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Amistad y amor secreto

Sabe que es ahora o nunca, pero se muere de miedo. Lleva enamorado de ella toda la vida, desde que sus padres aparcaron la furgoneta de mudanza en frente de su casa y la vio abrazada a su perro en medio de tantas cajas. Entonces tenían 8 años. Acampadas, juegos, vacaciones, navidades y meriendas compartidas. Lazos familiares, la inocencia intacta y en el horizonte la promesa de toda una vida. Fue a él a quien abrazó, con la excusa de los sustos, la primera vez que les dejaron ver Los Gremlins.

GTRES

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Pero el tiempo pasa y él nunca se atreve; las cosquillas se difuminan y ella se echa su primer novio. Nada más allá de pasear de la mano y unos cuentos besos, lo justo para que él se sienta como si le hubieran arrancado las tripas. Cuando quiere darse cuenta, ya ocupa el papel de “insustituible mejor amigo”.

La próxima será mi oportunidad, se dice, pero nunca da el salto, y aferrado a su paracaídas la ve moverse por la vida año tras año, novio tras novio, mientras él permanece quieto, en el lugar de siempre, aguardando. Un curso a Estados Unidos, erasmus a Francia, un trabajo en Londres… “¿Con lo guapo y listo que eres, y con todas las tías con las que andas, cómo es que nunca te echas novia”?, le pregunta ella en uno de sus regresos. Ninguna me llega como tú, ninguna me toca el alma, piensa él, a la vez que calla. En la superficie, solo un falsa sonrisa pícara, de tipo duro. “Alguna vez alguna te la devolverá y te romperá el corazón”, le dice ella, ajena. O no…

De alguna forma, siempre lo ha sabido. Igual que todos. Un secreto a voces; un grito silencioso. Un quien no arriesga no gana y aquí, de momento, perdemos todos. Ella ha vuelto, de nuevo. Se acerca la navidad y ha vuelto, como en el anuncio. Solo que esta vez regresa con el corazón hecho jirones, en una cajita de madera. Y ahí está su amigo, su gran amigo, para enjugarle las lágrimas. “¿Tendrás un huequito para mí esta noche?”, pregunta ella. “Sí, claro”, responde. Ante sí el resto de su vida, bajo sus pies, un acantilado. ¿Se atreverá esta vez a saltar? ¿Querrá por fin ella empujarlo?

Amistad, amor… y traición

Eran tres parejas jóvenes, de treinta y pocos, y parecían muy amigos. Puede que estuvieran de celebración o, simplemente, que hubieran salido a cenar solo por el placer de disfrutar de su compañía mutua. Resultaba obvio que no era la primera vez.

Entre el ruido de ambiente propio de un restaurante en Malasaña (Madrid) un sábado por la noche era difícil alcanzar a entender nada de lo que hablaban, pero saltaba a la vista que lo estaban pasando en grande. Bromas, anécdotas, carcajadas… Desprendían complicidad y buen rollo, con risas que sobresalían del resto y contagiaban a todos los presentes. Parecían felices.

copas y amigosReconozco, que, desde mi mesa, alguna vez los miré con envidia. Podría decir que era de “la buena”, pero ¿realmente eso existe? Yo estaba allí porque mi amigo Nacho es uno de los camareros y, cada vez que puede, se tira el rollo y nos hace suculentos descuentos a los amigos más pobres. Era él quien atendía a la mesa del amor y la diversión.

El caso es que terminamos la cena, pagamos y nos fuimos al garito de al lado a tomar una copa mientras esperábamos a que Nacho terminase su turno. Al salir dediqué una última mirada al grupo de amigos, que allí seguía, a lo suyo. Pude ver a una de las chicas con lágrimas en los ojos de la risa, mientras otra chocaba la palma de la mano con el chico que tenía enfrente, en plan equipo.

Una hora y media después, cuando apareció Nacho, sacó algo del bolsillo del abrigo que nos dejó a cuadros. Un posavasos. “Lo he encontrado al recoger la mesa de esos seis”, dijo. En el reverso podía leerse: “Llámame luego, cuando Laura esté dormida. A la hora de siempre. Me muero de ganas de ti”.