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Según un stripper, esto es imprescindible cuando quieres desnudarte ante alguien

Desnudarse es un arte. Es algo que entendí la primera vez que vi a un chico pelearse por quitarse los calcetines estando tumbado.

No fue lo más erótico del mundo, pero hace poco aprendí que podría haberlo sido con un pequeño cambio.

UNSPLASH

Pero no es que yo me las vaya dando de experta.

Admito que era de esas que pensaba que hacer un striptease era tan sencillo como poner You can leave your hat on y dejarse llevar por el momento.

Como hace poco coincidí con un amigo de un amigo que sí se había formado para trabajar de stripper, me pudo la curiosidad.

Es más, era habitual para sus amigos comentarlo en reuniones por si él se arrancaba con algún paso (dejando fuera el aspecto de quitarse la ropa, por supuesto).

Así que el experto fue muy claro al descubrirme cuál era el requisito imprescindible para hacer un buen striptease: contacto visual.

Así que ni una selección musical digna de Bar Coyote ni los pasos de Jennifer Lopez ni, como mencionaba al principio, saber quitarse los calcetines con un poco de arte.

No despegar la vista de encima.

Ya de por sí, desnudarse es algo que nos hace sentir vulnerables. Nos mostramos como somos y no tenemos ropa tras la que escondernos.

Algo tan íntimo se convierte en erótico en el momento que hacemos partícipe a una segunda persona.

Mirar mientras las prendas van cayendo grita a voces que queremos que nos vean, que nos recorran el cuerpo con los ojos, toda la piel antes de hacerlo con los dedos.

Y si para quien está en pleno proceso de desvestimiento supone el morbo de saber que quiere ser observado, también para el voyeur es toda una experiencia.

Duquesa Doslabios.

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Mentiras arriesgadas: descubrir de repente que tu novio es un stripper

Podría ser el guión de una película. Mala, sí, pero peores las he visto. Resulta que Miriam, amiguísima querida, llevaba más de un año en paro y hace un par de semanas, tras numerosas pruebas y entrevistas, consiguió un sí como una casa para un ansiado puesto de trabajo. No uno cualquiera, sino uno con el que llevaba años soñando. Al fin algo le salía bien a esta amiga mía tan buena como gafe, todo hay que decirlo.

GTRES

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Pues bien, Miriam decidió que había que celebrarlo por todo lo alto. Llevaba meses deprimida por la falta de curro y porque su novio, un cretino que nunca me gustó, no le hacía ni caso. El tipo siempre estaba demasiado ocupado sacando músculo en el gimnasio y preparando sus maratonianas reuniones de trabajo. Se supone que tenía un alto puesto en el departamento de ventas de una empresa de informática y que tenía que viajar mucho. Y cuando digo mucho es mucho, incluidos bastantes fines de semana.

A lo que iba… Miriam había decidido que quería desbarrar y reírse un poco, así que convocó a su grupo de incondicionales para una noche de celebración y parranda. Y no se le ocurrió otra cosa a la buena muchacha que ir a una de esas salas en las que un grupo de tíos hormonados empiezan a despelotarse al ritmo de la música con una coreografía que pretende ser sexy, pero que no pasa de restregarte el mandoble contra el culo, echarte nata por el escote y simular un polvo desaforado mientras te revuelcan por el escenario a la vista de todo el mundo. Canela fina.

“Todo sea por complacer a Miriam, que con el añito que lleva…”, pensamos, y allá que fuimos. Y ya que estábamos, pues nos mimetizamos con el ambiente dispuestas a darlo todo. En esas andábamos cuando, al cuarto o quinto número, aparece un cachas vestido de bombero. Con casco y todo. Saca a una chica con una banda de futura novia colgada y una diadema con diminutas pollas en la cabeza, para cachondeo de sus amigas, y empieza el pseudomagreo. Vuelta por aquí, vuelta por allá, que si ay que original soy porque juego con la manguera… En fin, todo lo que podáis imaginar. Hasta que se quita el casco y las gafas de sol, porque en esos sitios, los bomberos llevan gafas de sol… y ¡Oh cielos, es Marcos! Sí, el alto ejecutivo de ventas informático, el gran viajero.

Aún puedo ver la mueca congelada en la cara de Miriam y el coro de ojos estupefactos que se volvieron hacia ella y que se buscaban desesperadamente unos a otros, preguntándose qué hacer, incluidos los míos. “¿Pero vosotras sabíais esto? ¿Es una broma?”. “Pero nosotras que coño vamos a saber, si has sido tú la que nos has traído!”. Y así fue como Miriam, mi pequeña gafe, descubrió que su novio, además de un cretino, era un mentiroso. Luego vinieron el ataque de ansiedad, los llantos, y el inevitable grito de las menos contenida de nosotras: “¡No os creáis nada, a ese bombero de mierda ni se levanta y solo se excita con porno homosexual!”.

A partir de ahí mejor os ahorro los detalles. Solo os diré que al final resultó que ni agente de ventas, ni informático, ni nada de nada. El tipo trabajaba de guardia de seguridad en uno de los muchos centros comerciales que cierta cadena de grandes almacenes con nombre de tinte anglosajón tiene repartidos por toda la ciudad. Y digo yo, en los tres años que llevaban juntos, ¿Nunca lo sospechó? ¿Nunca fue a recogerlo al trabajo, ni conoció a ningún compañero, ni nada de nada? ¿Es eso posible? La pobre Miriam no para de llorar, pero yo espero que más pronto que tarde, cuando haya olvidado al innombrable y superado el disgusto, podamos reírnos juntas de este episodio.