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‘Te vas a quedar soltera’

«Nunca tendrás novio», sentenció mi seguidor en una de mis publicaciones de Instagram donde daba mi opinión sobre el caso de Rubiales y Hermoso.

Podría haber contrargumentado mi análisis, haber dejado de seguirme, hasta haberme bloqueado, si me apuras, pero eligió esas tres palabras en concreto para tratar de hacerme el máximo daño.

«Bueno, tú podrás decir lo que quieras de la actualidad, del fútbol y hasta del machismo, pero nunca tendrás novio». Ese era su consuelo. Esa era mi ‘condena’.

mujer soltera

PEXELS

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Aquel comentario me hizo viajar al pasado.

A un pasado en el que, nuestras abuelas, a poco de convertirnos en mayores de edad, ya nos preguntaban por parejas, preocupadas de que todavía no estuviéramos casadas ante los ojos de Dios ni tuviéramos hijos (porque en ese momento de sus vidas, ellas ya habían sido madres).

Si además le decías que ibas a centrarte en tu carrera universitaria, que ibas a aprovechar para viajar y conocer mundo o aprender idiomas, y que traer un novio por Navidad no entraba en la lista de prioridades, porque además querías un novio adulto que se hiciera responsable de la mitad de la tarea doméstica y carga mental, el drama estaba servido.

En ese momento, tu abuela, al borde del colapso mental, manifestaba su preocupación diciéndote que «así no te va a querer nadie y te vas a quedar para vestir santos».

Conste que no culpo a nuestras abuelas. En sus tiempos, ser mujer era eso: nacer, crecer, casarte, reproducirte, limpiar, barrer y cocinar.

Y si no lo hacías, te quedabas destinada a adornar la iglesia que te pillara más cerca, asegurándote de que los ropajes de las tallas de santos y vírgenes estuvieran en perfecto estado (de ahí el origen de la expresión).

Mi seguidor era bien conocedor de este subcontexto machista cuando hizo el comentario. En un mundo donde el amor es lo que nos valida, es lo peor que se le puede decir a una mujer: nadie va a quererte, vas a ser una soltera.

Soltera.

La palabra que recibimos como una amenaza velada de ese futuro incipiente donde solo los gatos y las plantas son los seres vivos que nos acompañarán por el resto de nuestra vida.

Pero hay algo que él no podía imaginar. Esa idea ya no nos asusta y además es falsa.

 

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No hay miedo en la soltería por ‘culpa’ de unos padres que nos han educado en lograr lo que nos propongamos y sentirnos realizadas a través de ello.

Unos padres que nos han apoyado en una formación que nos permitiera ser independientes, hasta el punto de que no necesitáramos que nadie se ocupara de ‘nosotras’, porque podemos arreglárnoslas -no solas-, pero sí por nuestra cuenta.

Y vaya si caló el mensaje.

Les creímos hasta el punto de que, para muchas de nosotras, tener pareja ya no es una prioridad: es un complemento que si forma parte de nuestra vida, genial, pero si no aparece, no nos determina la felicidad.

Ya no necesitamos el amor romántico para sentirnos realizadas y la boda no es el culmen de nuestra vida.

Pero sí lo es ese ascenso merecido, el viaje a otro país con una cultura distinta a la nuestra, pedir una hipoteca a nuestro nombre, hacernos un viaje en coche de 600 kms, aprobar las oposiciones, ser madres solteras

Lo que nos preocupa no es echarnos o no novio, es el imparable cambio climático que significa que el de 2023 es el verano más frío que recordaremos en nuestra vida, nos preocupa que el sistema sanitario esté bajo mínimos.

Nos preocupa que la pensión que nos corresponda, nos permita tomarnos una cerveza en una terraza de Madrid, pero no una asistencia sanitaria para que nuestra calidad de vida no caiga en picado cuando no seamos independientes.

Pero sobre todo, que soltera no nos da miedo porque no significa sola. En el camino de priorizarnos, el núcleo duro está formado por familiares, compañeras y compañeros, amigas y amigos.

Y si estar soltera es porque llega a nuestra vida una persona cuya razón de incompatibilidad sea que rechaza el feminismo, pues sí, mejor estar soltera.

Aunque si pienso en el comentario, me encantaría decirle que identificarme con un movimiento que busca la igualdad nunca ha afectado mi vida sentimental.

Solo significa que de cara a establecer vínculos, resulto atractiva a un tipo de público que cree en la igualdad entre hombres y mujeres y que, de la misma manera, yo me fijo en las personas que comparten mi mentalidad.

Pensando de esa manera no es que tengas más posibilidades de quedarte soltera, lo que tienes son más probabilidades de tener una pareja feminista.

Mara Mariño

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Amores interrumpidos, amores eternos

Había oído hablar de él toda mi vida, desde que tenía uso de razón. Pepe Cabello, el pintor. El gran y único amor de mi tía Paca. Tardé años en oírselo nombrar a ella, que vivía aparentemente ajena a los comentarios y chismorreos que sobre su vida y su pasado hacían familiares y amigos. Siempre a sus espaldas, eso sí: “Pobre, tan buena y tan sola”, “ha sido incapaz de rehacer su vida desde entonces”, “si no hubiera sido tan cabezota…” Mi curiosidad crecía cada día, pero siempre que preguntaba me respondieron con evasivas. Al fin y al cabo, yo solo era una niña.

Paca era mi tía “la solterona”. Tía abuela, en realidad, pero se ve que su condición de no-casada la convertía a nuestros ojos en una especie de tía universal que siempre estaba cuando la necesitábamos, capaz de cuidar de todo y a todos. Era extremadamente cariñosa, detallista y poseía una alegría contagiosa; todo le hacía gracia. Pero un día, mientras paseábamos las dos por la Plaza Alta, la de las palomas, se le heló la sonrisa en la cara. Tardé en darme cuenta porque me había acercado un momento al quiosco a por pipas, y hasta que no me di la vuelta no vi a aquel hombre, del brazo de una señora, parado frente a mi tía. Para cuando los alcancé, la conversación ya estaba iniciada.

—Hace ya seis meses que regresé. Que regresamos —dijo él, mirando fugazmente a la que a todas vistas era su mujer—. La jubilación, ya sabes… Es raro que no nos hayamos encontrado antes, esta es una ciudad pequeña”.

—Uy, ya no tanto… ha crecido mucho, no es la que era. Te habrá costado reconocerla…

—Está distinta, sí, pero en esencia sigue siendo la misma. Algunas cosas no cambian nunca.

A mi tía le temblaba ligeramente la barbilla y él me miró.

—¿Tu hija?

—No, mi sobrina —aclaró ella, y aunque sonreía, o al menos lo intentaba, no pudo evitar que se le ensombreciera el rostro. Tenía los ojos acuosos.

Se hizo un silencio demasiado largo —incluso una niña podía darse cuenta de eso—, hasta que la mujer que colgaba del brazo del hombre, visiblemente incómoda, carraspeó. Por un momento creí que iba a decir algo, pero no dijo nada. Ahora pienso que quizás estaba invitando a su marido a presentarla, pero aquello no sucedió. Solo miradas y más silencio incómodo.

—Bueno, me alegro de verte, Pepe, que disfrutéis del regreso —dijo mi tía mientras tiraba de mi mano—. Tenemos que irnos.

Él hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida y la mujer sonrió, educada. Ya caminaban hacia la Calle Ancha, cuando se volvió.

—Paca…

Ella se dio la vuelta, expectante.

—Me ha gustado mucho volver a verte.

Cuando se es muy joven se tiende a creer, por error, que el amor no es cosa de mayores. No es un pensamiento consciente, es algo interiorizado, que sale sin querer. Uno cree que sus calores y anhelos, sus vaivenes y navajazos son patrimonio exclusivo de la juventud. Cuando se es muy joven nadie se imagina a un señor o una señora de 60 años temblando por la cercanía de otra persona, o con el corazón a mil, o simplemente hecho trizas por lo que fue, por lo que ya no, por lo que pudo haber sido. Cuando se es muy joven, a menudo, se está equivocado.

Aquella tarde Paca y yo anduvimos de vuelta a su casa. Ni ella ni yo dijimos una palabra, aunque juraría que le vi alguna que otra lágrima. Casi podía tocar su tristeza.

Años después, cuando mi tía enfermó, le conté a mi madre aquel episodio de la plaza y lo triste que había visto a la tía. Entonces ella me contó que ese debía de ser Pepe Cabello, su amor de juventud y el único novio que había tenido. Al parecer estaban muy enamorados e iban a casarse. Pero en aquellos años España no era un buen lugar para el amor… Como muchos otros, en esos tiempos de oscuridad y represión Paca y Pepe necesitaban de una carabina para poder verse. Sí, una de esas señoras mayores que acompañaban a las chicas jóvenes en sus citas para asegurarse de que no hacían nada indecente. En su caso, una prima de ella bastante mayor, Luisa, que a su vez arrastraba la amargura de un amor truncado por ser él más joven que ella. Luisa, a la que prohibieron casarse con ese hombre. Luisa, que se quedó para vestir santos. Luisa, que si no se casaba ella no se casaba nadie.

Y así, hizo todo lo posible por boicotear aquella relación. Si querían estar juntos, tenían que ir a donde ella quisiera y hacer lo que a ella le diera la gana. Si protestaban, se negaba a acompañarles y ya no había cita. Un día, en plena semana santa, Pepe pidió a su novia que fueran al balcón que había preparado su familia para ver la procesión. Luisa se negó, y el hombre ya no pudo más. “Estoy harto de que tu prima nos mangonee. Si no vienes esto se termina, Paca. O ella o yo”. Algo así debió de decirle. Pero Pepe no entendía que no se trataba de él o Luisa, sino de él y todo un régimen. ¿Cómo iba ella sola a poder dinamitarlo? Dolor, orgullo, llantos… y Luisa malmetiendo. Al final se canceló la boda y Pepe se fue de la ciudad, que por aquel entonces era más bien un pueblo.

Ignoro si volvieron a verse. Mi tía murió a los 66 años de un cáncer. Pepe, su Pepe, solo la sobrevivió un par de meses, aquejado del mismo mal. Están enterrados en el mismo cementerio, a no demasiados metros de distancia. Cerca, pero sin tocarse… como cuando estaban vivos.

Y en su casa, bajo la cama, una vieja lata llena de fotos.

PACA Y PEPE

PACA Y PEPE