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Forzar la atención, uno de los mayores errores que cometemos al conocer a alguien

Por mucho que pueda parecernos atractiva una persona, la química nunca está garantizada. No, ni siquiera aunque veamos que, sobre el papel, nos resulta perfecta.

Tiene todo lo que buscamos, desde un amor reverencial por las tablas de quesos a pasión por los perros. Se ha visto todas las películas de Star Wars y su resumen de Spotify del año parece un clon del nuestro.

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Sin embargo, la cosa no llega a cuajar. Y es cuando, en muchos casos y sin darnos cuenta, terminamos forzando que, algo que no fluye de manera natural, suceda.

Cuando hay una conexión, es como si el universo hiciera ‘clic’. Como si de repente las pilas de la conversación, las ganas de conocer más, de quedar constantemente, se hubieran cargado al máximo hasta el punto de que se convierten en inagotables.

Cuando eso no pasa, podemos llegar a agobiarnos. La tentación de ‘abrirle los ojos’ a la otra persona de nuestra altísima compatibilidad, es demasiado grande.

Pero claro, ¿cómo vamos a dejar que se nos escape? O, más bien -y aquí nos pierde la autoestima-, ¿que nos escapemos de su radar?

En ese punto, podemos cruzar la fina línea entre dejar que las cosas surjan y presionar. Forzar una conversación sin fuelle a base de infinitos «¿Qué tal la mañana (o la tarde o la noche)?».

Reconducir el diálogo a los temas que, previamente estudiados en el proceso de investigación del feed de su cuenta personal, sabemos que pueden hacer que la otra persona muerda el anzuelo y nos siga la corriente.

De la misma manera, una exagerada interacción en sus redes sociales (no tienes que reaccionar a todas sus historias, incluso a aquella en la que aparecen sus apuntes apilados) o estar lanzando indirectas en tu propio perfil con canciones o frases hechas -una serie de estrategias para llamar la atención-, tampoco funcionan si no hay interés por el otro lado.

Y entonces llega la contrapartida, las señales que nos negamos a ver de que estamos estirando demasiado el chicle.

Contestaciones a base de monosílabos o de manera vaga que terminan convirtiéndose en ‘Visto’ y los dos tics azules son otras banderas rojas. Si no paramos, la conversación se acaba transformando en un monólogo cada vez más incómodo.

Una serie de acciones que nos van llevando a la antesala del ghosting.

La conclusión es que, por mucha pena que nos dé que quien nos gusta no sea capaz de experimentar la misma sensación que podemos tener de que aquello funcionaría, es mejor no aferrarse demasiado a nuestra idea y soltar.

Entender que no es ahí, no obsesionarnos y seguir adelante. La persona apropiada no necesitará que tengamos que ponernos una y otra vez delante de sus narices.

Duquesa Doslabios.

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