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¿Por qué mi cabeza me boicotea los orgasmos?

Es inexplicable el sabotaje que a veces ejerzo sobre mi persona cuando se trata de llegar al orgasmo. Te pongo en situación.

Me lo estoy pasando bien. Bien nivel la ropa está ya por el suelo, el tanga seguramente perdido debajo de la cama y tengo una cabeza entre las piernas.

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Además, tengo una almohada para estar aún más cómoda y no hay nadie más que nosotros dos en casa.

Respiro hondo y veo cómo mi caja torácica sube y baja. La imagen de mi pecho y su pelo es tan estimulante como las sensaciones que me recorren el cuerpo.

Y, de repente, mi cerebro, hasta ese momento desactivado, cobra vida propia y empieza a hablarme.

«Estás tardando mucho», «No sé, yo creo que hoy no es el día», «Mejor haz otra cosa, no te vas a correr«…

Los pensamientos intrusivos me cortan el rollo hasta el punto que las predicciones mentales se cumplen. Ya no consigo llegar al orgasmo.

Por mucho que él esté ejecutando el cunnilingus perfecto, que el momento y el lugar acompañen y que esté con el deseo por las nubes, siento que el clímax se me escapa cuando le doy vueltas a la cabeza.

Nuestra práctica compartida más visceral necesita que la mente esté en un lugar tranquilo, casi como si se apagara.

Por esa razón, el primer consejo que te puedo dar es dejarte llevar intentando frenar los pensamientos.

Despedirse de lo que genera tensión y esas ideas que solo sirven para distraer y centrarse en las sensaciones del cuerpo.

Pero si no funciona y la vocecita interna se sigue colando en tu polvazo, puedes aprovechar que el cerebro tiene ganas de trabajar y reconducirlo.

Cambia la dirección y acude a esos pensamientos que te excitan, a tus fantasías. Cierra los ojos con fuerza y que sea tu consciente el que potencie lo demás.

Te puede interesar leer: Si tiene los ojos cerrados durante el sexo, ¿está pensando en otra persona?

Y ya puesta a que se cuelen ideas negativas, puedes plantearte también la práctica al revés. En que bajo ningún concepto quieres tener un orgasmo y que si notas como cada vez crece más el placer, estás fallando.

Aquí la psicología inversa también puede ser la solución. Siempre resulta estimulante el pensar que estás haciendo algo ‘prohibido’ (aunque sea por ti)…

Duquesa Doslabios.
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¿Por qué tenemos que parar después de tener un orgasmo ?

Da igual si estás con la persona que más te atrae del mundo, si llevas meses sin tener sexo y sientes que se te han acumulado las ganas o si tu apetito sexual estás por las nubes.

Siempre vas a necesitar parar después de llegar al orgasmo.

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Y la ‘culpa’ la tiene nuestro propio cuerpo por algo que se llama periodo refractario.

Esa fase corresponde al momento que sigue al clímax, cuando las pulsaciones vuelven a bajar el ritmo y la respiración se estabiliza.

Justo después de llegar al orgasmo necesitamos, tanto mujeres como hombres, un periodo de recuperación en el que la excitación baja.

Pero no del todo. También es perfecto para, instantes después, volver a la carga. Tú eliges si tu periodo refractario es el fin de la experiencia o un ‘calienta, que sales’.

Conocer tu periodo refractario es fundamental, porque depende por completo de la persona o incluso ese momento.

Las mujeres solemos tener la capacidad de recuperarnos antes.

Por eso para nosotras es posible volver a la carga al poco tiempo e incluso tener orgasmos casi seguidos (amiga, anímate a conocer tus tiempos).

Para ellos es algo más largo, aunque hacer pis justo después y masajear los testículos de forma suave, son dos consejos que ayudan a que el periodo refractario sea menor.

Ya que se trata de algo natural, lo mejor que podemos hacer es familiarizarnos con nuestra respuesta personal y escuchar al propio cuerpo.

Aun con todo, habrá factores externos -que si el estrés, el cansancio, las prisas o incluso la excitación de nuevo por un fetiche- que pueden modificar estos minutos.

Así que lo mejor que se puede hacer es no agobiarse si se quiere repetir y dejarse guiar por las sensaciones.

Duquesa Doslabios.

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La negación del orgasmo o cuando el objetivo es quedarse a medias

Ponte en situación: estás a puntito de caramelo. Tu cuerpo empieza a temblar sin que lo puedas controlar.

Sabes que los dedos de tus pies han cobrado vida propia y notas una acumulación de tensión en la entrepierna que pide a gritos que te sueltes y te dejes estallar.

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Y justo cuando vas a abrirle las compuertas a un orgasmo espectacular, se te cuela un pensamiento en tu cabeza.

«Creo que el programa de centrifugado ya ha terminado, debería tender ya la ropa antes de que se haga de noche».

Y es así como tu clímax se va de golpe. Sin quererlo, te has provocado un orgasmus interruptus y, como el autobús de esta mañana, se ha ido sin que puedas alcanzarlo.

Tus opciones son dos: dar por finalizado el momento o seguir para ver si llega en un rato. Pero lo habitual es que te acompañe una sensación de impotencia por su pérdida.

¿Cómo te quedas si te digo que esta práctica de quedarse a medias tiene su público?

Lo que para ti es una cortada de rollo, forma parte del universo del BDSM y se conoce como negación del orgasmo.

Es algo que puedes practicar ya sea en el rol dominante o en el sumiso, lo importante es que el final debe quedar interrumpido.

Y no, no se debe confundir con el edging, que consiste en jugar con los niveles de excitación propios o de la otra persona sin dejarle llegar al orgasmo durante un tiempo.

Mientras que el edging sí que termina con una fabulosa corrida (más placentera por el juego de ir retrasándola), la gracia de la negación del orgasmo es precisamente cortar el clímax.

Te doy otra razón para que lo practiques si esta no termina de convencerte.

Dejar el orgasmo fuera de la ecuación permitirá que te centres en encontrar placer en otros detalles y que puedas profundizar en el lenguaje del contacto con la otra persona.

¿Te animas a probarlo?

Duquesa Doslabios.

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Por qué es importante que los hombres (también) giman en la cama

El ceño fruncido, el gesto crispado, el cuerpo rígido, las manos hundidas en tu cintura como si no hubiera nada más a lo que aferrarse en todo el mundo.

Y, en unos segundos, la boca semiabierta, la mirada perdida, el pulso por las nubes y la cadera contraída.

Sí, él se ha corrido y ha sido maravilloso.

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Creo que pocas cosas me excitan tanto como ver a un hombre en pleno orgasmo. Es para mí un disparador automático.

Al igual que si gime o jadea desde que empezamos a calentarnos.

Los gemidores (por llamar de alguna manera a quienes expresan su gusto más allá de una respiración fuerte) son una especie en peligro de extinción.

Lo habitual entre los millennials de mi generación, educados por un porno heterosexual básico, es ser más bien discretos.

Han recibido un mensaje contundente de las películas eróticas: tú, como hombre debes ser rudo, dar caña, meter un azote, hacerla gritar de gusto hasta que te clave las uñas. Podrás disfrutar, sí, pero de una manera silenciosa.

Y no es ni porque los hombres tengan un registro vocal más grave y biológicamente sean incapaces de gemir (como he leído en algún sitio) o porque solo entre nosotras haya escandalosas.

Viendo cualquier escena porno al azar en la que estén teniendo sexo un hombre y una mujer damos con la explicación.

Si tenemos en cuenta que las películas eróticas mainstream -las populares- son unos productos pensados en su mayoría para un consumidor heterosexual, lo último que este quiere es planos del hombre más allá de un pene de refilón que entra y sale.

Es raro que al actor se le vea la cara o se le oiga. Justo lo contrario que sucede con la actriz, la protagonista de los primeros planos tanto por su cara como por sus genitales.

Así que con una educación sexual escasa, muchos tienden a imitar lo que sucede en la ficción en su vida íntima. Así que es más probable que, tomando nota de las escenas con las que lleva masturbándose desde su adolescencia, reproduzca el comportamiento silencioso.

Si eso dejando salir algún que otro resoplido, pero poco más.

Lo que esto consigue a la larga es que muchos hombres desarrollen una asociación negativa cuando se trata de hacer ruidos en la cama.

Mientras que asumen de manera natural que es la mujer la que tiene que tener una reacción más parecida a lo que han visto (cuando muchas no nos convertimos en sopranos).

Porno aparte, hay algo que tenemos que recordar. En la cama, cada gesto es un feed back.

Un tirón de pelo puede significar «por ahí no», un empujón «dame más» y un gemido «no te haces una idea de lo mucho que me está gustando esto así que no se te ocurra parar».

Y es algo que funciona en ambas direcciones, así que expresarnos tanto con el cuerpo como con señales vocales sirve de ayuda para que la otra persona sepa si se está disfrutando de la práctica o incluso si está cerca el orgasmo.

Así que ante la duda, amigo, gime, exprésate y gózalo, porque además de servirnos de guía, nos excita.

Duquesa Doslabios.

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Aguanta el orgasmo ahora, llega al clímax más intenso después

Respiras y devuelves la exhalación en forma de jadeo. Cada repetición te sale más intenso, más acelerado, más urgente, más claro.

Lo que está por llegar se encuentra a la vuelta de cualquier embestida y es algo que puedes notar en cómo se arquea tu cuerpo, la forma de galopar de tu pulso o la sensación de acumulación de tensión que solo parece pedir que te liberes para poder explotar.

¿Y si ahí, justo ahí, pararas de golpe? ¿Qué pasaría si, cuando puedes acariciar el clímax, con los primeros indicios de que estás dejándote ir, frenaras?

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Aunque quizás la pregunta es que por qué ibas a querer hacer eso en el momento en el que te encuentras disfrutando al máximo.

De eso trata el edging, parar cuando estás a punto de llegar al orgasmo, una práctica que cada vez se está haciendo más popular al descubrir que, después de esa interrupción, podemos multiplicar nuestro placer.

Una vez se para, solo hay que esperar unos segundos (aquí hay que controlar los tiempos para no perder la excitación) y volver a estimularte por tu cuenta o en compañía hasta que estás, otra vez, al borde del clímax.

Es jugar con el orgasmo al ‘pilla pilla’.

Te doy dos razones para ponerlo en práctica. ¿La primera? Durar más tiempo en la cama, algo aconsejable si, por lo que sea, tienes un día en el que la excitación está por las nubes y quieres que dure más el sexo.

La segunda es porque también se relaciona con mejores orgasmos. De mayor intensidad o duración, queda en tus manos averiguarlo.

Añadiría un tercer beneficio, ya que ayuda a ser consciente de la respuesta sexual tanto en solitario como en pareja. Aprendiendo cómo funcionamos en el sexo es más fácil guiar los encuentros y disfrutarlos tal y como queremos.

Como toda novedad que implica el disfrute personal, el edging se debe practicar por cuenta propia (al menos al principio).

Es la manera de conocer el cuerpo, saber qué técnicas nos llevan al disparadero, si tenemos que bajar el ritmo de la mano o de los dedos. Todo para identificar qué se siente justo antes y quedarse en esa fase.

Una vez has parado, respira hondo, puedes incluso abrir tus ojos. Después vuelve a intentarlo y déjate alcanzarlo.

Notarás que el orgasmo dura más o es más intenso. En cuanto lo tengas controlado, puedes probarlo de la misma forma en pareja.

Piensa que otro punto a favor del edging es que la única forma de controlarlo es probar mediante acierto y error. Y es una excusa tan buena para masturbarse como cualquier otra.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué nunca deberíamos fingir un orgasmo?

No deberíamos mentir. Así, en general. Quitando las mentiras piadosas, me encantaría que viviéramos en un mundo en el que todos fuéramos sinceros y nos dijéramos la verdad (qué ingenua, ¿no?).

Sería tan fácil como «Mira no, no me apetece quedar», «No quiero seguir conociéndote», «No me gustas», «Ya no te quiero» o «Por mucho que sigamos, no voy a correrme».

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Todavía nos cuesta parar de tener sexo si no llegamos al clímax, al orgasmo, ese punto final con solo de percusión y un fuego artificial.

Preferimos hacer cambios sin fin y buscar otras formas de seguir incluso poniendo en práctica posturas que podrían ganarse un hueco en cualquier rutina de acróbata. «Sube la pierna, baja un poco el culo, vamos al suelo, contra la pared, ¿y el chorro de la ducha?».

Todo con tal de evitar parar y decir que no tenemos el día, que no nos encontramos bien, que hace demasiado calor, que el cansancio se empieza a acusar o que igual ya está bien después de dos horas sin parar.

Es una de las razones por las que hay quienes optan por hacer que están teniendo un orgasmo espectacular. «Sí cariño, ya me he corrido, podemos pasar a otra cosa».

Sucede lo mismo con los orgasmos que se fingen para complacer a la otra persona, que no sienta que no ha estado a la altura o que no nos ha hecho disfrutar. Que, ante todo, su ego no sufra.

Especialmente cuando son esos casos de quienes preguntan cada poco tiempo si nos está gustando o si se ha empleado a fondo en una ejecución de sexo oral.

Pero ni con esas fingir el orgasmo debería ser una opción que contempláramos. Deberíamos normalizar que lo hemos pasado bien o que no nos apetece continuar sin que resulte raro ni con la sensación de que ha sido una experiencia incompleta, con ese fleco suelto.

Incluso es preferible coger y decir «Me gusta cómo me estás comiendo pero no tengo la cabeza aquí» que seguir dándole bola a algo que no termina de pasar si no queremos continuar.

Es darle la vuelta al sexo, quitando de la ecuación (o simplemente otorgándole menor peso al orgasmo) y dándole el protagonismo a la afinidad, ese feeling, la química sexual y el placer en general.

Disfrutar del camino en compañía no debería ser una carrera a contrarreloj a ver cuánto se tarda en llegar a la línea de meta. Es un trayecto en el que hay experiencias tan intensas que bien pueden equipararse a un orgasmo.

En definitiva, disfrutando de cada bocado, beso, cachete o caricia y dándole el mismo peso que a cualquier otro momento. Porque igual es que lo tiene (y solo nos queda aprender a disfrutarlo como tal).

Duquesa Doslabios.

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Llegar al clímax a la vez es posible: trucos para compartir el orgasmo

Cuando llevas tanto tiempo llegando al orgasmo a destiempo con la otra persona, correrse a la vez es algo que te parece que solo pasa en las comedias románticas.

Es en las películas cuando los protagonistas alcanzan la cumbre del placer justo en el mismo momento para, después, desenredarse cayendo entre las sábanas.

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Y aunque lo que aparece en pantalla suele formar más parte de la ficción que representar nuestra realidad, que se dé es algo bastante especial. No solo por la sincronización, también por dejarse llevar acompasadamente compartiendo el placer.

Eso no quita que lo importante sea disfrutar, sí, pero para quienes -como yo- pensábamos que era imposible, hay formas de buscar el instante.

Imposible porque casi parecía necesario que se alinearan los planetas y las estrellas para coronarnos juntos.

Con paciencia y una pizca de práctica, podemos poner de nuestra parte para que consigamos el orgasmo compartido.

Ya hablé hace un tiempo de los gatillos sexuales (que no gatillazos), una serie de estímulos que nos hacen corrernos enseguida y pueden ir desde recibir un cachete, un dedo en el culo o, por qué no, palabras al oído.

En cualquier caso, mirarse a los ojos podría ser un buen punto de partida. La excitación de ambos es más fácil de captar si se esta frente a frente que si es mediante una postura en la que no se aprecian las expresiones.

Y no hay nada más morboso que ver cómo alguien experimenta un placer que provocas tú, dicho sea de paso.

Para esos casos en los que uno de los dos toma la delantera, no hay nada como parar sin llegar a frenar. Es decir, cambiar la práctica y dedicarse a tocarse, acariciarse, pellizcarse o chuparse.

También aquí pueden entrar en escena aliados como los juguetes (sobre todo aquellos que más nos aceleran).

Y luego seguir, una vez empatados en excitación, hasta el final.

Duquesa Doslabios.

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Deberías dejarte los calcetines puestos durante el sexo (y la razón científica es sorprendente)

Nunca imaginé que sería yo la primera en defender los calcetines durante el sexo. Más bien, casi podría esperar todo lo contrario.

Sobre todo si tengo en cuenta que son de las primeras cosas que me quito y, si veo que la otra persona lleva puesta, me aseguro de dejarlos tirados por el suelo. Lejos, para que no quepan dudas de cuál es mi postura al respecto.

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Sin embargo me toca retractarme, resulta que llevar los calcetines en ese momento es más beneficioso que perjudicial (por mucho que me corte un poco el rollo).

Las opiniones científicas parecen respaldar su uso. Un estudio de la Universidad de Groningen llegó a esa conclusión y toca que cada pareja se replantee si de verdad merece la pena quitárselos (sobre todo en esta época del año).

Y es que en invierno, llevar calcetines es, más que una opción, la única alternativa a no terminar cogiendo frío.

Tener los pies calientes es lo que consigue que nuestra temperatura corporal se mantenga, aunque bien es cierto que, en los momentos de pasión, el calor no suele ser un problema.

Quizás podría justificar llevarlos pensando en el contraste con el suelo. La sensación de frío también puede ser un freno a la hora de estar cambiando de posición, una razón por la que podría mirarlos con buenos ojos.

Sin embargo, según la investigación de la universidad holandesa, hay mucho más (e igual deberíamos ponerlo en práctica desde ya).

Por lo general, calentar los pies ayuda a que los vasos sanguíneos se dilaten, algo que nos lleva a querer dormir, ya que el cerebro lo interpreta como la señal de que es el momento de dejar de hacer scroll por Instagram y apagar el teléfono.

Sorprendentemente, de la misma forma que aumenta la velocidad de que nos entre el sueño (y nos quedemos dormidos), tendría el mismo efecto a la hora de alcanzar el orgasmo.

Llevando calcetines, un 80% de las parejas que formaron parte del estudio,  llegaron al clímax. Las que no los usaron, lo consiguieron en un 50%.

Así que solo por esa diferencia, ¿no merece ya la pena intentarlo? Eso sí, ojo con los calcetines que escoges.

Si te dejas puestos los que llevas usando todo el día (o esos que tienen un agujero), da igual lo dilatados que tengas tus vasos sanguíneos, la otra persona sí que no va a correrse nunca con esa imagen.

Duquesa Doslabios.

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No eres rara ni estás mal hecha si solo llegas al orgasmo tocándote tú misma

Después de mi primer polvo, llegué a una conclusión: el sexo está sobrevalorado. Fue lo que pensaba mientras salíamos de su portal rumbo a mi casa.

¿Y por esto tanto escándalo? Estaba casi decepcionada después de todas las expectativas que me había hecho sobre ello.

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Las siguientes relaciones sexuales me llevaron al mismo razonamiento. No entendía a qué venía tanta excitación. Vale que había disfrutado del momento, de las caricias y los besos, pero a la hora de la verdad, sentía que yo (conmigo misma) me lo pasaba mejor.

No fue hasta que empecé a poner en práctica cómo me masturbaba en la intimidad, que el sexo acompañada despertó otras sensaciones.

Lo hice de manera instintiva, como respuesta natural a aquel cosquilleo que me recorría el clítoris y que, en la postura en la que estaba en aquel momento, nadie prestaba la más mínima atención.

Aquello ya era otra cosa, por fin iba por buen camino. O, al menos, eso pensé durante unos segundos, hasta que mi pareja de aquel entonces me preguntó que qué hacía.

Lo hizo con cara de susto, como si el acto de llevarme la mano a la vulva significara que estaba fracasando como amante.

Una vez vencido el miedo inicial, explicándole que así me gustaba más, nos dejamos llegar y descubrí, por primera vez, que sí, podía tener orgasmos también en pareja.

El único ¿inconveniente?, que tenía que ‘trabajármelos’ yo.

Y sí, digo inconveniente porque en ninguna película había visto a la protagonista disfrutar de aquella manera. Bastaba que se la metieran para que el polvo se convirtiera en una sucesión de gemidos ininterrumpidos hasta llegar al orgasmo.

Tuve que descubrir que no era yo quien estuviera mal, era la ficción la que no reflejaba mi realidad.

No ponía en duda que hubiera quien pudiera encontrar placer -e incluso llegar al clímax- de aquella manera, pero no era mi caso.

Ni el mío ni el de muchas amigas con las que, pasados los años, acabé hablando del tema. Curiosamente, teníamos en común que, solo estimulándonos de forma externa, conseguíamos corrernos durante la penetración.

Esa revelación me llevó a uno de los puntos más importantes de mi vida (sexual) adulta.

Podía seguir haciendo como si nada, cumpliendo los estereotipos y fingiendo mis orgasmos para que mis acompañantes no sintieran que su participación era insuficiente.

Podía normalizar que el sexo aceptado por la mayoría era eso que veía en la tele o en el ordenador y subirme al carro, aunque implicara que no lo disfrutara plenamente.

Pero eso significaría que mi vida sexual compartida resultaría decepcionante, así como una manera de ocultar algo tan natural de mí misma.

Mi decisión, la que sigue vigente hoy en día, fue tomar el otro camino, el de asumir que, por mucho que no fuera como las mujeres de las películas, lo que me funcionaba era igual de válido.

Y no ajustarme a esa imagen no iba a impedirme disfrutar en la cama. Aunque eso implicara que tuviera que hacerme cargo de mis orgasmos.

Duquesa Doslabios.

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Amiga, si no sabes ni por dónde empezar a tocarte, prueba así

Tuve mucha suerte. La masturbación fue algo sencillo y natural para mí. No necesité que nadie me la descubriera.

Me bastó con dejarme llevar de forma instintiva por lo que mi cuerpo parecía pedir. Y, poco a poco, investigando, viendo qué me gustaba, lo que no me funcionaba y lo que realmente me encantaba, llegaron los orgasmos.

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Claro que no es el caso de todas. Entre que la anatomía femenina debería venir con mapa y manual de instrucciones y que todavía muchas viven sus genitales con vergüenza, me encuentro con mujeres de edades muy diferentes que no saben ni por dónde empezar.

Puede parecer obvio, pero la primera manera de romper el hielo es coger un espejo, sentarse despatarrada en el baño o en la habitación -o en cualquier sitio donde se pueda tener intimidad- y mirar por qué produce tanto escándalo por lo de ahí abajo.

Ese amasijo de pliegues de carne también eres tú. Y ¡eh!, sean del color o tamaño que sea, son tuyos. Hay que celebrarlos porque nos traen muchas alegrías (tal y como vas a aprender en un rato).

Identificar qué es cada cosa, sirve de gran ayuda. No ya solo por saber dónde ir a tocarte, también por si alguna vez notas algún escozor o sangrado fuera de sitio, sepas identificar de dónde viene (y si hay que tomar medidas al respecto).

Primer paso completado, ya quedan más o menos claros los puntos cardinales. Uno de los que más interesan es el norte.

Después de eso, lo ideal sería retirarte a un sitio más cómodo (la cama o el sofá) y recordando lo que has visto, empezar a explorarlo con los dedos.

Aunque si te parece que es ir demasiado al grano, también puedes esperar a que Chris Hemsworth se quite la camiseta en la película (en Extraction tienes la escena a los pocos minutos) o ponerte un podcast de contenido erótico y ver no solo qué sensaciones despierta por abajo, sino en qué parte.

La prueba no falla, es ahí donde tienes que dirigirte. Y ese ‘ahí’ suele ser el clítoris.

Si te acuerdas de la imagen del espejo, caerás en que está cubierto por una especie de capucha. No la retires y simplemente masajea por encima de ella (y cuidado con las uñas).

Hay muchas formas de hacerlo y según vayas conociéndote igual cambias la técnica, pero la más sencilla es utilizar solo la punta de tu dedo índice, ya sea en círculos o de lado a lado.

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A partir de ahí, si sigues insistiendo, notarás como la sensación comienza a ser más intensa. Como si estuvieras cuajando una bola de nieve que crece por momentos.

Ármate de paciencia, respira hondo, deja la mente en blanco y no pares. Centra tu atención en lo que te está transmitiendo tu propio cuerpo y disfruta de los latidos acelerados, los primeros ‘calambres’, el sudor y la respiración agitada, síntomas de que vas por buen camino.

Incluso puedes ‘ayudar’ a que resulte todavía más intensa la presión si contraes los músculos de tu vagina hacia adentro.

A cada una de nosotras le lleva un tiempo distinto. Lo que no te recomiendo es que te estreses y lo dejes, pensando que tardas demasiado y no llegas al orgasmo.

Llegarás, de verdad. Y te darás cuenta porque, justo antes de correrte, tu cuerpo te parecerá una olla a presión que solo quiere explotar.

Pero cuanto más te agobies, te midas y, en definitiva, tengas a tu cerebro preguntándose si estás mal hecha en vez de desconectado porque estás disfrutando, te resultará más difícil disfrutar.

Ahora solo te queda dejar la pantalla, probar a tocarte y repetir las veces que quieras.

Duquesa Doslabios.

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