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Violencia obstétrica: de normalizarla a romper el silencio

La violencia obstétrica, o malas prácticas cometidas contra las mujeres durante el embarazo y el parto, es un término conflictivo. Está reconocido por la ONU y por la Unión Europea, pero en España encuentra ciertas resistencias.

Es, como todas las palabras que se refieren a las desigualdades que existen hacia las mujeres, incómoda. No tengo dudas de que es una de las razones por las que quedó fuera de la reforma de la ley del aborto.

mujer embarazada

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«Feminismo», «violencia de género» o «violencia obstétrica» tienen en común que a cierta parte de la población no le gustan.

Curiosamente, a las mismas personas que ni sufren discriminación ni este tipo de violencias en carne propia.

Pero también porque, como otra formas de violencia, se beneficia de la imprecisión, de la falta de nombre. Si algo no se menciona, no existe.

Sin embargo, mantener vivencias o asimetrías sociales en silencio es un lujo que las mujeres cada vez le permitimos menos al patriarcado. Y el mejor ejemplo de ello es Parir.

Voy al pase del documental con mi madre, mi referente feminista preferida, pero sobre todo, feliz de compartir con ella algo que sé que puede recordarle a cuando mi hermano y yo llegamos al mundo.

Empieza la proyección y, uno a uno, voy tachando imaginariamente términos y maniobras que ella experimentó hace 30 años.

Están ahí, en la pantalla, narrados por otras mujeres que pasaron por lo mismo no hace décadas, sino hace tres o cuatro años.

Y son protocolos que ahora se consideran formas de violencia.

Por suerte, no los recuerda con trauma ni pesar, siempre hace hincapié en el buen hacer de las matronas (no tanto en el de cierto ginecólogo, pero esa es su historia).

La deshumanización de las mujeres

Podrías pensar que se debe a que ella, que es de carne y hueso, pero parece de hierro, tiene una resistencia especial, una fuerza privilegiada que le llevó a no vivirlo como algo intrusivo.

Pero si algo aprendo en el documental es que la diferencia está en la dignidad con la que te hayan tratado, algo que sí que tuvo por parte de quienes la atendieron.

Porque el impacto físico de una maniobra de Kristeller, hecha de la manera más brusca, o una mano ajena metida por tu vagina sin decirte ni «hola» es lo que puede hacerte sentir como un animal de granja, invadida y asustada.

Es también el maltrato verbal y psicológico, la amenaza velada de que, como sigas retrasando la anestesia, vas a parir sin ella, la privación del derecho a la intimidad de las mujeres, el sobreintervencionismo cuando los embarazos no van a golpe de cambio de turno o el abandono de las pacientes, después de ser mandadas a casa con un desgarro entre las piernas sin resolver.

No he sido madre, pero me imagino que recuerda a la sensación que nos queda a muchas cuando toca una consulta ginecológica, con alguien que usa el papanicolau en una vagina, con la misma delicadeza que si estuviera pintando una pared a brochazos (ojo, no todos los profesionales de la ginecología, por suerte).

Cualquier violencia hacia las mujeres es horrenda, traumática y deja secuelas durante muchos años -o incluso de por vida-, pero si la hacen especialistas en los que confías durante tu momento más vulnerable y luego buscas justicia, pica a las instituciones.

El negacionismo que encontramos en la violencia obstétrica es el mismo que el de un novio tóxico: «estás loca», «has exagerado», «no es para tanto», con la diferencia de que son los profesionales quienes te desacreditan.

Así que en el Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, toca recordar que ni pasa solo en España, ni es algo esporádico.

«Parto-activismo»: otra forma de dar a luz

El documental, que intenta promover un parto desde el respeto, cuenta con la participación de mujeres que o bien han perdido o hijos o a una parte de sí mismas por un trato poco digno.

Y es difícil sacar este tema a la luz, porque implica un trabajo de asunción de responsabilidad de quienes hayan podido cometer (inconscientemente, quiero pensar), estas violencias.

Si se quiere combatir la violencia obstétrica a través del film no es para buscar culpables -que de eso ya se encarga la fantástica abogada Francisca Fernández-, es para animar a reflexionar por qué sucede esto y cómo parir bien.

La respuesta es compleja, parte de que ya crecemos en una sociedad donde el trato habitual hacia las mujeres es el de considerarlas ciudadanas de segunda, sin voz, voto, límites o vida fuera del paritorio.

Teresa Escudero, doula y médica de familia, lo resumía a la perfección tras la proyección del documental: «la violencia obstétrica es machista y maternalista. El cambio empieza por escuchar mujeres, porque se vea mujeres, porque la voz mujeres es la que nos tiene que decir cómo tenemos que actuar».

Pero también, como decía, por darle una vuelta al parto y tratar de humanizarlo, como hacen en la asociación El parto es nuestro, (algo que no deja de resultar irónico si pensamos que parir es humanas teniendo humanos).

Puede que dar a luz sea algo que las mujeres hacemos desde el comienzo de la humanidad, pero sigue siendo un misterio médico.

«No hay estudios que muestren los partos fisiológicos, se toman decisiones que no tienen base científica y no benefician a la mujer ni al bebe», comentaba la matrona Ana Polo en el mismo evento.

Y aunque las expertas recomendaban a las madres llegar al parto con autonomía, haciendo valer las decisiones y, de esa forma, lograr cambios en los métodos de actuación, el elefante en la habitación tiene que salir por la puerta del paritorio.

Si esta violencia pasa tan desapercibida es porque su base es la misma, y tiene que ver con algo que aun a día de hoy, nos cuesta conseguir: la autonomía de nuestros cuerpos y de poder decidir por nosotras mismas.

Mara Mariño

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La verdadera ‘fábrica’ de incels no es el rechazo de las mujeres a los hombres

De un tiempo a esta parte, mi Instagram se ha convertido en una batalla campal donde las palabras «feminazi» e «incel» vuelan en una y otra dirección.

Antes era «machirulo» o «señoro», pero incel ha robado el protagonismo. Además de usarla erróneamente (por suerte, no todos los hombres que hacen un comentario machista son unos incels) sí que cabe preguntarse qué es exactamente un incel.

Y, sobre todo, por qué parece que cada vez hay más.

hombre ordenador gritando

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Un incel es un hombre que se mantiene célibe involuntariamente, es decir, no tiene relaciones sexuales y culpa de ello a las mujeres, no solo a las que le rechazan, sino a todas en general.

De esta manera, y con un odio exacerbado al género femenino, la mentalidad del incel está compuesta por ideas misóginas como que todas las mujeres se mueven por el interés, y solo van a por hombres que ellos llaman «de alto valor».

Pero también viéndolas como objetos que están para su satisfacción (y por ello las culpan de no prestarles compañía), desprecio hacia las mujeres independientes, por considerarlas una amenaza a sus deseos, y en definitiva utilizan esas opiniones para llevar a cabo no solo comentarios misóginos, sino también acciones violentas.

Inciso, si quieres ampliar sobre este tema, te recomiendo mi libro Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo, donde analizo el término incel.

Cada vez se encuentren discursos más radicalizados dichos -y compartidos-, por generaciones jóvenes como los que se viralizan de ciertos tiktokers o youtubers.

Otra señal de alarma de que esto está sucediendo es el incremento de comportamientos de maltrato psicológico o físico hacia las chicas (los casos de violencia de género en adolescentes han aumentado un 87,2%, según el estudio de la Fundación ANAR).

Un efecto más de cómo no se está abordando ninguno de los factores que contribuyen al florecimiento de estas mentalidades y comportamientos.

La sociedad moderna es un caldo de cultivo de incels.

Cómo se ‘construye’ un incel

Personalmente, creo que no se quiere hablar de que los incels no aparecen así porque sí, porque supondría hacer crítica de lo que está mal en cuanto a educación, socialización y cultura (así como empezar a darle vueltas a las formas de solucionarlo).

Es más sencillo resumirlo en que «están rebotados con las mujeres» que llegar a la raíz del problema.

Por lo pronto, existe una presión acerca de cómo debe ser un hombre, es lo que se conoce como masculinidad hegemónica. Y, mientras que a ellos se les ofrece esta única idea de que un hombre debe ser exitoso, atractivo, seguro y capaz de dominar cualquier situación.

La masculinidad se practica como lo opuesto a la feminidad, así como el rechazo a todo lo femenino.

Ya aparece la primera idea de que lo femenino es peor o menos deseable de la misma manera que lo son comportamientos o roles que se nos han asociado a nosotras: la escucha activa, la empatía, los cuidados…

A eso hay que añadir que la expectativa social es la de que solo encuentras la felicidad en pareja, que además debe ser monógama, el modelo relacional más extendido, y siguiendo los mitos del amor romántico.

Lo que supone además mucha presión en cuanto a mantener relaciones de pareja, que son algo que deben trabajarse y no vienen por sentado.

Así como falta de confianza, experiencias negativas en el pasado relativas al rechazo, pocas habilidades sociales o ansiedad, que también hacen que tener pareja sea todo un desafío.

Cuando ese vínculo no aparece y la expectativa social no se cumple, la presión por no haberlo logrado se convierte en resentimiento.

Algo que, además, no se puede compartir con amigos porque no se prioriza socialmente la creación y cuidado de vínculos de amistad que sean red de apoyo (ni la masculinidad ve con buenos ojos que se hablen de sentimientos).

Esto genera una sensación de aislamiento en los hombres que, con la digitalización, les conduce a comunidades online donde conocen a otros que se encuentran en la misma situación que ellos.

Y es en estos espacios donde, gracias a la validación que encuentran con sus vivencias y sentimientos, se fragua la radicalización

Así que igual cabe preguntarse cómo se puede evitar que se llegue a eso: deconstruyendo la masculinidad, promoviendo relaciones sanas y satisfactorias con el entorno que supongan redes de apoyo, disminuyendo la presión por estar en pareja, siendo inclusivos y educándonos afectivamente, por poner unos ejemplos.

Mara Mariño

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Nos incomoda que nuestros novios vean porno (pero lo dejamos correr)

Por muy discretos que sean nuestros novios, hay algo que no nos genera ningún tipo de duda al respecto: consumen porno con regularidad.

hombre porno móvil

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Digo que es una certeza porque, a no ser que hayan hecho una búsqueda activa de las condiciones que hay detrás de esos vídeos y hayan analizado los mensajes que ven en la pantalla, con la voluntad de desligarse de ello, lo habitual es que forme parte de su vida.

La diferencia, respecto a nosotras, es que el porno llegó a su vida hace décadas. Las nuevas generaciones más todavía, ya que se ha adelantado a los 8 años la primera ‘toma de contacto’, generalizándose su consumo a los 14.

Y, según el informe realizado por Save the Children en 2022, el 81,6% de estos espectadores son chicos.

El porno es complicado, es como cuando te regalan un cuadro feo que no quieres poner en ningún lado, pero ha sido regalado. No te ha costado nada, ¿cómo no utilizarlo?

Es complicado porque se entremezcla con los discursos neoliberales y el avance feminista de reivindicar que cada uno haga lo que quiera con su vida, incluso si implica explotarse sexualmente.

Aunque cuesta pensar que alguna vagina sea capaz de aguantar penetraciones constantes durante varios días de rodaje.

Lo que cuesta aceptar, y que repito por activa y pasiva, es que el porno es por y para hombres. Esa es la raíz del conflicto.

Y si mencionaba esa vagina explotada es porque el 100% de los actores realizan la penetración, el pene flácido no existe y los encuentros duran hasta 30 minutos (uso de sustancias de por medio).

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Otros datos que se recogieron en la II Conferencia Internacional sobre género y comunicación son que de 100 estrellas del porno, 96 son hombres o que los adolescentes son los mayores consumidores, quienes además utilizan estas plataformas como educación sexual.

Ahí está otro de los problemas. No es ya solo que hablemos de una industria que fomenta estereotipos de cómo deben ser los cuerpos según la mirada masculina.

Es que es la herramienta que garantiza que la desigualdad entre las sábanas se normalice y la violencia hacia las mujeres se vea no solo como algo normal sino deseable.

Lo comentaban Silvia Príncipe y Laura Torruella en el podcast Patriahorcado sobre la pornografía: el 97% videos de PornHub y X Videos donde aparece violencia, la mujer es la víctima.

En el 93% de estos vídeos, su respuesta está relacionada con el placer y son en el 76% de ellos donde los hombres ejercen esa violencia.

Así que sí, es perfectamente normal que te sientas incómoda si tu novio ve porno. Tienes razones de sobra.

Lo que igual tenemos que empezar a preguntarnos o preguntarles es por qué a ellos no les desagrada o, en el caso de que lo haga, por qué lo siguen viendo.

Pero sobre todo si queremos estar con alguien cuya ética ve con buenos ojos alimentar esta industria.

Mara Mariño

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¿Por qué se está debatiendo sobre el BDSM en redes sociales?

Durante este fin de semana, el BDSM se ha convertido en uno de los temas de conversación en la red y no porque E. L. James haya sacado otra entrega de Cincuenta sombras de Grey.

La controversia sobre las prácticas sexuales que engloban estas siglas (bondage, dominación, sumisión y masoquismo) empezó cuando la politóloga y activista digital feminista, Júlia Díaz Collado (@salander 33), compartía un vídeo en el que hablaba de su preocupación sobre la erotización de la violencia.

látigo

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«Estamos hablando de violencia de verdad, no de pasión desmedida», explica en un reel que acumula decenas de miles de reproducciones. «Hablamos de latigazos, de golpes fuertes, es que estamos hablando de sentir dolor de verdad».

Y es que para quienes buscan la sensación, la explicación está en que tanto el dolor como el placer se producen desde el sistema límbico, y las neuronas liberan dopamina cuando se da cualquiera de esos momentos, de ahí que sea un cúmulo de sensaciones que se disfrutan.

Pero para la activista, el problema está en «erotizar y sexualizar la violencia», sobre todo porque la línea parece muy fina si tenemos en cuenta que nos encontramos en una sociedad en la que muchas mujeres ya sufren de violencia por parte de sus parejas.

«El problema es convertir una agresión en algo excitante. Es el paralelismo entre deseo sexual y violencia. Me parece más preocupante excitarte haciendo daño que no recibiéndolo», comenta.

Es difícil ser mujer y no entender las preocupaciones de Júlia escuchándola. Todas o casi todas, hemos tenido algún encuentro menos deseado del que, por cualquier motivo, no hemos sabido salir o donde nos hemos sentido en peligro.

En esas circunstancias, el denominador común eran nuestros compañeros, hombres en la gigantesca mayoría de los casos. «Cuando nos adentramos en el mundo del BDSM, casi todos los tíos heterónimo quieren dominar y ser ellos los que agreden», otra razón que explica la activista.

Sin embargo, si nos paramos a hacer memoria recordando a esos hombres que han ejercido violencia en la cama hacia nosotras, ¿lo han hecho como parte de un rol o ha sido porque, según ellos, es lo que nosotras deseamos o lo que han aprendido a ejecutar en la intimidad?

Gabriel (@gaby_dom.waves) responde a esta preocupación en otro vídeo como experto en el tema: «los boludoms o fakedoms, son detestados por la comunidad porque sus intereses van en contra de eso».

Según el divulgador, estos hombres, además de egoístas en la cama, se aproximan siempre de forma violenta a las personas con las que se relacionan, «que habitualmente son mujeres sumisas».

Como Gabriel recuerda, una agresión es «cualquier acto que atente contra la libertad sexual de una persona realizado sin su consentimiento. El BDSM se practica entre dos personas o más de forma segura, sensata y consensuada. Todas las personas participantes han expresado sus preferencias y límites».

«El BDSM es un juego de intercambio de poder en el que existe un juego de roles». Es más, en el BDSM existe una comunicación gustos, expectativas, respeto por límites y se puede parar en cualquier momento, algo que como explica el divulgador, «no es tan común en el sexo normativo».

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Coincido con la politóloga en que la permeabilización de la violencia en la cama es un tema que se debe abordar. Especialmente si tenemos en cuenta que las agresiones cada vez se dan a edades más tempranas, aumentando un 45,8% en menores de edad respecto a 2022.

Pero sí creo que esto no va de BDSM, porque estamos ante un problema estructural. Así que cabría analizar por qué se ha extendido una violencia no consentida ni consensuada, hasta el punto de que es difícil no tener un encuentro sexual sin cierta subida de tono (en cuanto a exceso de fuerza se refiere).

Júlia toca una de las claves en su vídeo cuando habla del impacto de la pornografía: «el contenido cada vez es más violento. Hemos pasado de ver fotos en una revista a vídeos cortos y profundamente violentos. Esto hace que conectemos violencia con sexo. Además es accesible para todo el mundo».

Sin educación sexual, la violencia se ha colado en el sexo, pero no bajo unos parámetros establecidos y seguros, como un juego deseado, sino como denominador común de cualquier encuentro y siempre hacia nosotras.

Es una dominación que no hemos elegido, no sabemos si nos gusta y definitivamente no sabemos cómo frenar.

Mara Mariño

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