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¿Alguna vez te has masturbado junto a tu pareja mientras dormía?

Si en una sala llena de hombres y mujeres preguntamos quién se ha masturbado al lado de su pareja mientras la otra persona estaba durmiendo, seríamos nosotras las que más levantaríamos la mano.

O, al menos, a esa conclusión llegó la encuesta que realizó JOYclub, comunidad basada en la sexualidad liberal.

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Fue el 71% de mujeres las que admitieron esta práctica frente a un 61% de los hombres. E, independientemente del resultado, la conclusión es clara: darse placer no tiene nada que ver con tener pareja.

Después de derribar el primer mito, cabría preguntarse, en todo caso, por la razón por la que la pareja no entra en ese momento íntimo.

Para mí está claro. Al igual que me levanto a coger un yogur de la nevera si me he quedado con hambre después de cenar, responder a mis ganas de placer si me apetece antes de dormirme, me resulta natural de la misma manera.

Y es que dentro del universo que se crea en una relación, es importante guardarnos algunas parcelas de uso y disfrute individual.

Partes de nuestra vida que pueden ir desde cultivar nuestras aficiones, quedar con una amiga o engancharse a una serie.

La masturbación entraría en esa lista, por supuesto.

Puede ser también porque el deseo sexual se despierta en una franja horaria en la que hay pocas posibilidades de conciliarlo conjuntamente.

También tocarse es la forma de que las ganas no entren en conflicto con el descanso de la otra persona, que se encuentra roncando al otro lado de la almohada después del cansancio de todo el día.

Al final, ya sea por esto o por querer mantener ese rato único y exclusivo para ti, si tu pareja no tiene interés en el libro que estás leyendo o no le apetece ese snack de la nevera, no hace falta que te pongas a leerle párrafos en alto o le des explicaciones de por qué te estás comiendo una onza de chocolate.

Con esto es un poco lo mismo, basta con disfrutarlo a solas.

Duquesa Doslabios.

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El sexo cambia un poco cuando empiezas a vivir con tu pareja (y es normal)

Esta semana me toca mentalizarme, voy camino de mi quinta mudanza. Aunque solo es la segunda con mi pareja (espero que nos queden muchas más juntos), nos veo ahora y me da la sensación de que somos otros.

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En el mejor de los sentidos, por suerte. Desde que empezamos a vivir juntos, creo que hemos avanzado como pareja y también como adultos.

Aunque de nuestra madurez ya os hablaré en otro momento, hoy me encontraba algo melancólica pensando en la vida sexual que habíamos tenido en nuestro primer ‘nidito’.

Sí, las cosas habían cambiado desde que él compartía piso y yo todavía vivía con mis padres. Hace dos años, en cuanto teníamos un momento de intimidad, lo aprovechábamos al máximo, no sabíamos cuando iba a repetirse en un futuro y no eran tan habituales.

Podía ser su habitación, el salón que compartía con otros dos o la parte de atrás del coche en alguna calle poco frecuentada de Madrid, daba igual. Lo importante era que afloraban las ganas en cuanto veíamos la posibilidad de estar solos.

Compartir piso cambia eso por completo. Y no necesariamente en el mal sentido. Conviviendo tienes el espacio disponible cuando quieras, aunque -teniendo en cuenta las distintas rutinas- lo que empieza a costar es encontrar el momento.

Pero qué gozada es cerrar la puerta, pensar ‘ya estoy en casa’ y tener la libertad de saltar desnuda a por el otro o esperarle de la misma manera cuando llega del trabajo.

Sí que es verdad que la urgencia se pierde en el momento en el que construyes con tu pareja la pequeña república independiente de tu casa.

Es algo que hay que asumir y que toca compensar con otros aspectos de la relación. Es la hora de darle rienda suelta a la creatividad.

De comprar unas velas, unas esposas, de idear un juego de mesa que se pague la derrota con prendas, de colonizar cada centímetro de la casa: desde la encimera hasta el sofá o incluso el balcón.

Es el momento de pensar «Mierda, los vecinos» y al segundo «Total, me da igual».

Convivir permite que el sexo se convierta en una experiencia a la altura de una degustación y la casa en el espacio gourmet en el que llevarla a cabo.

Al igual que el fin de semana sacas tiempo para que ambos cocinéis -codo con codo-, un buen plato, acabas refinando también la calidad de tus relaciones sexuales.

Estás compartiendo piso, facturas, hacer la compra, la película de la noche o incluso conciliar el sueño a diario, sobre la misma almohada, con la que es tu persona favorita.

Un vínculo emocional que también se traslada a las sábanas haciendo que, si quedaban inhibiciones o límites que superar, la relación sexual alcance un nuevo nivel de expresión y libertad.

Duquesa Doslabios.

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Qué duro es vivir en pareja (y qué poco se habla al respecto)

Nadie te dice lo duro que es vivir en pareja. Nadie, ni siquiera tu mejor amiga que ya te lleva dos o tres años de ventaja en la convivencia.

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Lo más cerca que ha estado de decirte algo parecido fue cuando, una vez de pasada, comentó una discusión por ver quién vaciaba el lavavajillas.

La cosa es que ninguna pareja de tu alrededor te lo cuenta antes de dar el paso. Aunque, siendo sincera, creo que, si alguien me lo hubiera contado, no me lo habría creído (o no me lo hubiera querido creer).

Habría soltado una risotada y habría respondido que seguro no era para tanto.

Ay. Pues igual sí me habría gustado que me hubieran contado lo que estaba por venir. Las broncas que empiezan por unos calcetines por el suelo y terminan en «Es que tu madre dijo una vez».

Ver una cara de tu pareja que, hasta ese momento desconocías.

Descubrir que por mucho que Shakira hable del hombre que le cambie las bombillas y le lave el carro, lo más seguro es que acabes tú montando los muebles del Ikea.

Lo más difícil de la convivencia es que se enfrenta tu manera de vivir con la de otra persona, y esa manera de vivir es fruto de una educación que hemos recibido.

Por lo que los padres de uno y de otro entran, en algún momento, en la discusión.

Jamás imaginaría que terminaría teniendo que explicar cómo se limpia una mesa con una bayeta, cómo se deben cocinar los alimentos para no morir intoxicados porque (en mi caso él) deja el pollo crudo o incluso cómo se recicla.

Me ha tocado dar una serie de lecciones de sabiduría doméstica (con sus correspondientes altercados) que no me correspondían pero que he tenido que hacer igualmente.

Y si a eso le sumas las diferentes opiniones sobre el orden y la limpieza, el resultado de la ecuación es un cóctel molotov que explota día sí y día también.

Dicen que el primer mes es el más duro. En mi caso han sido tres y todavía hay ocasiones en las que me llevo (y se lleva) las manos a la cabeza.

Nadie te dice lo duro que es vivir en pareja, nadie. Así que como nadie lo hace, te lo voy a decir yo. Vivir en pareja es muy duro, de las cosas más desafiantes a las que te enfrentarás en tu vida. Pero con todo, te aseguro que merece la pena.

Duquesa Doslabios.

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Mis 8 votos antes de irnos a vivir juntos

Hace un rato te he dicho que ya lo tenía todo casi listo y que no podía esperar para cumplir una lista de momentos que disfrutar viviendo en pareja, que mi pie ya estaba en camino para dar ese gran paso.

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Y aunque sabes que soy de hacer más que de decir, he querido escribir esto para nosotros, para que tengas algo sobre el papel (que es la pantalla hoy en día) y puedas leer cuando quieras.

Prometo buscar el momento para decirte las cosas delicadas. Y, si no lo encuentro, te haré saber que tenemos un tema sensible pendiente de hablar para que te prepares y me digas cuando podemos hacerle un hueco. Porque como bien dice nuestra amiga de apellido impronunciable, la privacidad no nos la va a dar el piso ni las puertas (y menos con ese tamaño), sino la persona con la que lo compartamos.

Prometo enseñarte cuando no sepas hacer algo que a mí me hayan enseñado y prometo poner todo de mi parte para que me ilustres tú cuando sea el caso contrario. Ya sea a fregar unos platos de la manera más eficiente o a limpiar la vitrocerámica para que no quede con marcas. El motivo es lo de menos, lo demás es entendernos.

Prometo echarle paciencia, mucha. Fíjate si me lo he propuesto en serio que hasta voy a sacar la que no tengo mientras nos adaptamos a ese ritmo en el que tú y yo marcaremos los compases. También prometo decirte las cosas con calma, ya de paso (por lo menos hasta la tercera vez, a partir de la cuarta que tenga que repetir algo no prometo nada).

Prometo no asustarme a la primera de cambio, no darlo todo por perdido, no pensar que nos hemos precipitado. Prometo esperar, darme (y darnos) tiempo para empezar a rodar.

Discutiremos. No sé cuánto, ni por qué pero sé que a veces será por tonterías. Cuando eso pase, no olvides que te quiero. Y que, aunque no lo admita, prometo que ya estoy pensando en arreglarlo contigo.

Porque quiero ser tu compañera de equipo, tu apoyo, tu aliada, quien te cubra siempre las espaldas. Podrás contar conmigo para desahogarte, porque prometo estar ahí para ti. Para los días buenos en los que salgamos a correr después del desayuno. Para los malos en los que no nos pongamos de acuerdo porque tú quieres poner una planta con flores, siendo yo más de hojas verdes, y terminemos destapando la caja de Pandora.

Prometo que haré todo lo que esté en mi mano para convertir nuestra casa en un hogar. Darte espacio cuando lo necesites, respetar tus cosas y, por qué no, cogerte alguna camiseta de vez en cuando (sabes que me gustan oversize y que lo de compartir ropa estaba en el contrato verbal entre nosotros desde un principio).

Al final, va a ser, como es todo entre nosotros, sencillo, natural y fluido.

Aun así te prometo que estamos juntos en esto y que funcionará porque te quiero. ¿Que cuánto? Como nos decimos, muchísimo más que mucho.

Duquesa Doslabios.

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Los 4 temas que deberías hablar antes de irte a vivir con tu pareja

Cuando llega el momento de dar el paso, ese que nos va a cambiar la vida (o, al menos, la rutinaria), hay una serie de conversaciones que deberíamos tratar, fuera de las cuatro paredes del hogar a compartir, que nos sirva para dejar las cosas claras.

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Una de las primeras cosas que deberías hacer es establecer un reparto de tareas (hasta encuentras planificadores que puedes colgar en la pared para que no haya dudas).

Tiene que haber un equilibrio que incluya hacer la compra, cocinar y, por supuesto, limpiar. Si cada pareja es un mundo con la logística del hogar pasa un poco lo mismo, se tiene que adaptar a cada caso y no hay dos iguales.

En función de los turnos, trabajos, etc puede variar, pero lo más importante es encontrar el hueco para que ambas personas puedan dedicarle tiempo o, si la agenda no lo permite, establecer un día a la semana en el que poder trabajar juntos en ello.

En el momento en el que paséis a compartir techo, la toma de decisiones se hace de manera conjunta, ya sea la colocación de un cuadro o alquilar una plaza de garaje. Una vez vives con tu pareja, si no lo habías hecho antes, es el momento de cambiar el chip y entender que se pasa de ser uno a pensar por dos. 

Trabajar en la convivencia será igual de importante que trabajar en la relación, por lo que, por mucho que nos gusten ciertas cosas, queramos hacer algo tengamos la manía de rellenar constantemente los tarros de pasta porque tenemos una obsesión del orden, hay que moldearse un poco a la otra persona.

¿El truco infalible? Respetar, tanto al espacio como a la otra persona a la hora de comentar lo que nos molesta.

Hablar de dinero es algo que, tenemos que asumir, nos acompaña antes y durante la relación. La clave está en conseguir que se convierta en una charla y no en una discusión (puede llevar años de práctica).

Temas como cuánto va a aportar cada persona, cómo va a ser la organización a la hora de pagar los pagos, si se ahorra o qué presupuesto se destina a hacer actividades en pareja son cosas que deberían quedar claras desde el primer momento.

Cabe negociar también cuál va a ser la política de invitados. Es decir hasta qué punto (o cuánto tiempo) puede pasar un familiar o amigo por casa, cómo van a ser los días y el reparto cuando vengan más personas o si, por ejemplo, va a ser una república independiente de tu casa con fronteras totalmente cerradas.

No se puede olvidar que, el objetivo de todo esto, es evitar futuros problemas y asumir este tipo de temas de manera madura, siempre con la idea de conseguir una relación sana.

Duquesa Doslabios.

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