Archivo de octubre, 2013

“Vamos a darnos un tiempo”… ¿De verdad funciona?

Leo estos días que Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones, que anunciaron su “separación temporal” en agosto, vuelven a vivir juntos para dar una oportunidad a su matrimonio. No es que me parezca mal, al contrario, les deseo todo lo mejor, pero no puedo evitar sentir cierto escepticismo sobre sus probalidades de éxito. Y no es porque se trate de ellos en concreto, sino porque, en general, nunca he creído en eso de “vamos a darnos un tiempo” o “tomarse un descanso”.

Por supuesto, conozco a gente a la que le fue estupendamente y, después de un paréntesis temporal, retomaron la relación y ahí siguen, tan bien o tan mal como cualquier otra pareja. Pero una es ya perra vieja y ha visto lo suficiente como para dejarse dar gato por liebre, a estas alturas, y mucho menos para intentar darlo.

a00498227 225Porque para mí, decir “vamos a tomarnos un tiempo” es un eufemismo. Es lo que alguien dice cuando no se atreve a afrontar la realidad, ya sea de cara a otro alguien o consigo mismo. Es un estado de pre-abandono, la milonga que se le cuenta al otro para que el palo sea menos duro, una ruptura por fases, en pequeñas dosis.

El objetivo, aunque inconsciente, es ganar tiempo para que ambos se hagan a la idea, pero guardándose en la manga el as cobarde de poder volver si el proyecto de nueva vida que nos hemos montado se nos tuerce o dejamos de verlo claro. Lo he visto hacer mil veces, a hombres y mujeres. Quiero volar sin ti, pero antes de hacerlo, mientras practico un poco, me esperas pseudocongelado, por si me doy el batacazo.

Otras veces no es tan ruin, no hay una bala en la recámara, es solo que la pareja no funciona pero los miembros que la conforman se niegan a aceptarlo. Miedo a la soledad, a equivocarse… hay tantos motivos como personas en el mundo. Y nos contamos mil películas y nos agarramos a un clavo ardiendo con tal de no coger el toro por los cuernos. Porque hacemos cualquier cosa con tal de evitar el dolor, no asumimos que forma parte de la vida, y en lugar de aceptar nuestros huecos, nuestros vacíos, y vivir con ellos, tratamos compulsivamente de llenarlos, con lo que sea. Algunos más que otros, bien es verdad.

Nunca he tenido rupturas temporales. Bueno sí, miento. Una vez, y no fue cosa mía. Transigí porque estaba enamorada y era demasiado joven y estúpida, pero sabía perfectamente que, llegados a ese punto, no había nada que hacer. Prometí intentarlo cuando retomamos el asunto, pero mi falta de fe me llevó pocos meses después a decir a aquello de colorín colorado… Y no me arrepiento.

Aunque bueno, lo dicho, cada uno es mundo. Es solo que me cuesta mucho creer que dos personas con problemas como pareja los vayan a arreglar tirando un tiempo cada uno por su lado. Siempre he pensado que, si de verdad hay amor, hay que luchar juntos, y si no se puede, pues no se puede. Lo demás son trucos, vulgares argucias y apaños. Pero claro, esto no es más que teoría, opinar es gratis y es muy fácil hablar… por hablar.

(Otro que cae) en brazos de la mujer madura

Eran las 4 de la mañana cuando, a las puertas del Honkey Tonk, una conocida sala de Madrid, paró un mini coupé rojo, resplandeciente. Mi grupo y yo estábamos fuera, tomando el aire, acompañando a los que pedían insistentemente salir a fumar un cigarrillo. Entonces bajó la ventanilla y pude verla. Rondaría los 50, pero conservaba el atractivo. Mechas rubias, ropa buena, joyas demasiado caras para mi gusto. Preguntó por algo, muy seria. Una dirección, creo, y él se acercó. Mario, mi mejor amigo. Mi medio hermano.

En brazos de la mujer maduraAl principio no presté atención, pero pronto me percaté de que tardaba más de la cuenta. Y entonces lo vi abrir la puerta y sentarse en el asiento del copiloto. Salieron de allí zumbando y no pude ver gran cosa, pero juraría que ella iba sonriendo. Todo fue tan rápido que la mitad del grupo ni siquiera lo notó; la otra mitad se quedó alucinando. “¿A dónde coño va Mario con esa vieja?”.

Desde entonces vive obsesionado: solo puede pensar en ella. Le saca 20 años que bien valen por tres vidas. Todas llenas de secretos y heridas, intuye, aunque sus preguntas nunca tienen respuesta. Estuvo en su casa, un chalé gigante en La Moraleja vacío de recuerdos visibles y con tantos rincones como su dueña. Habría querido recorrerlos todos. Se han visto varias veces, pero si intenta acercarse demasiado ella desaparece durante semanas.

“¿Qué es lo que te atrae tanto?”, le pregunto. “Su dolor”, me responde. “Un dolor tan grande que casi puedo tocarlo, pero no puedo aliviar. Un dolor que no conozco, que ni siquiera imagino, pero que me ha tocado el alma”. Ella, tan bella, tan serena, tan triste. “Siempre me interesó la gente que tiene un pasado”, me dice.

Y ahí sigue. Flaco, con ojeras y perdidamente enamorado de una mujer 20 años mayor a la que casi no conoce pero que le ha robado el corazón. Mientras, el resto del mundo piensa que ha perdido la chaveta.

¿Aumentan el riesgo y lo prohibido el placer sexual?

Varios medios de comunicación informaron el pasado lunes sobre la muerte de una mujer mientras hacía el amor con su pareja en las vías del tren en Ucrania. Ambos fueron arrollados. El suceso ocurrió de madrugada, cuando volvían de pasar la noche bebiendo en casa de unos amigos y quisieron probar algo nuevo y “sentir algo extremo”.  Al menos eso es lo que cuenta el novio, que se recupera en un hospital de la amputación de ambas piernas a la altura de la rodilla. Ella tuvo peor suerte. Murió en el acto.

No es la primera vez que ocurre algo así. En 2008 un tren de carga arrolló a una pareja de veinteañeros que practicaba sexo en las vías en Sudádrica. El chico murió en el acto y ella, horas después en el hospital. El conductor del convoy explicó en su día que tocó la bocina y les hizo señales porque no le daba tiempo a frenar,  pero que ellos “siguieron a lo suyo”.

crashEl trágico incidente, aunque salvando las distancias, por supuesto, me llevó irremediablemente a pensar en Crash, aquella polémica película de David Cronenberg, basada en la novela homónima de J.G.Ballard, en la que los protagonistas encontraban en los accidentes de coche un motivo de excitación sexual in extremis. Sangre, lujuria, peligro, muerte. Un cóctel explosivo y retorcido, un mundo oscuro y prohibido al que un grupo de fetichistas o parafílicos, como quiera llamárseles, se entregaban con pasión autodestructiva.

Y dandole vueltas a esto me acordé, como no, de nuestro querido Walter White cuando, ya avanzada la primera temporada de Breaking Bad, le empieza a meter mano a su mujer por debajo de la mesa en una sala abarrotada de agentes de la DEA  siguiéndole la pista. Cuando más tarde le echa un polvo salvaje en el interior del coche, en plena vía pública, y ella pregunta que por qué de repente el sexo es tan bueno, la respuesta de él no puede ser más clara: «Porque es ilegal», contesta.

La cuestión es, ¿aporta lo ilegal, lo prohibido, lo arriesgado, etc, una dosis extra de morbo y placer al sexo en sí? Supongo que la respuesta dependerá de la persona, pero pienso en mi propia experiencia y en lo que me cuentan mis conocidos, y algo de eso hay. La rutina, la vorágine cotidiana, la montaña de obligaciones… a veces vamos como autómatas por el mundo y buscamos, casi sin saberlo, un catalizador que nos saque de nuestra ataraxia, de nuestro marasmo. Algo que nos vuelva perturbables y, en definitva, nos haga sentir vivos.

Pero claro, como todo en la vida, siempre hay una línea. Y como siempre, esta es difusa. Porque una cosa es que te ponga follar en sitios públicos y otra muy distinta que solo puedas excitarte mientras te estrellas a 120 por hora en la autopista. ¿Dónde acaba el morbo y dónde empieza lo enfermizo?