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Quieres que te den unos azotes

(Y no es una pregunta)

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Una de mis prácticas favoritas son los azotes. Desde el momento en el que una de mis primeras parejas me preguntó si me apetecía que me diera «un cachete» descubrí que soy de esas personas que saben apreciarlo y degustarlo como si de un buen vino se tratara.

El hecho de adoptar un rol más pasivo y quedar a disposición del otro y el placer del calambrazo excitante convierten al azote en ese gran aliado en la cama.

¿Que nunca lo has probado? Escoge una palabra, la que más te guste, y úsala como contraseña de seguridad por si uno de los dos se emociona demasiado. Ahora llega el momento de azotar.

Debe ser algo que cuente con el consentimiento de ambos y que se puede realizar de manera aislada en los preliminares o en plena postura sexual.

Olvida las películas porno incestuosas que sacan el azote. No es algo realista (ya que si tu madre era más aficionada a la zapatilla voladora que al cachete).

Para mí, el buen azote es sorprendente, porque llega cuando no te lo esperas pero te lo pide el cuerpo (y la otra persona sabe leerlo). Es energético, porque tiene la fuerza necesaria para que lo sientas pero no como para que tengas que interrumpir la sesión para ponerte una tirita.

Como diría Elettra Lamborghini, es certero ya que da en medio de la nalga con la precisión de un pincel de Picasso.

El poder de dar azotes conlleva una gran responsabilidad ya que puede ser el trampolín a un orgasmo bestial o la manera de cortar el ambiente de manera instantánea si ha sido mal ejecutado.

El azote dado con puntería consigue estremecerte desde las nalgas hasta las pestañas. Y se puede pedir, con la tranquilidad de acierto seguro, cuando el culmen está cerca y se quiere dar un empujoncito extra.

Quien no llora no mama y si no te lo dan y te callas, es más que probable que te quedes sin él, así que lo mejor que puedes hacer es pedirlo sin vergüenza.

Una vez llega el momento, solo queda abrir la mano y ponerla donde el ojo con un movimiento rápido, siempre en el nombre del placer, por supuesto. Y si vemos que eso de los azotes no es algo que vaya con nosotros, podemos optar por pasar y seguir con otras prácticas que nos resulten más placenteras.

Duquesa Doslabios.

Juguetes sexuales que tienes por casa (y no te habías dado cuenta)

El sexo es de las cosas más bonitas que hay, todos estaremos de acuerdo, pero innovar en la cama sin dejarte el sueldo en el sex shop del barrio, también es una maravilla.

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Para echarle un poco de sal a nuestra vida sexual no necesitamos hacernos con un catálogo digno de tupper sex, ya que por casa, muchos objetos cotidianos sacados fuera de su contexto convencional conseguirán que experimentemos una serie de sensaciones nuevas y muy placenteras:

  1. Hielos: olvídate de usarlos para los refrescos. Vacía la cubriera en un plato hondo y juega con ellos pasándolos por el cuerpo. Procura no dejarlos olvidados encima de la madera o aparatos electrónicos si no quieres llevarte un susto.
  2. Cucharas: enfríalas previamente en el congelador durante una hora. Te servirán, al igual que los hielos, para lograr estimulantes cambios de temperatura. Aplícalos sobre zonas como pezones, labios o cara interna de los muslos.
  3. Y ya que has abierto la nevera, échale un vistazo a lo que tengas. Alimentos como helados, nata, o chocolate son muy fáciles de untar sobre la piel para luego limpiarla a mordiscos o lametones.
  4. Collar de perlas o de bolas grandes, el aliado perfecto para ambos. Al igual que las perlas, enfriado puede ser una sorpresa de sensaciones, pero usado a temperatura ambiente es perfecto para masajear o masturbar.
  5. Las almohadas o cojines nos permiten mayor comodidad y placer en algunas posturas. Si te gusta especialmente la de ambos boca abajo, prueba a ponerte una almohada debajo de la tripa.
  6. Los complementos y accesorios como cinturones y pañuelos dan mucho juego. Se pueden utilizar para amordazar, tapar los ojos, atar las manos y pies… Las posibilidades son infinitas.
  7. El plumero y las brochas de maquillaje producen agradables cosquilleos sobre la piel. Úsalos después de limpiarlos bien y disfruta del hormigueo.
  8. Las pinzas u horquillas son muy útiles a la hora de sujetar la ropa o el pelo, pero ¿ te atreves a utilizarlas sobre el cuerpo? Si eres de emociones fuertes, esta idea te encantará.
  9. Y ya que estamos hablando de juego duro, un peine o una espátula de madera son elementos que se pueden utilizar para dar cachetes. No volverás a ver tu cepillo de la misma manera.

¿Qué otros objetos cotidianos de andar por casa utilizáis entre las sábanas? Compartid las ideas en los comentarios para que todos podamos divertirnos jugando.

Duquesa Doslabios.

Dime qué ruidos haces (en la cama) y te diré quién eres

O mejor, dime qué ruidos haces en la cama y te diré con quién te estás acostando, ya que la sinfonía de sonidos va mucho más allá de los que puedan hacer el somier y el golpeteo del cabecero de la cama contra la pared:

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Guarradas: o más finamente, como dicen los angloparlantes, el dirty talk (conversaciones sucias). Si por un casual consideras necesario añadir un poco de cháchara a la acción, puedes relatar brevemente lo que te gusta de lo que estáis haciendo o lo que te excita de la otra persona (evita narrar escenas de manera distendida como Carlos Ruiz Zafón).

Gemidos: según el estudio realizado por Saucydates sobre una muestra de 5.000 personas, al 90% de los hombres les gusta oír gemir a las mujeres mientras que a un 70% de ellas también les gusta que se exprese su compañero. Timidez fuera y gemidos dentro. Eso sí, naturales. Lo de ponerte a gritar como si estuvieras en plena berrea otoñal del ciervo, mejor déjalo para las películas porno.

Respiraciones aceleradas: porque a todos nos gusta percatarnos de que la otra persona se está poniendo como una moto. Normalmente suelen ser el prefacio del bullicio que va a venir después. A diferencia de los gemidos o el dirty talk, es una respuesta biológica a la excitación del momento, por lo que no es algo que dependa de nuestros gustos.

Ruidos aleatorios: la vida es incierta y muchas situaciones, inesperadas, por lo que siempre puedes escuchar en la lejanía un murmullo de una tripa que suena por hambre, un gas que se escapa o los incómodos ‘pedos vaginales’ que suceden por la formación de aire (y de los que prometo hablar muy pronto en un post).

Gritos: pegar voces en el dormitorio no es la mejor manera de llevarte con tus vecinos, pero si es uno de los básicos de tu repertorio ineludible en la cama, formas parte del 50% de hombres al que le gusta esta práctica. Si como mujer también eres aficionada a los alaridos, solo perteneces al 36,2% según el estudio.

Menciones religiosas: son quienes encuentran la fe entre las sábanas. Sí, tú también has pensado en una persona en concreto que gritaba «Oh, Dios». Si no se te ocurre nadie es porque esa persona eres tú.

Blasfemias: parece gente muy bien hablada, pero en cuanto se quitan la ropa es como si les hubiera poseído el espíritu del barrio Esperanza Sur. Procura, dentro de los insultos que profieras, no ofender a la otra persona ya que puedes cortarle el rollo inmediatamente.

Y tú, ¿qué ruidos haces o te gusta escuchar en la cama? Contadme vuestras experiencias más confidenciales.

Duquesa Doslabios.

Cumpliendo su fantasía sexual «disfrazándome» de profesora

Tengo una costumbre con mi pareja que, aunque hemos empezado hace poco, ambos nos declaramos fanáticos de ella: apostarnos fantasías sexuales. ¿Sabes el típico momento en el que uno de los dos le lleva la contraria al otro y dice «¿Qué no? Madre mía, te digo yo a ti que sí»? Ahí es cuando decimos: «Vale, hagamos una apuesta». Una vez se ha salido de dudas, el ganador tiene derecho a pedirle al otro la fantasía sexual que quiera.

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Yo en un primer momento me las prometía muy felices imaginándome románticas fantasías salidas de una novela de Jane Austen versión erótica. Vamos, que ya me estaba imaginando a mi pareja interpretando a Mark Darcy en Orgullo y Prejuicio en la escena del lago, es decir, vestido con una camisa blanca empapada. Era imaginarlo y se me hacía la boca agua. Sin embargo, la apuesta la ganó mi pareja y me tocó «apechugar» con su petición, que no fue otra que disfrazarme de profesora.

«Con escotazo y tacones» me pidió como únicos requisitos. Y yo, que cuento con una amiga profesora, no pude sino suspirar resignada por esa imagen ficticia que tienen muchos hombres acerca de las docentes, más que nada porque si veis a mi amiga y a sus compañeras, entenderíais que no encajan en esa imagen casi pornográfica. De hecho, haciendo memoria, el único tacón que le he visto a mis profesoras ha sido el típico ancho de tres o cuatro centímetros, un tacón a años luz del que llevan los zapatos altos.

Pero como a fin de cuentas, había que respetar la apuesta, hice de tripas tacón. Reconvertí una especie de uniforme de colegiala en uno de profesora y metí las gafas para tener algo con lo que poder juguetear entre las manos.

Como soy una mujer formal y seria me preparé la fantasía a conciencia hasta el punto de sacar impreso un examen de la E.S.O. para poder introducirlo en el juego a modo de strip test (lo tenéis en este enlace por si queréis probarlo en casa). Un acierto suyo y yo me quitaba una prenda para «premiar el estudio», mientras que si fallaba, la prenda me la debía él.

Todo esto, en teoría como os lo cuento, suena muy profesional, ya que encima, antes de empezar, le di una pequeña charla acerca de cómo estaba prohibido llamarnos por nuestros nombres, salirnos de la fantasía, etc. No sé si fueron los nervios o que mi pareja interpretara a un estudiante de 16 años con la barba cerrada que tiene, que al final me acabó entrando la risa y terminé saliéndome más del guión que él.

Sin embargo, la idea del examen fue un éxito aunque nos quedáramos a la mitad de las preguntas, ya que sirvió como rompehielos, y nos dio la excusa para que él «preguntara dudas» y yo pudiera juguetear con las gafas.

Por mucho que aquello más que una clase real parecía de una película de Xvídeos, pasamos un rato divertido y ya estamos a la espera de ver quién gana la próxima apuesta. Mark Darcy, esta vez no te me escapas.

Duquesa Doslabios.