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El cambio en la ley del ‘Solo sí es sí’ que nos debería preocupar (más)

Tengo la sensación de que la ley del ‘Solo sí es sí’ (o Ley Orgánica 10/2022) ha quedado en el olvido. Sabemos que salió adelante, pero que al poco una reforma en el Congreso aprobó una reforma sobre algunas de sus disposiciones.

Con ese cambio parecía que la primera ley que habría llevado el consentimiento a la Justicia, se había quedado en la nada absoluta.

Mucho ruido y pocas nueces.

agresión sexual pareja

PEXELS

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Con todo lo que se habló sobre ella en su día -y la polémica que generó antes de ser aprobada-, así como el goteo constante de noticias acerca de las rebajas en las condenas de los agresores sexuales, me encuentro que ahora no hay mucha información circulando al respecto.

Lo que no quita que, discreta y en silencio, la reforma de la ley vuelve a tocar un aspecto que supone un retroceso.

Así que quiero aprovechar para hacer una llamada de atención, porque no quiero dejar pasar algo nos están colando de nuevo.

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Uno de los grandes avances de esta ley era que unificaba abuso -cuando no había fuerza e intimidación- con violación -casos en los que sí lo había- pasando a llamarse todo ‘agresión sexual’.

Es decir, daba igual que no hubiera habido ningún tipo de violencia, el hecho de que no se contara con el consentimiento ya hacía que se penara como agresión.

Además esto era algo muy positivo para las víctimas «que no tienen que demostrar el uso de la fuerza para que sea considerado agresión», me comentaba el abogado Emilio Marful hace unos meses.

El problema es que esta disposición, con la reforma, ha desaparecido.

Uno de los cambios que experimentará la ley será que vuelve a convertir la violencia en un factor agravante y separa lo que es una violación de una violación con violencia o intimidación.

¿Y cuál es el problema?

Me comentaba mi profesora de autodefensa que, ante situaciones de peligro, a las mujeres se nos ha socializado en la parálisis, en la indefensión, en una inmovilidad que -como nos han vendido- garantiza nuestra supervivencia ante un mal mayor, el de ser asesinadas.

Pero no en la lucha ni en la resistencia.

De esta manera, una mujer que está siendo víctima de una violación, es mucho más probable que reaccione quedándose quieta que peleando contra el agresor.

Conclusión, en muchas ocasiones no necesitamos intimidación ni violencia, porque quedarnos quietas ya es nuestra primera respuesta si sentimos que es una situación de riesgo.

Cuando esas agresiones suceden, ¿de verdad es menos violación? ¿Merece menos años de condena?

Pienso en esas mujeres que no solo sufren esto en manos de un violador (el clásico violador que compartimos en el imaginario colectivo y que está en un callejón a la espera de su próxima víctima), sino las que sufren esto en silencio en el seno de su pareja, de su familia, de su trabajo…

En las que viven una serie de microsistemas donde no tienen forma de librarse de sus agresores por las relaciones que las atan.

Y pienso también en ellos, claro, que con esta reforma vuelven a recibir el mensaje de no deben volver a preocuparse de si ella consintió o no.

Este cambio en la reforma es dar un paso atrás de nuevo. El paso de volver a ser juzgadas socialmente como que no te resististe lo suficiente.

Lo que supone poner, una vez más, el peso de la agresión no en forzar a un acto sexual no deseado, sino en lo que hemos forcejeado (y luego demostrarlo).

Como si la violación no fuera bastante violencia.

Mara Mariño

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