Violencia obstétrica: de normalizarla a romper el silencio

La violencia obstétrica, o malas prácticas cometidas contra las mujeres durante el embarazo y el parto, es un término conflictivo. Está reconocido por la ONU y por la Unión Europea, pero en España encuentra ciertas resistencias.

Es, como todas las palabras que se refieren a las desigualdades que existen hacia las mujeres, incómoda. No tengo dudas de que es una de las razones por las que quedó fuera de la reforma de la ley del aborto.

mujer embarazada

PEXELS

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«Feminismo», «violencia de género» o «violencia obstétrica» tienen en común que a cierta parte de la población no le gustan.

Curiosamente, a las mismas personas que ni sufren discriminación ni este tipo de violencias en carne propia.

Pero también porque, como otra formas de violencia, se beneficia de la imprecisión, de la falta de nombre. Si algo no se menciona, no existe.

Sin embargo, mantener vivencias o asimetrías sociales en silencio es un lujo que las mujeres cada vez le permitimos menos al patriarcado. Y el mejor ejemplo de ello es Parir.

Voy al pase del documental con mi madre, mi referente feminista preferida, pero sobre todo, feliz de compartir con ella algo que sé que puede recordarle a cuando mi hermano y yo llegamos al mundo.

Empieza la proyección y, uno a uno, voy tachando imaginariamente términos y maniobras que ella experimentó hace 30 años.

Están ahí, en la pantalla, narrados por otras mujeres que pasaron por lo mismo no hace décadas, sino hace tres o cuatro años.

Y son protocolos que ahora se consideran formas de violencia.

Por suerte, no los recuerda con trauma ni pesar, siempre hace hincapié en el buen hacer de las matronas (no tanto en el de cierto ginecólogo, pero esa es su historia).

La deshumanización de las mujeres

Podrías pensar que se debe a que ella, que es de carne y hueso, pero parece de hierro, tiene una resistencia especial, una fuerza privilegiada que le llevó a no vivirlo como algo intrusivo.

Pero si algo aprendo en el documental es que la diferencia está en la dignidad con la que te hayan tratado, algo que sí que tuvo por parte de quienes la atendieron.

Porque el impacto físico de una maniobra de Kristeller, hecha de la manera más brusca, o una mano ajena metida por tu vagina sin decirte ni «hola» es lo que puede hacerte sentir como un animal de granja, invadida y asustada.

Es también el maltrato verbal y psicológico, la amenaza velada de que, como sigas retrasando la anestesia, vas a parir sin ella, la privación del derecho a la intimidad de las mujeres, el sobreintervencionismo cuando los embarazos no van a golpe de cambio de turno o el abandono de las pacientes, después de ser mandadas a casa con un desgarro entre las piernas sin resolver.

No he sido madre, pero me imagino que recuerda a la sensación que nos queda a muchas cuando toca una consulta ginecológica, con alguien que usa el papanicolau en una vagina, con la misma delicadeza que si estuviera pintando una pared a brochazos (ojo, no todos los profesionales de la ginecología, por suerte).

Cualquier violencia hacia las mujeres es horrenda, traumática y deja secuelas durante muchos años -o incluso de por vida-, pero si la hacen especialistas en los que confías durante tu momento más vulnerable y luego buscas justicia, pica a las instituciones.

El negacionismo que encontramos en la violencia obstétrica es el mismo que el de un novio tóxico: «estás loca», «has exagerado», «no es para tanto», con la diferencia de que son los profesionales quienes te desacreditan.

Así que en el Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, toca recordar que ni pasa solo en España, ni es algo esporádico.

«Parto-activismo»: otra forma de dar a luz

El documental, que intenta promover un parto desde el respeto, cuenta con la participación de mujeres que o bien han perdido o hijos o a una parte de sí mismas por un trato poco digno.

Y es difícil sacar este tema a la luz, porque implica un trabajo de asunción de responsabilidad de quienes hayan podido cometer (inconscientemente, quiero pensar), estas violencias.

Si se quiere combatir la violencia obstétrica a través del film no es para buscar culpables -que de eso ya se encarga la fantástica abogada Francisca Fernández-, es para animar a reflexionar por qué sucede esto y cómo parir bien.

La respuesta es compleja, parte de que ya crecemos en una sociedad donde el trato habitual hacia las mujeres es el de considerarlas ciudadanas de segunda, sin voz, voto, límites o vida fuera del paritorio.

Teresa Escudero, doula y médica de familia, lo resumía a la perfección tras la proyección del documental: «la violencia obstétrica es machista y maternalista. El cambio empieza por escuchar mujeres, porque se vea mujeres, porque la voz mujeres es la que nos tiene que decir cómo tenemos que actuar».

Pero también, como decía, por darle una vuelta al parto y tratar de humanizarlo, como hacen en la asociación El parto es nuestro, (algo que no deja de resultar irónico si pensamos que parir es humanas teniendo humanos).

Puede que dar a luz sea algo que las mujeres hacemos desde el comienzo de la humanidad, pero sigue siendo un misterio médico.

«No hay estudios que muestren los partos fisiológicos, se toman decisiones que no tienen base científica y no benefician a la mujer ni al bebe», comentaba la matrona Ana Polo en el mismo evento.

Y aunque las expertas recomendaban a las madres llegar al parto con autonomía, haciendo valer las decisiones y, de esa forma, lograr cambios en los métodos de actuación, el elefante en la habitación tiene que salir por la puerta del paritorio.

Si esta violencia pasa tan desapercibida es porque su base es la misma, y tiene que ver con algo que aun a día de hoy, nos cuesta conseguir: la autonomía de nuestros cuerpos y de poder decidir por nosotras mismas.

Mara Mariño

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