Entradas etiquetadas como ‘culo’

Los errores que cometes (sin saberlo) cuando practicas sexo anal

De la serie Los errores que cometes (sin saberlo) cuando le haces una felación, y Los errores que cometes (sin saberlo) cuando le haces un cunnilingus, llega el tercer volumen para todos los que tienen curiosidad acerca del sexo por la puerta de atrás.

PIXABAY

«Las cosas no están bien por hechas, sino por bien hechas», una máxima que deberás aplicar a la hora de tener sexo anal ya que estos son los errores más comunes a la hora de ponerse manos a la obra:

  1. Estresarse: el acto de ser enculado empieza en la mente. Para comenzar hay que estar mentalizado de que es una práctica sexual como cualquier otra, que no tiene nada de malo y cuyo fin es el placer. Aquí hemos venido a pasarlo bien.
  2. No ir al baño antes. No digo inflarse a laxantes, una limpieza de colon o usar una pera para ducha íntima. Basta con que hayamos ido al baño un par de horas antes para que tengamos el camino despejado. Y por supuesto lavarnos la zona con agua y jabón.
  3. No excitar. El recto es un músculo, y aunque mentalmente no lo podemos controlar podemos conseguir que se relaje. ¿Cómo? Estando excitados, por lo que lo mejor es estar estimulando el clítoris de manera continua de principio a fin.
  4. No lubricar adecuadamente o directamente no lubricar. Si no hay una adecuada lubricación puede ser la primera y última vez que practiques sexo anal. Piensa que el recto está diseñado como vía de escape, no como zona de carga y por tanto no se humedece naturalmente.
  5. Usar lubricantes de base oleosa es mucho más incómodo que usar uno de base acuosa. El lubricante a base de agua no se convierte en algo pegajoso, y aunque hay que reponerlo más a menudo, es preferible a la hora de tener sexo anal.
  6. Meter el pene directamente. Al ser un músculo, hay que acostumbrarlo previamente. Se puede empezar metiendo un dedo delicadamente (prohibido llevar uñas largas) y una vez entre sin problema pasar al pene.
  7. No usar condón. Independientemente de que a través del ano no exista riesgo de embarazo, sigue siendo una vía de contagio de enfermedades de transmisión sexual, por lo que el condón, además de más higiénico, es obligatorio.
  8. Ser impaciente. Esto no es como el sexo vaginal, no se puede meter nada rápido. Hay que tomarse su tiempo por lo que escoge un momento en el que no tengas ningún tipo de prisa y puedas dedicarle la atención que se merece.
  9. Dar duro. Esto no es una película pornográfica en la que los actores puedan meterse una berenjena por el ano sin sentir ni padecer, por lo que es muy importante la gentileza y ser delicado. El sexo anal es una cuestión de confianza, ya que confías plenamente en que la otra persona va a parar si a uno le duele. Recuerda que el dolor es una señal de que algo está yendo mal. Es mejor parar y volver a empezar varias veces antes que arriesgarse a un desgarro.
  10. La posición inadecuada. Para creativos en la cama ya está el sexo vaginal. En el anal el receptor debe estar relajado, por lo que las posturas más cómodas son la del perrito o tumbados medio de lado. Esta última hace algo más tediosa la penetración pero es la que permite que el receptor pueda estimularse cómodamente mientras el otro trajina a sus espaldas.

Una vez está entro, solo queda disfrutar de los orgasmos estelares, ya que la sensación de placer es mucho más intensa que durante la penetración vaginal (recordad que el clítoris no debe abandonarse en ningún momento), y, también, aguantar las ganas de ir al baño, que son algo normal y simplemente fruto de lo que está pasando detrás.

Duquesa Doslabios.

‘Pegging’: cuando se la metes tú a él

Todos tenemos, aunque intentemos evitarlo, ciertas trabas en la cama. Un límite, una frontera, una línea invisible que mentalmente nos trazamos en algún momento de nuestra vida en la que encontramos la barrera bajada y semáforos intermitentes acompañando el cartel «No pasar».

AMANTIS/GTRES

Para una es hacer una felación, para otra sexo anal, para otra el perrito o hacerlo en el parking de un centro comercial. Aunque para ellos el límite suele estar en el mismo punto: el culo.

Algo tiene el culo que espanta profundamente al hombre heterosexual joven (aunque imagino que al que es más adulto también. Sigo a la espera de que me confirmen mis fuentes). Da lo mismo que acabes de conocerle, que lleves con él años, que os hayáis visto hacer de todo, que se va a cerrar en banda (y en culo) a cualquier cosa que pueda traspasar ese punto.

El pegging precisamente es la práctica sexual que consiste en que la mujer penetre al hombre con un arnés con dildo o strap on (para las que queráis buscarlo en algún vídeo). De esta manera ambos pueden penetrar y ser penetrados por el ano, lo que supone que los dos puedan disfrutar de la sensación placentera e incluir algo nuevo en la cama.

El problema que muchos hombres encuentran con el pegging es precisamente el gigantesco miedo al culo. La insistencia con la que muchos protegen el agujero haría sospechar a cualquiera de que es ahí donde están guardando el carné de «tio hetero» y que cualquier cosa introducida por el ano, les va a hacer perder la tarjeta del club.

Automáticamente, cuando propones hacerlo,más de uno salta con el «Pero si no soy gay» o aún mejor «No creo que me vaya a gustar». En ese momento tú le recuerdas que a ti te ha metido por ese mismo agujero un trozo de carne de tamaño butifarra media. «Ya, pero no es lo mismo, a vosotras os gusta«. Error.

Bueno, error no, sí, nos gusta, sí, es placentero por las terminaciones nerviosas que llegan al ano, pero lo tenemos ambos géneros igual de diseñado. Sin embargo (y más a su favor), la estimulación de la próstata mediante esta práctica puede conducir a orgasmos espectaculares.

El pegging no tiene nada de vergonzoso ni humillante (a no ser que justo la pongas en práctica el día que te has tomado una tiramisú siendo intolerante a la lactosa y termines con las sábanas como un Pollock). No es «algo gay», no te vuelves gay por ponerla en práctica, no vas a ser menos hombre, no se te va a encoger el pene ni vas a empezar a hacer pis sentado (a no ser que quieras).

Es una experiencia como cualquier otra y, aquellos lo bastante atrevidos y liberados mentalmente como para ponerla en práctica, se llevarán una sorpresa muy agradable.

Duquesa Doslabios.

Nalgofilia, esa apasionada filia sexual por los culos hermosos y lustrosos

Querid@s,

Hablemos hoy de parafilias. En la actualidad existen cientos de preferencias y perversiones sexuales atípicas. No se conoce una cifra exacta, pues es un fracaso seguro este empeño de poner número y clasificar toda la diversidad sexual humana, que es infinita.

Este verano las hermanas Jenner subieron a Instagram una foto de sus posaderas y las de sus amigas. Y con ellas llegó el escándalo en las redes.

Si le obsesionan culos como estos, padece usted nalgofilia, la obsesión por cachas descomunales. Pocas cosas en el mundo son tan veneradas como un perfecto par de gloriosas nalgas redondeadas y firmes. A todos nos gusta ver un buen culo –sin que importe demasiado que su dueño sea hombre o mujer-, a pesar de que su principal misión sea el fisiológico arte de defecar y librarnos de nuestras ventosidades, a veces inoloras, a veces fétidas.

La nalgofilia es una de estas perversiones sexuales que llevan loco a más de uno. Mirar unos cachetes inmensos para luego pasar a amasarlos con curiosidad, manosearlos con vicio, hasta batirlos como si fueran mayonesa y lo que se deje el propietario o la propietaria del culo en cuestión es un placer de dioses para muchos mortales que no están libres de este pequeño guilty pleasure.

(GTRES)

(GTRES)

Pandero, culo, glúteo, culazo, pompis, posaderas, nalgas o cachas son algunos de los términos que utilizamos para referirnos a esta poderosa parte de nuestra anatomía. La nalgofilia no solo es una obesesión por los culos de ellas, pues tanto hombres como mujeres padecen esta saludable filia. Históricamente tener un buen culo siempre ha sido sinónimo de gozar de buena salud, ya que unas generosas posaderas podían prevenir el desarrollo de la diabetes y bajos niveles de colesterol.  Lucir un trasero prominente y unas caderas anchas se considera también un símbolo de fertilidad, y en las culturas occidentales se considera una zona erógena del cuerpo femenino, ya que está asociado a los órganos reproductores.

Además está científicamente probado que tener unas nalgas prominentes es un indicador de resistencia a las enfermedades crónicas. El nivel de colesterol que ostentan aquellas mujeres con tremendos culos es menor a la media debido a que sus metabolismos asimilan mejor el azúcar y producen hormonas. Por ello, son menos proclives a sufrir diabetes y problemas de corazón.

“No existe ningún hombre que no fije su mirada en las nalgas de una mujer hermosa que pasa a su lado y que lleva zapatos con tacones altos y una falda ajustada”, comenta la sexóloga alemana Ingolere Ebberfeld, catedrática de la Universidad de Bremen y autora del estudio “El erotismo de las nalgas”. 

Ebberfeld asegura que el impulso de mirar los glúteos es incontrolable y procede de un momento de la evolución en el que la mirada y el trasero se encontraban a la misma altura. En la prehistoria, cuando el hombre se desplazaba a cuatro patas, lo primero que veían los hombres en la hembra era el trasero. Luego, evolucionamos como especie y con ese pasar de los años, los hombres “aprendieron a ser galantes y bien educados a la hora de mirar a los ojos a una mujer. Pero, cuando esta se da vuelta y se aleja, se acaban los buenos modales y los ojos masculinos se clavan en el hermoso y erótico vaivén de esta área”. Mire sino cómo a Obama se le van los ojos en plena cumbre internacional, y su homónimo francés, no solo se cosca, sino que mira también y sonríe.

Obama parece que le esté diciendo Mozaaaa…con ese culo te puedes venir a cagar a la Casa Blanca. Para muchos – independientemente del sexo y la orientación sexual-, las nalgas se alzan poderosas como las partes sexualmente más atractivas, y no pocos se obsesionan hasta sentir la nalgofobia por el propio culo, tanto que son capaces de asegurarlo como hizo la diva latina Jennifer López.

Resulta arduo y trabajoso lograr uno de esos culazos de escándalo- para qué engañarle-, pero todo es posible. Si quiere usted tener unas nalgas dignas de provocarle a alguien nalgofilia, póngase manos a la obra. Le esperan terribles horas de entrenamiento; apuesto a que deben de existir multitud de ejercicios y rutinas deportivas para tonificar las posaderas, esas sobre la que estamos apoyados la mayoría del día. No olvide una buena dieta sana y equilibrada que permita eliminar las grasas y la celulitis que ahí se acumulan para joderle la marrana. El que algo quiere algo le cuesta, pero apuesto que valdrá la pena.

Para ir calentando motores, escuche y vea cómo las Destiny’s Child menean el pompis con mucha gracia al ritmo de Bootylicious. Además de ser el título de este temazo tan bailongo, es un término acuñado por Beyoncé compuesto por ‘Booty’ = Trasero y ‘Delicious’ = Delicioso.

Sacúdalo, meneelo suavecito, muévalo un poquito.

Una duda antes de despedirme, ¿es usted nalgofílico? ¿Cómo no serlo?

 ¡Feliz Sexo!

El placer de mirar

Una cerradura, un pequeño agujero, una ventana, un resquicio… Si cualquiera de estos estuviera a vuestro alcance, si además estuvierais solos en una habitación y supierais que al otro lado de la pared alguien está practicando sexo, ¿echaríais un vistazo?

Yo siempre había pensado que no, no sé bien si por pudor o por rechazo. Supongo que una mezcla de ambos. O quizás porque aún me estremezco del mal cuerpo que se me quedó cuando, a mis 16 años, descubrí a un tipo con la cara pegada al cristal trasero del coche de mi padre mientras pelaba la pava con mi primer novio. Nos llevamos un susto de muerte.

Como mucha gente, siempre había unido a los mirones, también llamados voyeurs, con una connotación peyorativa. Vamos, que los tomaba (y a algunos los sigo tomando, lo admito) por unos pervertidos que se excitaban tocándose mientras observaban porque eran incapaces de conseguir otra cosa. De hecho, el voyeurismo en sí es definido como una conducta, que puede llegar a ser parafílica, caracterizada por la contemplación de personas desnudas o realizando algún tipo de actividad sexual con el objetivo de conseguir excitarse.

a00193482 001Como siempre, y como en todo, hay niveles. Yo nunca lo he hecho, pero hay quien me asegura que explorarlo en pareja puede ser interesante. El cine y la literatura están repletos de historias de amantes que llevan al límite su relación incluyendo a un tercero en su vida íntima, ya sea para mirar o para ser mirados. En este sentido muchos estudios apuntan, además, que todo aquel que disfruta observando es, igual o en cierta medida, exhibicionista.

Y volviendo al principio… De estar en esa habitación, ¿miraríais, o no? Insisto en que yo pensaba que no, hasta este septiembre. Aún no había acabado el verano y tuve que ir al típico bodorrio familiar del que no hay manera de escaquearse. Además era de la parte pija, y malditas las ganas que yo tenía de ir a dejarme un pastizal en viaje, regalo, traje y suite (no había otra cosa) en un club de golf lleno de guiris tan blancos como forrados. Si hay algo con lo que no puedo es con un hombre en pantalones cortos y mocasines…

Pues ahí estaba yo, en el día previo al evento, dispuesta a aguantar estoicamente las charlas y preguntas indiscretas de familiares varios, cuando, al salir de mi habitación no compartida con nadie me topé con la ventana de la suite de enfrente. Ni me hubiera fijado si no hubiera sido porque se oía una débil melodía, se percibía una luz muy tenue y las cortinas (no había persianas) no estaban corridas del todo. Desde mi puerta no se veía nada, había que acercarse para hacerlo, y antes de saber por qué y sin ni siquiera tiempo para preguntármelo me encontré a mí misma junto a la ventana, moderadamente nerviosa por el miedo a ser descubierta. Ni lo pude ni lo quise evitar, así que miré a través del cristal.

Lo que vi aún me perturba. Había un hombre joven, de unos treinta y tantos, moreno y completamente desnudo. Estaba erguido pero de rodillas, en la cama, donde yacía tumbada una mujer rubia a la que no pude ver bien la cara. Tampoco a él, que todo el tiempo se mantuvo de espaldas a mí. Lo vi acariciarla, desde el pelo a los pies pasando por los ojos, los labios, los pechos… toditos los rincones. Y sobre todo, lo vi moverse, lento y acompasado, ese culo perfecto danzando en semicírculos que me resultaban hipnotizantes.

No sé cuánto tiempo pasé allí, observando como la más pervertida de todas las mironas. Solo sé que escuché un ruido, me asusté y salí corriendo. “¿Dónde estabas niña, te estábamos esperando para ir a cenar?”, me espetó mi padre, que me seguirá llamando así incluso el día que cumpla 50 años. “Es que me ha dado un mareo y he tenido que tumbarme un rato”, respondí acalorada. A la mañana siguiente, mientras paseaba por la piscina de aquel pijerío en las horas previas a la boda, no podía dejar de mirar a mi alrededor preguntándome si estaría allí el dueño de aquel culo. La verdad es que me pareció que ninguno de los presentes estaba a la altura. Mejor así, pensé. No fuese a ser que la realidad me arruinase el recuerdo.

Sobre el blanqueamiento anal y la cirugía estética íntima femenina

La primera vez que oí hablar del blanqueamiento anal pensé que era una broma. Fue gracias a Paris Hilton, que reconoció públicamente hace unos años haberse sometido a uno. Se ve que la inquieta muchacha ya se había aburrido de comprarle todo lo comprable a su chihuahua y pensó que estaría genial que su ojete hiciera juego con el tono de su pelo. Esta técnica, conocida como anal bleaching, se puso de moda entre strippers y actores porno, y en menos que canta un gallo se convirtió en el “no va más” de las clínicas estéticas al otro lado del charco, especialmente en Miami, Colombia y Venezuela.

a00603354 271Desconozco el nivel de implantación de dicha práctica en España, aunque haciendo una búsqueda rápida en Google he encontrado varias clínicas en Madrid que ofrecen tratamientos para “blanquear los genitales y la región anal”. Las técnicas van desde cremas decolorantes a peelings químicos y tratamientos con láser. Y como no, ofrecen financiación en “cómodos plazos”. ¿Pero de verdad hay alguien dispuesto a pedir un préstamo o a pagar aunque fuera 15 euros por aclararse el culo? Pero, ¿estamos locos?

Pues parece que sí, porque al buscar información sobre el bleaching me he encontrado, además, con tropecientos artículos que informan de que “las intervenciones de cirugía estética íntima femenina se han duplicado en los´últimos cinco años en España”. Es decir, que cada vez más mujeres deciden pasar por un quirófano para una “lipoescultura del pubis o del monte de Venus”, para estrecharse la vagina, reconstruirse el himen o hacerse una labioplastia. Esto es, recortarse los labios menores, un procedimiento con serio riesgo de disminuir la sensibilidad erógena.

Y digo yo, ¿no teníamos bastante con los complejos tradicionales, los de toda la vida, que ahora tenemos que importar las gilipolleces y excentricidades de cualquier idiota? Que una cosa es hacerse las ingles brasileñas y otra muy distinta acabar con un láser tipo Darth Vader chamuscándote el periné. Como si el macizo de turno se fuera a ir a la cama contigo solo porque tuvieras el ano más blanquito del lugar. A menos que se trate de un racista anal, claro está.

Aunque no sé, igual estoy exagerando. ¿Vosotros qué pensais? ¿Es una mejora como otra cualquiera? ¿Merece la pena? ¿Le dais importancia a esos detalles?