“Tengo tu foto que no deja de mirarme de reojo, y tu luna, que guarda lo que tú dijiste, una etapa de mi vida. Solo dos semanas, dos. Pero me has regalado días que hacen pasar desapercibidos a todos los anteriores. Ahora solo me quedan el vacío y una cabeza llena de lo que pudo haber sido, pero ha merecido la pena. Es como cuando te comes un caramelo y te quedas dormido, que al despertar ya no hay caramelo y en su lugar está toda su esencia, todo para lo que fue elaborado. Dulce ausencia. Eso es lo que me queda de ti. Dulce, suave, cálida… pero ausente. Aun así sigues siendo mi película favorita, eres la primera opción de mi cabeza cuando le da por bucear entre risas y buenos momentos. Hacer el amor como sólo sabemos hacer los peces fue lo mejor…”
Es un trozo del email de despedida que ha recibido una amiga, recién llegada de vacaciones. El lugar no importa, ni las circunstancias del viaje, ni su situación personal. El caso es que la historia, por motivos varios que no me deja contar, no puede ser. Tenía fecha de caducidad desde el principio, sus dos protagonistas lo sabían, y quizá por eso haya sido tan arrolladora y les haya calado tanto. Lo cuenta entre lágrimas, triste por la pérdida y a la vez feliz por lo vivido. “Eso no me lo quitará nadie”, dice.
Un amigo común sostiene que los amores estivales son los que dejan más huella. Cortos e intensos por definición. Inolvidables. Como diría Sabina, “hay amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno”. En este caso, un corto verano, o ni eso. Con tanta cháchara sobre el tema no pude evitar echar la vista atrás y hacer memoria. Casualidad o no, y más allá de las relaciones largas que he tenido, es verdad que las historias que recuerdo con especial cariño, en ese lugar a prueba de balas y olvido, son aquellas que tienen de fondo elementos relacionados con el verano. Mar, sol, aire libre, el ahora, el escenario cambiado y la rutina suspendida, sensación de libertad…
Los expertos explican el fenómeno alegando que se trata de un tiempo y un espacio en los que las personas que se ven inmersas en una aventura se permiten ser diferentes. Aceptan otras reglas de juego y hacen cosas que el resto del año no harían. Cierto o no, ¿Quién no recuerda con una sonrisa nostálgica un amor veraniego? Que se lo digan si no al protagonista de Verano del 42. Maravillosa película, por cierto.
PD. Estaré de vacaciones en agosto. ¡¡¡¡Nos vemos a la vuelta!!!!