólogo), un espectador pedía a mi interlocutor que le contestara una consulta personal que le tenía que hacer.

Llegó a tal punto la insistencia que José Alberto, en plena emisión, tuvo que pedirle que por favor le contactara por mensaje privado, en vez de utilizando la sección de comentarios del directo.

Cuando acudió a su bandeja de entrada, se encontró una consulta medio habitual: «Te voy a preguntar algo. Me cuesta ahora empalmarme. ¿Por qué puede ser?».

En esos casos, la respuesta del sexólogo suele ser la de facilitarle su mail, pidiendo que le cuenten un poco sobre el tema, e invitar a hacer la sesión online, lo que hizo también con él.

La sorpresa fue cuando, la respuesta que recibió a su mensaje, fue si lo «quería ver un momento». El psicólogo le aclaró que esa no era una manera profesional de abordar el tema -si ese era su objetivo- y que de otra forma estaría encantado de atenderle.

Curiosamente, por mucho que se ofrece una asesoría online para tratar lo que muchos califican como un ‘problema’, no suelen terminar teniendo lugar. Lo que demuestra que el objetivo de los que contactan no tiene mucho que ver con el ejercicio de los sexólogos.

Así que, con este último ejemplo, hay algo más que debo añadir a la reflexión con la que empezaba el artículo.

Irene, Melanie, Sara y José Alberto, no solo tienen en común su profesión y que, por ejercerla en redes o divulgar conocimientos sobre ella, sufren acoso.

Sino que, quien les acosa, son hombres.

Puedes encontrar en Instagram a todos los participantes de este artículo: Irene Negri (@sexeducando), Melanie Quintana (@mel_apido), Sara Izquierdo (@vozdelagarta) y José Alberto Medina (@sex_esteem).

No es que el preservativo te apriete, sino que te genera ansiedad

No sé cuántas veces he oído la frase de «Es que el preservativo me aprieta». En serio, no lo sé porque rara han sido las ocasiones en que no la he escuchado.

Y voy a ser muy sincera. Los chicos que me lo decían no tenían una tercera pierna, sino más bien tirando a la media.

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Sin embargo, ahí estaba la excusa, lista para ser esgrimida en cuanto preguntaba «¿Tienes condones?».

Aunque también está el otro gran motivo: «Me quita sensibilidad». La conclusión es que, sea por la razón que sea, lo que no quiere es ponérselo.

El riesgo de pillar una ETS o exponerse a un embarazo no deseado no parecen razones con bastante peso como para aguantar lo que pueda resultar una molestia.

Pero, ¿es tan terrible el preservativo o igual es que hay otra razón por la que resistirse a llevarlo?

Porque, si algo suele ir ligado a utilizarlo, es que muchas veces, la erección se resiente.

Antes de que las palabras «disfunción eréctil» empiecen a iluminarse en tu cabeza, como si fueran un letrero luminoso, te diré que no van por ahí los tiros.

Lo que puede suceder es una perdida de erección transitoria y esporádica. Y sí, puede tener relación con la ansiedad que genera la idea de ponérselo.

Mientras que la erección es la respuesta fisiológica que tiene el cuerpo ante el deseo sexual, pensar en las expectativas puede dar lugar a que los pensamientos intrusivos se lleven la erección por delante.

Por un lado, el nivel de exigencia y, por otro, el miedo a ‘no dar la talla’. Esa actitud negativa hacia el preservativo, que se disfraza de «me aprieta» o «me quita sensibilidad» sale de ahí.

Durante la interrupción se anticipa que puede haber una dificultad y se cree que se bajará.

Siendo el cerebro el mayor órgano sexual, si se piensa eso, es probable que termine pasando. De ahí que el miedo al condón no sea tanto que apriete o que cambie la percepción, sino lo que implica.

Esto es algo que también explica José Alberto Medina Martín, psicólogo y sexólogo (@sex_steem en Instagram).

«Creo que también es por el tema de tengo una erección y hay que aprovecharla, que nunca se sabe cuándo la voy a volver a tener. Entonces el paso de ponerse el preservativo es como tiempo perdido que les hace tomar consciencia de la preocupación que tienen», explica.

«Si no tienen que ponerse preservativo, es mucho más rápido, no hay un paso previo, es lineal. Pero cuando hay pasos previos por protección, tomas más consciencia de esa creencia o el estrés que tienes y es incompatible con la respuesta sexual», afirma el psicólogo.

«Sentir que el condón aprieta o quita sensibilidad, es mentalización, una creencia errónea. No es tanto la sensibilidad física, sino la que pueda propiciar el propio cerebro en cuanto al erotismo que se tenga».

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Para contrarrestarlo, las alternativas van al gusto de cada uno. Se puede comentar que eso sucede de manera sincera a la otra persona con un «oye, esto me tensa e igual se me baja un poco».

No hay que callárselo, si se dice a la pareja, seguramente se ponga, literalmente, manos a la obra para recuperar la erección si eso pasa.

También se puede erotizar el momento de ponerlo, la ocasión perfecta para dedicarle un rato a las caricias. Es algo que también recomienda José Alberto: «No es la erótica del látex, pero sí un voy a disfrutarlo, me gusta, recordar que es una barrera fina…».

Pero, sobre todo, de recordarte que la penetración no lo es todo ni el fin del mundo. Es más, hay muchas prácticas muy placenteras con las que se puede disfrutar tanto o más.

Mara Mariño

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La tensión sexual está infravalorada (pero ‘Bridgerton’ lo soluciona)

Ha pasado más de un mes desde que me terminé Bridgerton. De esa fantasía en colores pastel, inglés pomposo y tensión sexual constante.

Porque sí, la serie ha dejado muchas críticas a su paso (la mía incluida), pero hay algo que ha hecho estupendamente. No hay casi sexo, pero se siente el deseo todo el tiempo.

Y la prueba es que, una de las cosas que más se han comentado eran los momentos en los que las miradas de los protagonistas se congelaban, era la respiración.

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Ay… La respiración. Conforme la tensión entre ambos aumentaba, aquello parecía casi una sinfonía de jadeos.

Lo mejor es que a distancia, sin tocarse y aún con toda la ropa puesta, eran capaces de transmitir esas ganas de arrancársela.

Las escenas de sexo han sido contadas -no sé por qué hablo en plural si solo ha habido una-, pero durante toda la serie se ha mantenido el suspense por la atracción entre ellos.

Y puede que en las lujosas fiestas o los vestidos no me sienta identificada. Pero sí en lo que es que tu mano se tropiece con la suya echando una partida al billar.

En una mirada que va de punta a punta del salón cuando estás de fiesta en una casa y lleva un mensaje implícito. «Te lo haría aquí mismo».

Porque esa respiración, nos ha pillado en algún momento. Quizás después de un morreo con lengua, al estilo quinceañero, que te siguen encantando cuando tienes el doble de edad.

Justo en el momento en el que reparas que estás en medio de un parque lleno de gente o un concierto y no puedes desatar los impulsos que aprietan la cremallera del pantalón.

Ahí la respiración es tan pesada como en la serie. Tu cuerpo ya está hiperventilando tras la señal sináptica de que, vas a recibir más sangre, para lo que viene a continuación.

Solo que, al estar en un sitio público, toca controlarte. Respirar hondo y esperar.

La serie consigue lo mismo. Nos lleva tan al límite, que cuando por fin Anthony y Kate se acuestan (que por cierto, bien que el sexo oral sea la estrella de la escena), hemos tenido tanta tensión sexual no resuelta que apenas le damos importancia a ese momento.

Todo lo que ha habido antes entre ellos, el morbo de saber que controlan unas ganas irrefrenables, hace que recuerde que el sexo es genial, pero la anticipación, es mejor.

Construir el deseo puede empezar por un mensaje en Instagram, una conversación de WhatsApp. Y luego continúa con una conversación infinita con una cerveza, y otra. Pides una ración de bravas y pinchas la que tiene más salsa.

Se te resbala por el labio, la retiras. Le miras a los ojos y la conversación se entrelaza porque te das cuenta que su opinión te fascina. Y es como si los cerebros se besaran.

Porque al final, es el mayor órgano sexual del cuerpo y no hay nada como excitarlo con estos preliminares, cargados de excitación, que se pueden hacer a plena luz del día.

Mara Mariño

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Que tenga plantas: la señal de que va a ser buena pareja

Cuando el chico que me gustaba me enseñó su casa, recuerdo que era un punto medio entre una selva de Costa Rica y un vivero.

Además de enseñarme una por una las de su habitación, de vuelta a mi casa no solo examinó a mis pequeñas (las plantas, no otra cosa), sino que me dijo cómo debía regarlas o si era mejor que recibieran luz directa o indirecta del sol.

No digo que fuera la única razón, pero definitivamente, ha ayudado a que me pillara.

mujer riega plantas

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Es curioso el nuevo valor que han adquirido las plantas para los millennials.

Cuando conocías a alguien que no tenía hijos, pero compartía su vida con un animal, veías el potencial que podía tener en el futuro con un retoño de ambos.

Ahora las plantas han ocupado el lugar de las mascotas. Que tenga una monstera es el nuevo «Y que le gusten los perros».

En mi caso, sentía que podía trasladarlo a cómo sería él en la relación. No solo se encargaba de activarse recordatorios para regarlas cada semana.

Se tomaba el tiempo de colocar el platito debajo de la maceta y esperar, con cada una, a que pasaran los minutos que necesitan para absorber el agua.

Además, revisaba las hojas con regularidad, para comprobar la salud de sus hijas verdes, o si tenía que colocarlas en otro lugar porque alcanzaban un tamaño considerable.

Donde él veía la rutina de regado de sus plantas, yo veía su faceta de compromiso y cuidados, dos de las cosas que más valoro en una posible pareja.

No soy la única que ve potencial en que su crush sea un padre o madre de plantas.

En los últimos dos años, algunas de las aplicaciones de ligar como Tinder o Bumble han registrado un aumento de estos términos a la hora de describirse en la biografía.

Son también los que se han colado en el top 10 de los más populares, en la lista de aficiones, y uno de los temas con los que más usuarios de entre 20 y 29 años, han empezado la conversación.

Claro que no significa que quienes no tengan plantas no puedan tener esas características.

Pero, inconscientemente, captamos de quien llena su casa o habitación de plantas, esa madurez o deseo de querer hacerse cargo de algo vivo que no solo respeta, sino que sabe que está completamente a su cargo y depende su vida de que sus necesidades de agua y luz solar estén debidamente cubiertas (si además les pone música para estimular su crecimiento, ni te cuento).

Que entre la agenda de trabajo, segundo trabajo, ir al gimnasio, hacer la compra, quedar con los amigos y llamar a los padres, encuentre hueco para regar las plantas, demuestra que quiere dedicar ese tiempo a algo más que a sí mismo y a armarse de paciencia para verlo crecer poco a poco.

Y también refleja el amor por la naturaleza, la naturalidad y la curiosidad, por supuesto. Porque a esa persona no le importa mancharse de tierra mientras cambia de maceta a la planta que quiere que crezca o cuando se molesta en buscar qué significa que hayan aparecido unos puntitos en las hojas.

Así que, para la próxima que te invite a su casa y busques señales, recuerda en fijarte si tiene plantas (y cómo están cuidadas). Mientras lo haces, yo te dejo, que tengo que regar el potus.

Sí, claro que me regaló una planta la semana pasada.

Mara Mariño

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Más confianza en la cama: así puedes mejorar tu autoestima sexual

Puedes pensar que, por escribir este blog, en mi vida íntima no hay espacio para ningún tipo de vergüenza.

Y si puedo decir que es algo que ha ayudado a que mi manera de concebir el sexo sea más abierta, lo que viene siendo mi autoestima íntima, he tenido que trabajarla por cuenta propia.

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Tener confianza en la cama no es pasarte el día haciendo chistes de sexo o hablando del tema sin parar.

Es más, puede que hagas esas cosas para compensar lo mucho que te cuesta desenvolverte en esa atmósfera.

Lo que sí puedes hacer es dedicarte a ella. Y es algo que va desde aceptarte y entenderte, hasta saber expresarte.

La primera barrera a superar es la de la aceptación física. Que es normal que sea la asignatura pendiente de la mayoría cuando no tenemos los cuerpos que se ven representados no se parecen al nuestro.

Eso lleva a que no nos sintamos bien y busquemos la seguridad de la persiana bajada o la luz apagada para que no quede a la vista esa celulitis, se disimule la tripa.

Empieza por recordarte que todos los cuerpos son bonitos (y lo que es mejor, todos pueden disfrutar independientemente de su largo o ancho), nada de pensar mal de ti mirándote en el espejo.

Cuando estés en plena acción, no dejes que lleguen esos pensamientos intrusivos. Combátelos con lo bien que te está haciendo sentir la otra persona.

Otra estrategia que te puede venir bien es la de vestirte con una prenda especial o hacer algo que te inyecte esa autoestima. Todos tenemos una parte de nuestro cuerpo que nos encanta o que dispara el deseo de la otra persona (a veces incluso coinciden).

Puede ser que te dejes algo puesto y se transparente, el vello del pecho… Da igual siempre y cuando te haga sentir en contacto con tu lado más atractivo. Ponlo en práctica.

Caer en que merecemos el placer, cuando el tema de la exploración o el disfrute es tabú, tampoco ayuda a que tengamos confianza.

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Es más, cuesta sentirse con la seguridad de investigar por nuestros medios. Pero sin ello, no podemos conocernos y, por tanto, es imposible comunicar qué nos gusta.

Para evitarlo, familiarízate con el tema. Mira series que hablen sobre ello (Sex Education es un gran ejemplo), lee sobre ello… Normalízalo en tu vida como normalizas hablar del tiempo.

Cada persona tiene sus propias preferencias en la cama, así que tener confianza es poder contar las tuyas. Peor también, cuando te pilla en el otro lado, escucharlas de manera asertiva y mostrando interés.

Por último, puedes mejorar tu confianza, marcando los límites de lo que sí y lo que no quieres hacer en la cama. De la misma manera, aceptas los de los demás sin tomártelos como un rechazo personal.

Y a ti, ¿se te ocurre alguna otra forma de mejorar tu autoestima sexual?

Mara Mariño

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De mi yo treintañera a mi yo de 20 años: tranquila, el sexo mejorará

Hoy, que he cruzado el umbral del tercer dígito, no podría parecerme mejor momento para analizar como han sido estos últimos diez años.

De ahí que, a ti -mi yo que se estrenaba en la veintena-, haya decidido escribirte esto.

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El sexo mejorará. Tu repertorio de fantasías, también. No le des tanta importancia a que haya un sentimiento detrás cada vez que te bajas las bragas. Es culpa de tu educación católica. Permítete disfrutar sin apegarte a nadie.

Deja de pensar que algo no va bien porque no llegas al orgasmo en la penetración. Estás perfectamente. Sabes cómo pasártelo bien con tu clítoris. Úsalo.

No te preocupes tanto por el tamaño de su pene. Te da igual por el punto anterior. Preocúpate por cómo mueve la lengua.

Sé sincera. No digas que le llamarás si no vas a hacerlo. Admite que no sientes química entre vosotros y que no habrá una segunda cita, así no pierde el tiempo escribiéndote y tú no te sientes tan agobiada cada vez que lo hace.

No le saques defectos a tu cuerpo porque la publicidad te diga que debes hacerlo. Vas a querer a tus celulitis y estrías porque son parte de ti.

Que no, no tienes las tetas pequeñas, así están perfectas.

Masturbarte cuando te duele la regla va a ayudarte a que se te pasen antes los dolores. Ponlo en práctica cuanto antes.

No te hagas la cera en el pubis. Van a dejar de salirte pelos en algunas zonas para siempre.

De hecho, no te obsesiones tanto con la depilación. A mi edad deja de preocuparte cortarte los pelos y te preocupa más cortarte la uña del índice para no arañarte el clítoris.

¿Y esa postura que tanta vergüenza te daba? Ahora es tu favorita.

Mara Mariño

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El problema son los hombres que agreden (y los que les cubren las espaldas)

Es mucha casualidad que todas (o casi) admitimos que hemos experimentado algún tipo de acoso sexual. Pero, curiosamente, no encontrarás un solo hombre que se considere acosador o que admita que se relaciona con ninguno.

La camaradería está por encima de atentar contra la dignidad de una persona, por lo visto.

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Y no hay mayor prueba que lo que ha sucedido con el Xocas, el streamer que ha calificado de «estrategia de ligue» que uno de sus amigos fuera de fiesta sobrio, para poder aprovecharse de mujeres borrachas.

Porque el problema no es solo que el Xocas hable ahora de esto. El problema es el Xocas quedándose callado cada vez que ha visto a su amigo hacerlo.

Nos ponen en peligro los tíos que abusan, por supuesto, pero también los que hacen la vista gorda aún sabiendo que, el comportamiento de su colega, no está bien.

Que ellos paren antes de utilizar un estado alterado de consciencia de una mujer, en su propio beneficio, es aprendizaje, fruto de una educación basada en la igualdad y el respeto.

Pero también resulta de ayuda no recibir el apoyo silencioso de los amigos -o a viva voz felicitándoles en internet delante de millones de seguidores-.

Son siempre los mismos. Puede que no silben por la calle, que no se aprovechen del tumulto de la discoteca para deslizar su mano entre tus piernas o que no manden una foto de sus genitales.

Pero son los que no dicen nada cuando su colega pasa fotos de la chica con la que se está liando por el grupo de Whatsapp, los que no responden a quien hace los chistes de traer a las ucranianas a España.

Los que ríen las gracias, aunque no estén de acuerdo, porque es más importante el respaldo de los demás que lo que está correcto, los que hacen oídos sordos cuando una mujer recibe comentarios por la calle porque no la conocen, no es problema suyo.

Los que te escriben que eres un poco exagerada cuando compartes tuits del acoso que recibes en redes por parte de otros hombres, los que piensan que esto del feminismo no va con ellos.

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Y mientras el Xocas blanquea el delito de la violación (recordemos que es también una agresión sexual atentar contra la libertad de la víctima sin que haya violencia o intimidación y sin que exista el consentimiento previo de esta), ensalzándolo, los demás toman apuntes.

Para la siguiente, buscar la más borracha. Y si es el amigo el que lo hace, es un crack, no pasa nada.

Lo que consigue esta mentalidad, una vez más, es cargarnos a las mujeres con la culpa de que, si nos hacen algo, es por no habernos protegido lo suficiente.

Por haber bebido de más, por habernos vestido de menos, por haber dejado que nos acompañara a casa, por no decirle que parara por miedo a su reacción.

Pero cuando ese razonamiento no se acompaña del resto de violaciones, cuando abusan de ti de día, sobria y llevando un chándal, el foco debería dejar de estar puesto en que la víctima se cuide.

Porque da igual lo que hagamos nosotras. Lo único que nos evita protagonizar la siguiente agresión sexual es que él no decida hacerlo.

Y que los demás no miren hacia otro lado, si pasa delante de sus narices, y pueden evitarlo.

Mara Mariño

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Así le puedes enseñar a que te haga llegar al orgasmo

Soy la primera que sostiene que el orgasmo no es imprescindible para disfrutar del sexo con alguien.

Pero, tampoco voy a engañaros, es un momento incomparable.

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En casa, cuando lo perseguimos por nuestra cuenta, lo tenemos fácil.

El punto de placer de nuestro cuerpo está tan cogido que, basta con ponernos a ello, para llegar enseguida.

Con otra persona es otra historia.

Puedes tener la suerte de que, por un azar del destino, la manera en que te toque sea la que sueles hacer tú.

O bien que a su estilo -nuevo para ti-, dé la casualidad de que también te pone tanto que consigues llegar.

Pero como no suele ser lo habitual, es muy frecuente que nos veamos en la siguiente encrucijada.

¿Le digo algo o le dejo continuar, aunque no vaya a alcanzar el orgasmo?

Mi recomendación es que, si te apetece llegar al clímax, lo comentes, claro que sí.

Pero sí, tienes que ser tú quien tome la iniciativa, porque la otra persona no sabe qué está pasando por tu cabeza. Ni si quieres tener un orgasmo.

Tomarte un minuto para hacérselo saber, sin que corte el rollo, puede ser tan natural, fácil y rápido como decir que así te encanta, pero que te gustaría correrte.

Aunque hay vídeos en Youtube fantásticos para descubrir de qué manera estimular el cuerpo, deja la pantalla a un lado y opta por el método old school.

Por lo que puedes indicarle cómo hacerlo si es algo tan fácil como un “más rápido/despacio/arriba o abajo”.

Si la explicación es más técnica y elaborada, enseña cómo sueles hacerlo para que fiche tu sistema.

Y, la tercera opción, es que cojas la mano/genital/etc y muestres de qué manera tiene que hacerlo, ya sea moviendo su cuerpo o el tuyo para que se haga una idea del método.

Es importante comunicárselo de manera tranquila, sin insinuar que lo está haciendo mal (porque la manera que te gusta a ti y la que sabe hacer la otra persona no es correcta o incorrecta, simplemente la que os gusta a cada uno o habéis aprendido que le gustaba a otra persona).

Y, si eres quien recibe el consejo, no lo encajes como un ataque, nadie nace sabiendo y cada amante es como desbloquear un nivel nuevo de conocimiento del sexo.

Mara Mariño

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