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Se nos ha colado la violencia en la cama

Conocí a un chico en Tinder con el que tenía muchas cosas en común y una atracción de otro planeta.

Terminamos en su casa y al poco, estaba inmersa en una práctica sexual súper violenta.

Además de sentirme en peligro todo el tiempo (era la primera vez que teníamos sexo y no entendía que hubiera derivado en algo que, para mí, hace falta más confianza) volví a mi casa con la idea de no volver a verle.

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Él me escribió al día siguiente, que lo había pasado genial y repetíamos cuando yo quisiera. Aquello fue la prueba de que habíamos vivido dos experiencias completamente diferentes.

Para él, la violencia estaba tan integrada con su forma de sentir placer que ni se planteaba que para mí pudiera haber sido distinto, hasta el punto de encontrarme incómoda por percibirlo como una situación de riesgo.

Y no, él ni es raro ni está enfermo, simplemente su sexualidad está condicionada por ejercer la violencia contra su pareja.

Porque en este caso no hablo del BDSM, cuando este tipo de experiencias de dominación y sumisión forman parte de la experiencia y llevan un consentimiento que se habla (y acepta) previamente por ambas partes.

Hablo de tener un encuentro convencional y rutinario en el que este trato brusco donde los golpes, bofetones, inmovilizaciones y un lenguaje humillante aparecen por sorpresa.

Aquello me ha llevado a preguntarme por qué las tenemos normalizadas en la cama, fuera de las prácticas eróticas relacionadas con la violencia física (infligida) del sadismo y (recibida) del masoquismo.

Agarrar del cuello hasta provocar cierta asfixia, golpear o tirar del pelo son algunos comportamientos normales del sexo para muchas personas.

De hecho, está tan extendido incluir un poco de dureza que, si no aparece, incluso definimos al encuentro como ‘vainilla’, como que no es lo bastante satisfactorio, que se queda flojo

No es raro que esta sea la conducta que se reproduce en la cama si tenemos en cuenta que es la misma que se ve en las películas pornográficas, donde cualquier extremo se convierte en lo normal para los espectadores de tanto verlo.

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No es ya solo que se reproduzca lo mismo que se ve en la pantalla, porque siendo el primer contacto que tenemos con el sexo y el más frecuente a edades tempranas, pensamos que es así como debe ser.

Si no que se construye la estimulación alrededor de eso. Y, cuando cada vez que te masturbas, hay una mujer sufriendo una agonía, es raro que consigas que te guste tanto si la ves disfrutando en vez de pasándolo mal.

Cuanto más duro, más placentero.

En el caso de las mujeres, es habitual que conectemos sexo con violencia si hemos estado en una relación abusiva.

Cuando la intimidad con la otra persona se ha construido alrededor de prácticas en las que había violencia, pasa lo mismo que crecer viendo porno: sin ellas en la cama, no concibes el sexo.

La parte positiva es que es posible romper con todo esto (lo que llamamos ‘deconstrucción’) e intentar, una vez descubierta la razón de por qué nos gusta, probar a que el disfrute no venga de ahí.

Todos merecemos tener un encuentro sexual divertido y placentero, pero sobre todo, seguro. Y, ante la duda, mejor plantearse si podemos hacerlo mejor sin necesidad de herir a nadie (a no ser que lo hayamos consensuado primero)

Mara Mariño

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¿Por qué durante el sexo ‘más intenso’ se traduce en ‘más violento’?

Que nuestra sexualidad está condicionada por los referentes que nos rodean, es algo que -teniendo en cuenta el furor por el BDSM tras ‘Cincuenta sombras de Grey’ entre otras cosas- nunca me atrevería a negar.

PIXABAY

Las películas, las series de televisión o incluso los sucesos de actualidad (las violaciones grupales han disparado las búsquedas de estas prácticas en páginas web de pornografía) nos pasan factura mental y sexual.

Un ejemplo que os voy a comentar os va a resultar más que conocido.

En más de una ocasión, en pleno arranque pasional cuando estás queriendo subir todavía más la temperatura del polvo, he pedido aumentar la intensidad.

Seguidamente me han dado un cachete a mano abierta (ojo, que me encantan), me han cogido las muñecas con fuerza, me han tirado del pelo o me han sujetado del cuello.

Y es que actualmente, el resultado de la traducción de más intenso entre las sábanas no es otra que un sexo más violento.

A estas alturas de la película, la de mi vida, y conociendo un poco a las personas que han pasado por ella, entiendo que no son otra cosa más que fruto de una educación sexual basada en repetir lo que han visto en la pantalla del ordenador o del teléfono.

Sin embargo, llegado el momento de reflexionar sobre el camino que nuestra sexualidad ha tomado, hay que pararse y echarle un vistazo a los pasos, porque están algo torcidos y aún se pueden enderezar.

Intensidad, según el diccionario de sinónimos, es potencia, vehemencia, entusiasmo, magnitud… En ningún caso encuentro palabras que recuerden a la rudeza.

Así que la próxima vez que os pidan intensidad, o que queráis ponerla en práctica, apostad por sacar los pies del tiesto en el que llevamos metidos hasta ahora y aumentar el ritmo, mirar fijamente a la otra persona, acariciarla en esa zona que le pierde o salir a la terraza a seguir haciéndolo.

La pasión se puede conseguir de muchas maneras. Aunque las agresiones puedan formar parte del juego, no son la única alternativa.

Duquesa Doslabios.

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