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Se nos ha colado la violencia en la cama

Conocí a un chico en Tinder con el que tenía muchas cosas en común y una atracción de otro planeta.

Terminamos en su casa y al poco, estaba inmersa en una práctica sexual súper violenta.

Además de sentirme en peligro todo el tiempo (era la primera vez que teníamos sexo y no entendía que hubiera derivado en algo que, para mí, hace falta más confianza) volví a mi casa con la idea de no volver a verle.

agarrar mano

PEXELS

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Él me escribió al día siguiente, que lo había pasado genial y repetíamos cuando yo quisiera. Aquello fue la prueba de que habíamos vivido dos experiencias completamente diferentes.

Para él, la violencia estaba tan integrada con su forma de sentir placer que ni se planteaba que para mí pudiera haber sido distinto, hasta el punto de encontrarme incómoda por percibirlo como una situación de riesgo.

Y no, él ni es raro ni está enfermo, simplemente su sexualidad está condicionada por ejercer la violencia contra su pareja.

Porque en este caso no hablo del BDSM, cuando este tipo de experiencias de dominación y sumisión forman parte de la experiencia y llevan un consentimiento que se habla (y acepta) previamente por ambas partes.

Hablo de tener un encuentro convencional y rutinario en el que este trato brusco donde los golpes, bofetones, inmovilizaciones y un lenguaje humillante aparecen por sorpresa.

Aquello me ha llevado a preguntarme por qué las tenemos normalizadas en la cama, fuera de las prácticas eróticas relacionadas con la violencia física (infligida) del sadismo y (recibida) del masoquismo.

Agarrar del cuello hasta provocar cierta asfixia, golpear o tirar del pelo son algunos comportamientos normales del sexo para muchas personas.

De hecho, está tan extendido incluir un poco de dureza que, si no aparece, incluso definimos al encuentro como ‘vainilla’, como que no es lo bastante satisfactorio, que se queda flojo

No es raro que esta sea la conducta que se reproduce en la cama si tenemos en cuenta que es la misma que se ve en las películas pornográficas, donde cualquier extremo se convierte en lo normal para los espectadores de tanto verlo.

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No es ya solo que se reproduzca lo mismo que se ve en la pantalla, porque siendo el primer contacto que tenemos con el sexo y el más frecuente a edades tempranas, pensamos que es así como debe ser.

Si no que se construye la estimulación alrededor de eso. Y, cuando cada vez que te masturbas, hay una mujer sufriendo una agonía, es raro que consigas que te guste tanto si la ves disfrutando en vez de pasándolo mal.

Cuanto más duro, más placentero.

En el caso de las mujeres, es habitual que conectemos sexo con violencia si hemos estado en una relación abusiva.

Cuando la intimidad con la otra persona se ha construido alrededor de prácticas en las que había violencia, pasa lo mismo que crecer viendo porno: sin ellas en la cama, no concibes el sexo.

La parte positiva es que es posible romper con todo esto (lo que llamamos ‘deconstrucción’) e intentar, una vez descubierta la razón de por qué nos gusta, probar a que el disfrute no venga de ahí.

Todos merecemos tener un encuentro sexual divertido y placentero, pero sobre todo, seguro. Y, ante la duda, mejor plantearse si podemos hacerlo mejor sin necesidad de herir a nadie (a no ser que lo hayamos consensuado primero)

Mara Mariño

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¿Es maltrato que te peguen en la cama?

(Debo de ser masoquista por querer dedicarle a esta reflexión mi primer tema de septiembre)

Te doy la bienvenida otra vez a mi espacio de sexo, amor, feminismo y muchos otros delirios que se me pasan por la cabeza. Pasa y acomódate. ¡Por cierto, cómo te ha pegado el sol!

Yo me he pasado el verano escribiendo. Si no lo sabías, ya te lo cuento yo. Aunque no he pisado mucho la playa, he tenido a las amigas bien a mano. Y fue precisamente en una de esas ocasiones cuando una de ellas salió con el tema.

GTRES

«Entonces, ¿pegar en la cama contaría como maltrato

Todas coincidimos en que en una relación saludable en la que la interacción física, si bien algo más dura, formaba parte «de la fantasía» no lo considerábamos como tal.

Hay una diferencia abismal entre nuestro comportamiento en la cama y fuera de ella. En la intimidad nos permitimos el lujo de dejarnos llevar por nuestro intento animal. Dejamos el raciocinio a un lado y que pase lo que tenga que pasar…

Pero hasta cierto punto, por supuesto. La cama gira en torno a lo que gira todo en esta vida: el consentimiento. Qué gran palabra, qué buen concepto. Pero claro, al ser tan grande parece que a algunas personas les cuesta entenderlo.

Voy al ejemplo fácil y rápido: Cincuenta sombras de Grey. El protagonista tenía el consentimiento a regañadientes, pero aunque más adelante su compañera empezaba a disfrutar, al principio experimentar el dolor no era algo que le hiciera gracia, por tanto ¿era maltrato?

¿Estaba ejerciendo violencia? Sí. ¿Ella había aceptado? Sí. Pero ¿ella realmente quería? Sí y no. Vale, quizás me he metido en un jardín muy complicado ya que bajo mi punto de vista la relación que mantienen Christian y Anastasia es bastante tóxica. Deja que recule y de paso te ofrezca un café para continuar nuestra charla.

El sexo es un mundo, y a cada persona le gustan cosas diferentes. De ahí que haya filias tan curiosas como la de excitarse viendo a gente durmiendo o que te produzca placer tocarle a tu novia los dedos de los pies.

Dentro de las apetencias hay una concreta, la de la violencia física, que se mueve entre el placer y el dolor. Hay personas a las que un golpe, cachete, tirón de pelo o pellizco en un momento concreto puede resultarle el desencadenante de un mayor grado de excitación, por lo que todo lo que suceda en la cama mientras le resulte placentero, estaría permitido y se consideraría parte del juego.

Hay incluso quienes de tanto disfrutarlo, terminan con arañazos o moratones. Puedes compartirlo o no, pero independientemente de ello, hay que respetar los gustos de cada persona.

Como en todo, la clave está, y perdona por repetirme, en el consentimiento. Así que ante la duda, pregunta, porque en este caso, es mucho mejor pedir permiso que perdón.

Duquesa Doslabios.

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