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Las razones para dejar de decir «Tengo novio» cuando quieras rechazar a una persona que no te interesa

Yo lo he hecho, tú lo has hecho y tu amiga a la que le has pasado esto por WhatsApp, porque nada más leer el titular te ha venido a la cabeza, lo ha hecho.

Pero primero lo primero: ¿me sigues en Twitter o Facebook? Bien, ahora podemos continuar.

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El «Tengo novio» es el comodín equivalente a la pizza de Casa Tarradellas cuando no te apetece cocinar: fácil y rápido. Nada más utilizarlo ya tienes resultados. Con lo poco que nos gusta lidiar con los insistentes, lo raro sería no recurrir a la frase.

Pero al usar el «Tengo novio» no le haces un favor a nadie. Quizás ganes que te dejen tranquila momentáneamente, pero no solucionas el problema.

La primera razón para no usar el «Tengo novio» es porque suele ser una excusa barata que, en realidad, quiere decir «No me interesas pero no quiero que sigas dándome conversación/insistiendo/perder el tiempo explicándote por qué no quiero nada contigo, por lo que con esto te quito de encima más rápidamente». Sé honesta. Si no te gusta, dilo.

Porque decir «Tengo novio» puede dar pie a que piense que, si no lo tuvieras, tendría posibilidades contigo. Y, seamos sinceras, no es el compromiso por tu pareja lo que impide que corras en brazos de ningún otro (si lo tienes).

Es por ello que el segundo motivo para no utilizar la fórmula es que hay quienes se hacen ilusiones y pueden pensar que, aunque hayan sido invitados a sentarse en el banquillo, pueden ser requeridos en el campo de juego con la condición de que desaparezca el titular.

En tercer lugar porque los hombres no son de cerámica. No se van a romper. Si alguien no te gusta, opta por la sinceridad y deja las cosas claras: «Lo siento pero no estoy interesada». Ya está. No se le puede gustar a todo el mundo y no conozco a nadie que nunca en su vida haya recibido calabazas.

Tu novio, si es que lo tienes, no es un escudo humano. No es una excusa. Utilizarlo como justificación deja entrever que quizás estarías con esa otra persona de no ser porque estás inmersa en una relación previa (que igual en la minoría de casos es así).

No dices «Estoy enamorada» o «Mi corazón pertenece a otra persona». Dices «Tengo novio» como cuando en clase decías «Tengo pis» para salir a dar una vuelta por el pasillo del colegio a despejarte un rato o perder tiempo de la lección de química.

Por último, enseñemos y entendamos que expresar nuestra falta de interés es un motivo suficiente para que nos dejen tranquilas y no que solo se asusten de «la presa» porque ya «ha sido cazada» por el «macho alfa». No estamos en la jungla.

Así que a partir de ahora, déjate de excusas baratas (por muy rápidas y efectivas que hayan sido hasta ahora) y simplemente da tus razones, porque son totalmente respetables.

Duquesa Doslabios.

¿Tu relación no funciona? Igual no le estás prestando atención a estos detalles

No está remunerado, pero muchas veces tengo la sensación de que mantener una relación es un trabajo a tiempo completo. Requiere tiempo, dedicación, energía… Es, como una vez me dijo una amiga, «como llevar un negocio».

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Establecemos conexiones que se convierten en relaciones porque damos con alguien con quien compartimos cosas y nos aporta felicidad. Pero es algo que debemos cuidar siempre.

Entonces, ¿cuál es el truco para que funcione?

Hablar con el corazón de todo lo que podamos necesitar. La honestidad es algo básico, ya sea porque necesitamos más cercanía o más espacio. Una pareja que puede tratar de todos los temas de manera abierta crea un espacio seguro en el que todo puede salir con la confianza: deseos, necesidades, miedos, aspiraciones… Compartir estas cosas con tu pareja hace que ambos os conozcáis mejor.

Ten siempre, también, la mente abierta, intenta no juzgar a tu pareja. No ya solo porque dentro de la cama le gusta que te pongas algo que a ti a lo mejor te parece raro, sino respecto a todos los temas: política, gustos, religión… No es necesario que compartas todo absolutamente con él, pero sí que lo tengas en consideración. El respeto es básico.

No critiques a no ser que sea de manera constructiva, y procura encontrar el momento. Esa comida familiar puede que no sea el sitio más adecuado para recordarle que siempre deja gotas de pis fuera de la taza del váter. Intenta no usar sus pequeños defectos (que todos tenemos) en su contra. Hazle saber que le valoras siempre.

Comparte, comparte cosas tan ridículas como el postre, una cerveza y termina compartiendo cosas grandes como experiencias, viajes, vivencias… Crea recuerdos. Todo eso fortalecerá vuestro vínculo.

Tu pareja, tu prioridad. Puede que tengas un trabajo muy estresante, una vida familiar que te exige mucho y un montón de cosas más, pero eso no significa que tu pareja deba estar a un lado. Haz que sea partícipe de tu vida y que le des la importancia que se merece. A fin de cuentas, si no se la estás dando, ¿para qué estás en pareja?

Nunca des el amor (ni a la persona) por sentado. Que para ti todo esté yendo de maravilla, no tiene por qué significar que tu pareja tenga la misma concepción de la relación. No escatimes en recursos para conocer y trabajar en vuestra relación.

Pero, sobre todo, quiere, quiere mucho y sin parar, porque queriendo el resto de cosas no supondrán para ti ningún problema.

Duquesa Doslabios.

Amores interrumpidos, amores eternos

Había oído hablar de él toda mi vida, desde que tenía uso de razón. Pepe Cabello, el pintor. El gran y único amor de mi tía Paca. Tardé años en oírselo nombrar a ella, que vivía aparentemente ajena a los comentarios y chismorreos que sobre su vida y su pasado hacían familiares y amigos. Siempre a sus espaldas, eso sí: “Pobre, tan buena y tan sola”, “ha sido incapaz de rehacer su vida desde entonces”, “si no hubiera sido tan cabezota…” Mi curiosidad crecía cada día, pero siempre que preguntaba me respondieron con evasivas. Al fin y al cabo, yo solo era una niña.

Paca era mi tía “la solterona”. Tía abuela, en realidad, pero se ve que su condición de no-casada la convertía a nuestros ojos en una especie de tía universal que siempre estaba cuando la necesitábamos, capaz de cuidar de todo y a todos. Era extremadamente cariñosa, detallista y poseía una alegría contagiosa; todo le hacía gracia. Pero un día, mientras paseábamos las dos por la Plaza Alta, la de las palomas, se le heló la sonrisa en la cara. Tardé en darme cuenta porque me había acercado un momento al quiosco a por pipas, y hasta que no me di la vuelta no vi a aquel hombre, del brazo de una señora, parado frente a mi tía. Para cuando los alcancé, la conversación ya estaba iniciada.

—Hace ya seis meses que regresé. Que regresamos —dijo él, mirando fugazmente a la que a todas vistas era su mujer—. La jubilación, ya sabes… Es raro que no nos hayamos encontrado antes, esta es una ciudad pequeña”.

—Uy, ya no tanto… ha crecido mucho, no es la que era. Te habrá costado reconocerla…

—Está distinta, sí, pero en esencia sigue siendo la misma. Algunas cosas no cambian nunca.

A mi tía le temblaba ligeramente la barbilla y él me miró.

—¿Tu hija?

—No, mi sobrina —aclaró ella, y aunque sonreía, o al menos lo intentaba, no pudo evitar que se le ensombreciera el rostro. Tenía los ojos acuosos.

Se hizo un silencio demasiado largo —incluso una niña podía darse cuenta de eso—, hasta que la mujer que colgaba del brazo del hombre, visiblemente incómoda, carraspeó. Por un momento creí que iba a decir algo, pero no dijo nada. Ahora pienso que quizás estaba invitando a su marido a presentarla, pero aquello no sucedió. Solo miradas y más silencio incómodo.

—Bueno, me alegro de verte, Pepe, que disfrutéis del regreso —dijo mi tía mientras tiraba de mi mano—. Tenemos que irnos.

Él hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida y la mujer sonrió, educada. Ya caminaban hacia la Calle Ancha, cuando se volvió.

—Paca…

Ella se dio la vuelta, expectante.

—Me ha gustado mucho volver a verte.

Cuando se es muy joven se tiende a creer, por error, que el amor no es cosa de mayores. No es un pensamiento consciente, es algo interiorizado, que sale sin querer. Uno cree que sus calores y anhelos, sus vaivenes y navajazos son patrimonio exclusivo de la juventud. Cuando se es muy joven nadie se imagina a un señor o una señora de 60 años temblando por la cercanía de otra persona, o con el corazón a mil, o simplemente hecho trizas por lo que fue, por lo que ya no, por lo que pudo haber sido. Cuando se es muy joven, a menudo, se está equivocado.

Aquella tarde Paca y yo anduvimos de vuelta a su casa. Ni ella ni yo dijimos una palabra, aunque juraría que le vi alguna que otra lágrima. Casi podía tocar su tristeza.

Años después, cuando mi tía enfermó, le conté a mi madre aquel episodio de la plaza y lo triste que había visto a la tía. Entonces ella me contó que ese debía de ser Pepe Cabello, su amor de juventud y el único novio que había tenido. Al parecer estaban muy enamorados e iban a casarse. Pero en aquellos años España no era un buen lugar para el amor… Como muchos otros, en esos tiempos de oscuridad y represión Paca y Pepe necesitaban de una carabina para poder verse. Sí, una de esas señoras mayores que acompañaban a las chicas jóvenes en sus citas para asegurarse de que no hacían nada indecente. En su caso, una prima de ella bastante mayor, Luisa, que a su vez arrastraba la amargura de un amor truncado por ser él más joven que ella. Luisa, a la que prohibieron casarse con ese hombre. Luisa, que se quedó para vestir santos. Luisa, que si no se casaba ella no se casaba nadie.

Y así, hizo todo lo posible por boicotear aquella relación. Si querían estar juntos, tenían que ir a donde ella quisiera y hacer lo que a ella le diera la gana. Si protestaban, se negaba a acompañarles y ya no había cita. Un día, en plena semana santa, Pepe pidió a su novia que fueran al balcón que había preparado su familia para ver la procesión. Luisa se negó, y el hombre ya no pudo más. “Estoy harto de que tu prima nos mangonee. Si no vienes esto se termina, Paca. O ella o yo”. Algo así debió de decirle. Pero Pepe no entendía que no se trataba de él o Luisa, sino de él y todo un régimen. ¿Cómo iba ella sola a poder dinamitarlo? Dolor, orgullo, llantos… y Luisa malmetiendo. Al final se canceló la boda y Pepe se fue de la ciudad, que por aquel entonces era más bien un pueblo.

Ignoro si volvieron a verse. Mi tía murió a los 66 años de un cáncer. Pepe, su Pepe, solo la sobrevivió un par de meses, aquejado del mismo mal. Están enterrados en el mismo cementerio, a no demasiados metros de distancia. Cerca, pero sin tocarse… como cuando estaban vivos.

Y en su casa, bajo la cama, una vieja lata llena de fotos.

PACA Y PEPE

PACA Y PEPE

Mentiras arriesgadas: descubrir de repente que tu novio es un stripper

Podría ser el guión de una película. Mala, sí, pero peores las he visto. Resulta que Miriam, amiguísima querida, llevaba más de un año en paro y hace un par de semanas, tras numerosas pruebas y entrevistas, consiguió un sí como una casa para un ansiado puesto de trabajo. No uno cualquiera, sino uno con el que llevaba años soñando. Al fin algo le salía bien a esta amiga mía tan buena como gafe, todo hay que decirlo.

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Pues bien, Miriam decidió que había que celebrarlo por todo lo alto. Llevaba meses deprimida por la falta de curro y porque su novio, un cretino que nunca me gustó, no le hacía ni caso. El tipo siempre estaba demasiado ocupado sacando músculo en el gimnasio y preparando sus maratonianas reuniones de trabajo. Se supone que tenía un alto puesto en el departamento de ventas de una empresa de informática y que tenía que viajar mucho. Y cuando digo mucho es mucho, incluidos bastantes fines de semana.

A lo que iba… Miriam había decidido que quería desbarrar y reírse un poco, así que convocó a su grupo de incondicionales para una noche de celebración y parranda. Y no se le ocurrió otra cosa a la buena muchacha que ir a una de esas salas en las que un grupo de tíos hormonados empiezan a despelotarse al ritmo de la música con una coreografía que pretende ser sexy, pero que no pasa de restregarte el mandoble contra el culo, echarte nata por el escote y simular un polvo desaforado mientras te revuelcan por el escenario a la vista de todo el mundo. Canela fina.

“Todo sea por complacer a Miriam, que con el añito que lleva…”, pensamos, y allá que fuimos. Y ya que estábamos, pues nos mimetizamos con el ambiente dispuestas a darlo todo. En esas andábamos cuando, al cuarto o quinto número, aparece un cachas vestido de bombero. Con casco y todo. Saca a una chica con una banda de futura novia colgada y una diadema con diminutas pollas en la cabeza, para cachondeo de sus amigas, y empieza el pseudomagreo. Vuelta por aquí, vuelta por allá, que si ay que original soy porque juego con la manguera… En fin, todo lo que podáis imaginar. Hasta que se quita el casco y las gafas de sol, porque en esos sitios, los bomberos llevan gafas de sol… y ¡Oh cielos, es Marcos! Sí, el alto ejecutivo de ventas informático, el gran viajero.

Aún puedo ver la mueca congelada en la cara de Miriam y el coro de ojos estupefactos que se volvieron hacia ella y que se buscaban desesperadamente unos a otros, preguntándose qué hacer, incluidos los míos. “¿Pero vosotras sabíais esto? ¿Es una broma?”. “Pero nosotras que coño vamos a saber, si has sido tú la que nos has traído!”. Y así fue como Miriam, mi pequeña gafe, descubrió que su novio, además de un cretino, era un mentiroso. Luego vinieron el ataque de ansiedad, los llantos, y el inevitable grito de las menos contenida de nosotras: “¡No os creáis nada, a ese bombero de mierda ni se levanta y solo se excita con porno homosexual!”.

A partir de ahí mejor os ahorro los detalles. Solo os diré que al final resultó que ni agente de ventas, ni informático, ni nada de nada. El tipo trabajaba de guardia de seguridad en uno de los muchos centros comerciales que cierta cadena de grandes almacenes con nombre de tinte anglosajón tiene repartidos por toda la ciudad. Y digo yo, en los tres años que llevaban juntos, ¿Nunca lo sospechó? ¿Nunca fue a recogerlo al trabajo, ni conoció a ningún compañero, ni nada de nada? ¿Es eso posible? La pobre Miriam no para de llorar, pero yo espero que más pronto que tarde, cuando haya olvidado al innombrable y superado el disgusto, podamos reírnos juntas de este episodio.

 

Amistad y amor secreto

Sabe que es ahora o nunca, pero se muere de miedo. Lleva enamorado de ella toda la vida, desde que sus padres aparcaron la furgoneta de mudanza en frente de su casa y la vio abrazada a su perro en medio de tantas cajas. Entonces tenían 8 años. Acampadas, juegos, vacaciones, navidades y meriendas compartidas. Lazos familiares, la inocencia intacta y en el horizonte la promesa de toda una vida. Fue a él a quien abrazó, con la excusa de los sustos, la primera vez que les dejaron ver Los Gremlins.

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Pero el tiempo pasa y él nunca se atreve; las cosquillas se difuminan y ella se echa su primer novio. Nada más allá de pasear de la mano y unos cuentos besos, lo justo para que él se sienta como si le hubieran arrancado las tripas. Cuando quiere darse cuenta, ya ocupa el papel de “insustituible mejor amigo”.

La próxima será mi oportunidad, se dice, pero nunca da el salto, y aferrado a su paracaídas la ve moverse por la vida año tras año, novio tras novio, mientras él permanece quieto, en el lugar de siempre, aguardando. Un curso a Estados Unidos, erasmus a Francia, un trabajo en Londres… “¿Con lo guapo y listo que eres, y con todas las tías con las que andas, cómo es que nunca te echas novia”?, le pregunta ella en uno de sus regresos. Ninguna me llega como tú, ninguna me toca el alma, piensa él, a la vez que calla. En la superficie, solo un falsa sonrisa pícara, de tipo duro. “Alguna vez alguna te la devolverá y te romperá el corazón”, le dice ella, ajena. O no…

De alguna forma, siempre lo ha sabido. Igual que todos. Un secreto a voces; un grito silencioso. Un quien no arriesga no gana y aquí, de momento, perdemos todos. Ella ha vuelto, de nuevo. Se acerca la navidad y ha vuelto, como en el anuncio. Solo que esta vez regresa con el corazón hecho jirones, en una cajita de madera. Y ahí está su amigo, su gran amigo, para enjugarle las lágrimas. “¿Tendrás un huequito para mí esta noche?”, pregunta ella. “Sí, claro”, responde. Ante sí el resto de su vida, bajo sus pies, un acantilado. ¿Se atreverá esta vez a saltar? ¿Querrá por fin ella empujarlo?

Ojito con lo que grabas en la cama

Dicen que las armas las carga el diablo, pero este dicho tan famoso como antiguo bien podría aplicarse a las cámaras, ya sean de vídeo, de móvil, digitales o de cualquier tipo. Son muchas las parejas que conozco que, aunque sea una vez, se han grabado practicando sexo de una u otra manera. Les resulta divertido y muy excitante recrearse en ese momento, verse en acción, desde otra perspectiva. Muchos lo utilizan como prolegómeno, a modo de introducción traviesa y prometedora de lo que vendrá después. Para calentar motores, vaya. A otros simplemente les gusta conservarlo como recuerdo.

No obstante, tengo que reconocer que entre la gente de mi entorno son mayoría los que no se han grabado nunca. A las chicas, sobre todo (a las que me rodean, no estoy generalizando), les da cierto reparo. No por moralismo, sino por temor a donde pueda acabar ese material algún día. Porque no nos engañemos, si acabara donde no debe, ellas suelen ser las más perjudicadas, que en este país sigue habiendo mucho machismo y mucho doble rasero. Aunque tampoco es que a ellos les fuera a hacer gracia. En cualquier caso, sería una putada.

Entre las que no tenían estos reparos estaba mi amiga Almudena, que tenía una relación de muchos años con su novio, un tipo con bastante pasta al que volvían loco las cámaras, los equipos de música de alta fidelidad y todo ese rollo. Cuando llevaban solo unos meses saliendo él le sugirió grabar uno de sus encuentros; ella aceptó y desde entonces se convirtió en una práctica habitual entre ellos. Nunca hubo ningún problema y, con el paso de los años, se hicieron con una buena colección. Con pelucas, sin ellas, con disfraces, con juguetitos…

Grabar sexoHasta que un día, Almudena y su chico decidieron romper. Las razones no vienen a cuento, aunque diré que básicamente fue porque ella quería tener hijos y él no. El caso es que fue una ruptura muy civilizada, sin reproches y con mucho cariño. Se repartieron el material como recuerdo, y listos. Una tarde, Almudena se dio cuenta de que aún tenía en la casa de su ex unos papeles que le hacían falta, y como aún conservaba las llaves de la casa que habían compartido, le pidió permiso para ir a recogerlos. Él, que en esos momentos estaba trabajando, no le puso ningún problema.

Todo muy civilizado, como decía antes, solo que ella no estaba preparada para encontrarse en medio del salón un trípode enorme con la cámara que ella conocía tan bien apuntando directamente al sofá. A la pobre le entró un mareo tan grande que tuvo que sentarse en el suelo. Que sí, que ya no estaba con él y podía hacer lo que quisiera, pero es que no había pasado ni un par de meses desde la ruptura. De repente pensó en sus grabaciones y le entró un ataque de pánico, así que entró como una loca en el despacho, arrasó todo el material de los cajones y salió de allí pitando. Nunca más ha querido grabarse con nadie.

Belén, otra amiga, era bastante más modosita. Tanto, que siempre le estábamos dando la tabarra con que tenía que soltarse la melena. Y un día, harta, quiso darle una sorpresa por su cumpleaños a su novio, con el que vivía. Así que se compró lencería sexy y montó un streaptease con coreografía incluida que lo dejó francamente impresionado. Tanto, que quiso inmortalizar el momento, y después de mucho insistir, logró convencerla. La cinta, la única que hicieron, fue a parar a un cajón y allí siguió durante años, los mismos que duró la relación. Porque Belén y su chico también se separaron y ella, lo primero que hizo cuando fue a preparar las cajas y las maletas con sus cosas, fue ir al cajón donde estaba la cinta… salvo que no la encontró.

Presa de otro ataque de pánico llamó corriendo a su ex, que vino corriendo a ayudarla a buscar. Tiraron la casa abajo, pero la maldita cinta no apareció. Y por más vueltas que le daban, ninguno de los dos sabía a dónde narices habría podido ir a parar. Belén no tuvo más remedio que desistir, pero vivía en un sinvivir. A las dos semanas, finalmente su expareja la llamó para tranquilizarla: había dado la cinta por error a un compañero de trabajo con el que había ido de viaje hacía poco, pero el tipo aseguraba que no la había visto aún. De hecho, todavía la tenía en su mesa de trabajo, en un cajón bajo llave. Si era cierto o no, ella nunca lo sabrá, aunque la cinta fue devuelta a su dueña y posteriormente destruida. Otra a la que tampoco le han quedado ganas de volver a grabarse jamás.

Yo, por mi parte, tengo mi propio historial de ridículo cuando, en un viaje a Italia con unas amigas, les di mi cámara de fotos para que vieran todas las que habíamos hecho ese día sin acordarme de que no había borrado el material anterior. Aún se están riendo.