Archivo de diciembre, 2020

El doble drama de romper una relación antes de Navidad

Sabía que iba a llegar este momento tarde o temprano. Así como sé que van a llegar muchos otros igual de amargos.

Sí, hoy he puesto el árbol de Navidad.

PIXABAY

Y no ha sido el nuestro, ese que compramos hace justo un año para que hiciera juego con nuestra casa de aquel momento y todas las que vinieran por delante. Los hogares que, independientemente del barrio de Madrid, crearíamos juntos.

Pero no. Como si de un Grinch te trataras, me has robado la Navidad.

Lo peor de todo es que sabías que las fiestas de 2020 ya iban a ser lo bastante duras para mí.

Como me he prohibido hablarte, me toca desahogarme por aquí. El mismo sitio por el que apenas te pasabas en nuestros años de relación.

Primero coloqué un adorno. Luego otro. Al tercero ya me estaba rompiendo.

Ni siquiera pasó por mi cabeza llevarme la caja de nuestra decoración navideña cuando recogía de forma apresurada mis pertenencias.

No tenía sentido pensar en una Navidad sin ti. En caer en que aquello era -esta vez sí- el final.

Pero tengo que asumir que el 6 de enero de 2021 no nos haremos nuestra clásica foto que siempre te insistía en repetir. Yo sentada en tu regazo y mirándonos el uno al otro.

En mi mesa navideña habrá dos huecos inmensos. Uno el de ella y el otro el tuyo. Que, aunque no hubiéramos podido reunirnos, los sentiré como si realmente faltaran los juegos de plato y cubiertos.

En todo eso estaba pensando cuando llegó un abrazo de mi madre al vuelo, esos que son tan reparadores como un oasis en mitad del desierto.

Y aunque me insistió en que dejara de hacerlo, que ya pondría ella el resto de adornos, hice de lágrimas gasolina para no frenar.

Porque si algo me ha enseñado 2020 es que la vida hay que celebrarla, cada pequeño momento.

Incluso si tú ya no formas parte de ella.

Duquesa Doslabios.

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Forzar la atención, uno de los mayores errores que cometemos al conocer a alguien

Por mucho que pueda parecernos atractiva una persona, la química nunca está garantizada. No, ni siquiera aunque veamos que, sobre el papel, nos resulta perfecta.

Tiene todo lo que buscamos, desde un amor reverencial por las tablas de quesos a pasión por los perros. Se ha visto todas las películas de Star Wars y su resumen de Spotify del año parece un clon del nuestro.

PULL&BEAR

Sin embargo, la cosa no llega a cuajar. Y es cuando, en muchos casos y sin darnos cuenta, terminamos forzando que, algo que no fluye de manera natural, suceda.

Cuando hay una conexión, es como si el universo hiciera ‘clic’. Como si de repente las pilas de la conversación, las ganas de conocer más, de quedar constantemente, se hubieran cargado al máximo hasta el punto de que se convierten en inagotables.

Cuando eso no pasa, podemos llegar a agobiarnos. La tentación de ‘abrirle los ojos’ a la otra persona de nuestra altísima compatibilidad, es demasiado grande.

Pero claro, ¿cómo vamos a dejar que se nos escape? O, más bien -y aquí nos pierde la autoestima-, ¿que nos escapemos de su radar?

En ese punto, podemos cruzar la fina línea entre dejar que las cosas surjan y presionar. Forzar una conversación sin fuelle a base de infinitos «¿Qué tal la mañana (o la tarde o la noche)?».

Reconducir el diálogo a los temas que, previamente estudiados en el proceso de investigación del feed de su cuenta personal, sabemos que pueden hacer que la otra persona muerda el anzuelo y nos siga la corriente.

De la misma manera, una exagerada interacción en sus redes sociales (no tienes que reaccionar a todas sus historias, incluso a aquella en la que aparecen sus apuntes apilados) o estar lanzando indirectas en tu propio perfil con canciones o frases hechas -una serie de estrategias para llamar la atención-, tampoco funcionan si no hay interés por el otro lado.

Y entonces llega la contrapartida, las señales que nos negamos a ver de que estamos estirando demasiado el chicle.

Contestaciones a base de monosílabos o de manera vaga que terminan convirtiéndose en ‘Visto’ y los dos tics azules son otras banderas rojas. Si no paramos, la conversación se acaba transformando en un monólogo cada vez más incómodo.

Una serie de acciones que nos van llevando a la antesala del ghosting.

La conclusión es que, por mucha pena que nos dé que quien nos gusta no sea capaz de experimentar la misma sensación que podemos tener de que aquello funcionaría, es mejor no aferrarse demasiado a nuestra idea y soltar.

Entender que no es ahí, no obsesionarnos y seguir adelante. La persona apropiada no necesitará que tengamos que ponernos una y otra vez delante de sus narices.

Duquesa Doslabios.

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La teoría del teléfono sexual

Hoy quiero compartiros una de mis teorías. Es una hipótesis de la que no tengo ninguna prueba, pero tampoco ninguna duda.

El tema del banquillo nos resulta muy familiar, eso de estar esperando a que la persona que nos gusta nos dé alguna señal de que podemos salir al campo a jugar es una posición que la mayoría hemos ocupado en algún momento.

BERSHKA

Relacionado con eso, el otro día le comentaba a un amigo que, en el caso de tener ganas, cualquiera puede echar un polvo.

Bueno, no voy a firmar al 100% el todos porque siempre puede haber un incel enfadado con las mujeres con el que realmente ninguna quiera acostarse.

Pero quitando ese caso, tener sexo es tan fácil como desbloquear el teléfono.

El banquillo es el encargado de que tengamos claro qué número buscar en la agenda para mandarle un Whatsapp si lo que queremos es compañía.

Lo bueno de esta teoría es que es escalable. De la misma manera que se nos viene (al menos) un nombre a la cabeza, también seríamos el número de alguien.

Mi amigo me confirmaba que, si él fuera el teléfono sexual de Scarlett Johansson, iría volando a donde estuviera.

Y le entiendo a la perfección. Tengo claro que, si Zac Efron descubriera que ahora estoy soltera, sería capaz de cruzarme el Atlántico en la tabla en la que estuvo flotando Rose tras el hundimiento del Titanic.

¿Significa que, más allá de los famosos por los que sentimos un amor platónico, rozamos el umbral de la desesperación por ciertas personas? Pues quizás en algunos casos, en otros puede significar que simplemente tenemos la espinita clavada.

De todas formas (y por suerte) en nuestra mano está si tomamos la decisión de marcar o contestar.

Duquesa Doslabios.

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¿Y si esta es la mejor época para tener sexo anal?

Yo lo tengo claro, el mejor momento para tener sexo anal es cuando apetezca. Lo mismo que con el resto de prácticas sexuales, claro.

Pero, si me pongo a pensar en la situación que estamos viviendo actualmente, con toda la crisis sanitaria, las limitaciones de aforo y el control de desplazamientos, llego a la conclusión de que puede que no sea la mejor etapa para relacionarnos.

Sin embargo, es especialmente buena para practicar sexo anal.

CALVIN KLEIN

Que las reuniones familiares, los viajes con las amigas o las celebraciones masivas que antes copaban los fines de semana hayan desaparecido de la agenda nos ha llevado a un día a día mucho más íntimo en nuestras casas.

Ya no tenemos (o al menos no con tanta frecuencia) el agobio de salir corriendo porque llegamos tarde o las prisas por limpiar antes de que lleguen los invitados.

Si a eso le sumamos que se ha extendido el teletrabajo, el tiempo ya no es un problema. Tenemos todo el del mundo para prepararnos para el sexo.

Porque sí, aunque es una práctica muy común, necesita ser tratada de una forma algo distinta, de ahí que muchas veces cometamos errores sin ser muy conscientes de ello.

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En ningún otro momento habíamos tenido tanta privacidad como ahora ya que pasamos gran parte del tiempo en casa, de ahí que sea mucho más sencillo organizarse, adquirir todo lo necesario (el preservativo y un lubricante de base acuosa son imprescindibles) e incluso poder ir al baño con calma en cualquier momento.

Y es que un estado anímico relajado es el punto de partida, seguido de la alta excitación.

Sin más compromisos que el de pasar las tardes en casa ni prisas, la estimulación será más protagonista que nunca.

Así que, por mucho que veamos con ganas esa vuelta a la normalidad (la verdadera), ¿por qué no disfrutar el tiempo que nos queda juntos en casa dedicándonos a probar (o repetir) la experiencia?

Duquesa Doslabios.

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