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Masturbarse por primera vez

Para todo hay una primera vez. Con la masturbación pasa lo mismo, solo que nadie nos enseña y suele ser a golpe de intuición y autodescubrimiento. Que si una mano por aquí, que si un roce por allá… Aunque una cosa son los tocamientos iniciales y otra, lo que vulgarmente se conoce como “hacerse una paja” en toda regla. ¿Cuándo y cómo se suele empezar?

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Mis amigos, acostumbrados a mis indiscretas preguntas, accedieron una vez más a dejarse interrogar, y la verdad es que echando la vista atrás en esto del onanismo no nos pudimos reír más. “Yo tenía 12 años. Estaba en la ducha y empecé a toquetearme. Cuando quise darme cuenta estaba ahí dale que te pego y de repente sentí un escalofrío de placer. Casi me desmayo; tuve que agarrarme a las cortinas y todo para no caerme. Y dije ay la leche, ¿esto qué es? Desde entonces no he parado”, añade.

En lo que a los chicos se refiere, salvo las diferencias propias en detalles y matices, las historias suelen ser parecidas. La cama en lugar de la ducha, 13 años en lugar de 12… Pero poco más. En el caso de las chicas, las diferencias son más grandes. No tanto en la horquilla de edad (12-14) como en los métodos. Alguna me dejó con la boca abierta, reconozco.

“Yo empecé muy jovencita, a los 12 años, y lo hacía pensando en los actores de la peli Exploradores”, me contaba una. Esta lo hacía con la mano, pero me encontré de todo. Eso sí, ninguna con penetración, que con esas edades ni se les pasaba por la cabeza. La que más me sorprendió fue la que dijo que se masturbaba frotándose contra el pico del lavabo. “Una vez hice tanta fuerza que acabé arrancándolo de la pared y rompiéndolo. Mi madre se enfadó muchísimo y nunca entendió cómo narices había hecho aquello”. Para otra, su primera vez fue inesperada. “Había un columpio que simulaba ser un cohete, con barras de hierro muy altas por las que trepar. Un día estaba intentado llegar arriba, y de tanto rozarme, acabé teniendo un orgasmo”. Cojines, almohadas, movimientos rítmicos contra pelotas de tenis… el repertorio es inacabable.

Luego, claro, la técnica se va perfeccionando con la edad. Pero eso, amigos, ya lo dejamos para otro post. ¿Recordáis vuestra primera vez?

Amantes, pero sin penetración

Los dos tienen pareja, trabajan juntos y están liados desde hace un año. Hasta ahí, nada especial, solo una más de tantas historias de cuernos. Cuando lo descubrí me sorprendió no por la infidelidad en sí, sino porque no pegan absolutamente nada. Se podría decir casi literalmente que son de dos planetas diferentes. Aunque vete tú a saber, quizás precisamente por eso se atraigan.

Mujer bajo la cama

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Como decía, pillarles in fraganti fue una sorpresa, pero sin más. El caso es que ambos, al saberse descubiertos, se sintieron en la obligación de darme explicaciones y, cada uno por separado, me contó su milonga. No les creí una palabra, claro. Resulta que pretendían hacerme creer que, en todo ese tiempo, no se habían acostado. Bueno, acostados en una cama sí que reconocían haber estado, pero poco más. Es decir, que se besaban, se magreaban, se iban de cena y de copas juntos hasta las tantas… pero de follar, nada de nada.

Aunque intenté hacerles comprender que me importaban un pimiento los detalles de su vida sexual, ellos, cada uno con su historia, seguían erre que erre. Fingí creerles para que me dejaran en paz. Hasta que hace unos días, por casualidades de la vida, conozco a una persona que resulta ser íntima de ella y, sin saber mi nexo con ellos, acaba por revelarme todos los detalles. ¡Y resulta que es verdad!

Parece ser que ella se niega a llegar hasta el final, no alcanzo a entender muy bien por qué. Algo me dijo su amiga sobre que estuvo dispuesta a dejar a su novio si su amante dejaba a la suya, pero que él se negó en redondo. Y digo yo, sea cuales sean sus razones, ¿qué sentido tiene?. ¿Cómo narices se puede prolongar una situación así durante nada menos que un año? Mí no comprender. ¿Alguien lo hace?

Sexo, culpa y autoengaños

Este año la vuelta al trabajo está resultando especialmente dura, así que, para rebajar el síndrome postvacacional, unos cuantos compañeros quedamos a la salida del curro y fuimos a cenar. Entre copita y copita de vino la cosa se fue animando y la conversación, que fue subiendo de tono a medida que avanzaba la noche, derivó en un intenso debate en torno a una anécdota con la que aún sigo alucinando.

Una de mis compañeras contó que su prima veinteañera, universitaria y profundamente católica, tenía un novio con el que llevaba un par de años y con el que planeaba casarse cuando terminase la carrera. La chica, al parecer, se tomaba muy en serio el tema de su fe y, para ser consecuente, había decidido que quería llegar virgen al matrimonio, por lo que se negaba a practicar el coito con su futuro marido. Hasta ahí, todo en orden. Se puede estar o no de acuerdo, pensar que es o no una chorrada, pero, al fin y al cabo, es una decisión personal tan respetable como la que más. El surrealismo llegó cuando nos enteramos de que la susodicha permitía que su maromo, para aliviar calores, la penetrase por detrás tantas veces como fuera menester. Vamos, que follar era pecado pero se dejaba dar castamente por el culo.

Sexo, culpa y mentirasSalvando las distancias, en seguida me acordé de mi amiga Ana y nuestra última noche hace tres años en una islita croata llamada Lopud. De vuelta a nuestro apartamento tras una noche de fiesta paramos a tomar la última en un chiringuito cercano, y a los 15 minutos teníamos al lado a un grupo de maromos dispuestos a darnos palique y lo que hiciera falta.

Aunque nuestro inglés estaba bastante deteriorado a esas horas, Ana pronto pareció entenderse a las mil maravillas con uno de nuestros acompañantes gracias al más universal de los lenguajes. Que si te hablo al oído, que si me acaricias la espalda, que si te río todas las gracias aunque no pille ni una… Yo opté por retirarme y Ana y su Romeo se fueron de la mano caminito de la playa. A la mañana siguiente no tardé en acosarla a preguntas sobre los pormenores de su polvo playero, pero para mi decepción, “no hubo ninguno”.

Resulta que Ana, con un largo historial de desencuentros amorosos a sus espaldas, había quedado un poco maltrecha de su último lance y, cuando se vio tumbada en la arena con las tetas fuera, la lengua del croata golpeándole el paladar y dos de sus dedos dentro de la vagina, le dio por sentirse “culpable”. Así que siguió allí, con un calentón de no te menees pero sin bajarse la bragas porque, en algún lugar absurdo de su mente, una vocecita le decía que mientras no hubiera penetración era como si en realidad no estuvieran haciendo nada. Libre de pecado y a salvo del fornicio. De alguna forma, ella sentía que debía guardar una especie de luto por el gilipollas que le había pateado el corazón unas semanas antes.

La guinda la puso mi compañero Ángel. “Eso le pasa a mucha gente”, dijo, y contó que una íntima amiga suya estuvo seis meses colgadísima por un tipo del trabajo con el que quedaba dos veces por semanas para hacer de todo, pero con quien de ninguna manera podía follar porque él “no soportaba la idea de ponerle los cuernos a su novia”. ¿Pero se puede tener más jeta? Resumiendo, puedes sentarte en mi cara todo lo que quieras y hurgar en mi bragueta si te parece, pero de meter, nada, porque mientras no me cuele en tu agujerito todo estará en orden y seré un hombre de bien. Miedo me da preguntar, pero ¿alguien se identifica con uno de estos casos? ¿Dónde empieza y acaba el sexo? ¿De verdad hay distintos niveles o es como ponerle puertas al mar? Lo de los cuernos ya mejor lo hablamos otro día…