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Tonta por ti

Hay una cosa que no te digo a menudo, y es que me sigues encantando.

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Quién me iba a decir a mí que, con la de años que llevamos a la espalda juntos, ibas a seguir gustándome tanto.

Sigo pensando que qué suerte la mía la de que tus ojos castaños se cruzaran con los míos y qué divertido es ahora conocer de memoria todos los cambios de expresión que pueden llegar a experimentar, desde cuando se encogen de felicidad porque el Madrid ha marcado gol hasta cuando frunces el ceño porque no se despega tu tortita de avena de la sartén, esas que por fuera son muy feas pero que, en realidad, están buenas.

Me gusta como cada vez que te tocas el flequillo te dejas la ceja izquierda despeinada, lo que me obliga a alisarla y perderme un poco por tu mirada o, ya que estoy con la mano en tu cara, darme un paseo por tu barba.

Tu barba, tan tuya como los espasmos que te dan de repente mientras duermes o tus pesadillas que no se te pasan hasta que sales de la cama y te das un paseo para tranquilizarte por mucho que te diga que no estás en un coche sin frenos.

Pero es que dormir es una maravilla gracias a que continuas con tu manía de acostarte en calzoncillos aunque sea un mes frío y yo termine con los calcetines por encima del pijama.

No me crees cuando te digo que es una suerte encontrarse en mitad de la noche, en una de esas pausas entre sueño y sueño, con tu pecho desnudo. O incluso verlo con las primeras luces del día, que es cuando yo abro el ojo y tú, como buena persona nocturna, te niegas a salir de la cama hasta que no pasen las once de la mañana.

Me encantas con tu acento, tus refranes manchegos, tu costumbre de cantar las canciones en inglés e inventarte la letra porque no entiendes el idioma. Y sí, aunque no lo comparta, me sigue encantando tu manera de combinar calcetines negros con zapatillas blancas porque según tú, es lo que pega.

No pierdas nunca el hábito de cambiarme, desde tu aplicación del móvil, la canción que estoy escuchando en el Spotify del ordenador aprovechando que compartimos cuenta para que, aunque estemos separados, me hagas sonreír en la distancia con Leiva.

Siempre nos quedará la promesa de que cuando salimos a comer fuera, tuya es la última patata del plato principal y para mí el último bocado del postre.

Si me enfado, ya sabes que el remedio es abrazarme e inclinarme hacia el suelo para darme un beso de esos de película antigua, para que, de la risa que me entra, se me pasen todos los mosqueos.

Y es que es difícil resistirse a lo bien que te sienta la ropa que me compro de talla XL para llevar suelta, por mucho que me la quites del armario y me dejes sin ella.

Así como es difícil decirte que no cuando me pides un beso de esos que nos damos al vuelo disimuladamente porque estás en el trabajo.

Supongo que solo puedo responsabilizarte de haber convertido la adolescencia en un estado mental, porque, con mis casi treinta años, no se pasa esta tontería que tengo por ti.

Duquesa Doslabios.

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Hoy no es San Valentín pero sigo enamorada de ti

Hoy no es San Valentín y yo me sigo enterneciendo a cada paso que doy por la vida contigo al lado.

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No es San Valentín, pero te sigo llenando el WhatsApp de corazones y tú me vuelves a escribir en cualquier momento del día para preguntarme si hoy me has dicho que me quieres.

Y yo, que aunque me lo hayas puesto ya, siempre te respondo de la misma manera: «No, no me lo has dicho» y aprovecho para escribírtelo yo también.

Porque aunque no es San Valentín, siempre es un buen momento para decirte «Te quiero», que contigo los días no son números sino series de Netflix en las que me quedo medio dormida y canciones de Europa FM que cantamos juntos desafinando (sobre todo si son las antiguas de Melendi).

Ya no es 14 de febrero, es un día cualquiera de abril, mayo, septiembre o diciembre. Nos da igual, el amor es el de siempre. O quizás no el de siempre, sino el de ahora, que es más intenso que el de hace un tiempo.

Puede que no sea el día de los enamorados, pero sigo queriendo quitarte la ropa a besos, aunque me vaya a llevar mucho más tiempo que utilizando las manos.

Me doy cuenta de que, aunque no es San Valentín, has vuelto a preparar el desayuno, y de que, porque sí, te he invitado cenar a un sitio bonito. Aunque «bonito» para nosotros suela significar que la hamburguesa sea tan alta que casi necesitemos alcanzar la cima con un ascensor.

Y si no es San Valentín, ¿por qué corres con la moto detrás de mi coche para darme un último beso a través de la ventanilla, justo antes de que cambie la luz del semáforo?

Quizás porque independientemente del día del año, el amor es amor, y seguimos siendo así tú y yo.

Haciendo de la vida un San Valentín interminable, una rutina, un estado civil, mental y emocional.

Duquesa Doslabios.

La carta de una puta a un putero

Querid@s,

Aquellas denominadas prostitutas, que lo mismo las llaman meretrices, sacerdotisas del amor que putas. Otras lenguas pronuncian condescendientes cortesanas o pupilas y a los haters ms despreciables se les llena la boca con términos despectivos como busconas, fulanas o furcias. Con lo que quieran llamarlas se tienen que conformar.

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Todos ellos términos de etimologías similares que definen a esa mujer que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Sexo por billete. ¿Acaso la prostitución es una simple y mera transacción comercial? ¿No es hacer leña del árbol caído irse de putas? Yo pienso que sí. ¿Qué hay de la dignidad robada y de los sentimientos? En este caso hablo de los sentimientos de la prostituta, que los tiene como todo hijo de vecino. ¿Está abierto el corazón a venderse por un punado de billetes de un perfecto desconocido? Incluso el coño de cada una, los gemidos, la verdadera excitación sexual…¿Están en venta? Sinceramente opino que no. No están en venta.

Las prostitutas son mujeres que nunca besan en la boca y si por algún casual lo hacen, mienten como bellacas. Pero mienten tan bien que se llevarían a casa una estatuilla por ser tan buenas actrices en la alcoba. Este ejército de afrodisiacas damiselas que hacen volar por fin alzan sus voces para hacerse oír por aquellos que mejor creen conocerlas y peor las conocen en la realidad: sus clientes. Y dedicarles sus palabras más sinceras, desde las entrañas hasta escupirlas por la misma boca que tuvo y retuvo su masculinidad en algún momento, en algún sordo rincón, cualquier noche tonta, en cualquier ciudad.

¿Alguna vez se ha rascado el coco y se han preguntado qué diablos se le pasa por la cabeza a una mujer que se acuesta con un cliente solo por dinero? Ya no es necesario que sus mentes continúen elucubrando porque ya disponemos de unos cuantos testimonios. Una selección de prostitutas hablan de lo que piensan de sus clientes, sin tapujos y con una honestidad brutal. Tanto que si es usted uno de esos clientes, le animo a que se lo piense dos veces. Puede herir su sensibilidad. O abrirle los ojos.

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Esta joya que no deja indiferente al lector y titulada ‘Prostitution Narratives: Stories of Survival in the Sex Trade‘ (Narraciones prostitutas: historias de las supervivientes del comercio del sexo) es un recopilatorio vital de historias y testimonios personales e intransferibles que destapan la puta realidad sobre lo que una mujer piensa mientras se acuesta con un cliente. Uno de los testimonios, el más popular debido a su volátil vitalización en internet, es la carta abierta que brinda Tanja Rahm a todos los clientes con los que se acostó en los años en los que ejercía la prostitución. La ex prostituta danesa actualmente tiene 35 años, y es terapeuta y sexóloga.

Yo lo veo como un simposio en papel de las profesionales del sexo en el que cada meretriz aporta su particular visión de la profesión más antigua del mundo. Como es lógico, los testimonios aquí recogidos no tienen por qué representar la realidad de todas las prostitutas que del mundo, pero vale la pena leerse la carta enterita. Especialmente si es usted uno de esos clientes que pagan a una mujer para que se acueste con usted, y después va y la llama puta, con desprecio. He aquí lo que de verdad piensan de sus clientes esas princesas que fingen sexo por dinero.

«Querido cliente,

Si piensas que alguna vez me he sentido atraída por ti, estás terriblemente equivocado. Nunca he deseado ir a trabajar, ni siquiera una vez. Lo único en mi mente era hacer dinero, y rápido. Que no se confunda con el dinero fácil; nunca fue fácil. Rápido, sí. Porque rápidamente aprendí los muchos trucos para conseguir que te corras pronto para poder sacarte de mí, o de debajo de mí, o de detrás de mí.

Y no, nunca me excitaste durante el acto. Era una gran actriz. Durante años he tenido la oportunidad de practicar gratis. De hecho, entra en la categoría de multitarea. Porque mientras tú te tumbabas ahí, mi cabeza estaba siempre en otra parte. En algún sitio donde no tuviese que enfrentarme contigo acabando con mi respeto hacia mí misma, ni pasar 10 segundos pensando en lo que ocurría, o mirándote a los ojos.

Si pensabas que me estabas haciendo un favor por pagarme por 30 minutos o una hora, te equivocas. Preferiría que hubieses salido y entrado tan rápido como pudieses.

Cuando pensabas que eras mi príncipe azul, preguntándome qué hacía una chica como yo en un sitio como ese, perdías tu halo cuando pasabas a pedirme que me tumbase y centrabas todos tus esfuerzos en sentir mi cuerpo todo lo que pudieses con tus manos. De hecho, hubiese preferido si te hubieses tumbado de espaldas y me hubieses dejado hacer mi trabajo.

Estaba tan cansada que a menudo tenía que tener cuidado de no quedarme dormida mientras gemía con el piloto automático. Cuando pensabas que podías estimular tu masculinidad llevándole al clímax, debes saber que lo fingía. Podría haber ganado una medalla de oro por fingir. Fingía tanto, que la recepcionista casi se caía de la silla riéndose. ¿Qué esperabas? Eras el número tres, o el cinco, o el ocho de ese día.

¿De verdad pensabas que era capaz de excitarme mental o físicamente haciendo el amor con hombres que no elegía? Nunca. Mis genitales ardían. Del lubricante y los condones. Estaba cansada. Tan cansada que a menudo tenía que tener cuidado de no cerrar mis ojos por miedo a quedarme dormida mientras mis gemidos seguían con el piloto automático. Si pensabas que pagabas por lealtad o charlar un rato, debes volver a pensar en ello. No me interesaban tus excusas. Me daba igual que tu mujer tuviese dolores pélvicos, o que tú no pudieses salir adelante sin sexo. O cuando ofrecías cualquier otra patética excusa para comprar sexo.

Cuando pensabas que te entendía y que sentía simpatía hacia ti, era todo mentira. No sentía nada hacia ti excepto desprecio, y al mismo tiempo destruías algo dentro de mí. Plantabas las semillas de la duda. Duda de si todos los hombres eran tan cínicos e infieles como tú. Cuando alababas mi apariencia, mi cuerpo o mis habilidades sexuales, era como si hubieses vomitado encima de mí. No veías a la persona bajo la máscara. Solo veías lo que confirmaba tu ilusión de una mujer sucia con un deseo sexual imparable.

De hecho, nunca decías lo que pensabas que yo quería oír. En su lugar, decías lo que necesitabas oír. Lo decías porque era necesario para preservar la ilusión, y evitaba que tuvieses que pensar cómo había terminado donde estaba a los 20 años. Básicamente, te daba igual. Porque solo tenías un objetivo, y era mostrar tu poder pagándome para utilizar mi cuerpo como te apeteciese.

Cuando una gota de sangre aparecía en el condón, no era porque me hubiese bajado el período. Era porque mi cuerpo era una máquina que no podía ser interrumpida por el ciclo menstrual, así que metía una esponja en mi vagina cuando menstruaba. Para ser capaz de continuar entre las sábanas.

Y no, no me iba a casa después de que hubieses terminado. Seguía trabajando, diciéndole al siguiente cliente la misma historia que habías oído. Estabas tan consumido por tu propia lujuria que un poco de sangre menstrual no te paraba.

Cuando venías con objetos, lencería, disfraces o juguetes y querías juego de roles erótico, mi máquina interior tomaba el control. Me dabais asco tú y tus a veces enfermizas fantasías. Lo mismo vale para esas veces que sonreías y decías que parecía que tenía 17 años. No ayudaba que tuvieses 50, 60, 70 o más. Cuando regularmente violabas mis límites besándome o metiendo los dedos dentro de mí, o quitándote el condón, sabías perfectamente que iba contra las reglas. Estabas poniendo a prueba mi habilidad para decir que no. Y lo disfrutabas.

A veces no me quejaba lo suficiente, o simplemente lo ignoraba. Y lo utilizabas de manera perversa para mostrar cuánto poder tenías y cómo podías traspasar mis límites. Las prostitutas existen porque eres un misógino, y porque solo te preocupan tus necesidades sexuales. Cuando finalmente te regañaba, y dejaba claro que no te iba a volver a tener como cliente si no respetabas las reglas, me insultabas a mí y mi papel como prostituta. Eras condescendiente, amenazador y maleducado.

"Prostitución", Jorge Rando

«Prostitución», Jorge Rando

Cuando compras sexo, eso dice mucho sobre ti, de tu humanidad y tu sexualidad. Para mí, es un signo de tu debilidad, incluso cuando lo confundes con una especie de enfermiza clase de poder y estatus. Crees que tienes derecho. Quiero decir que las prostitutas están ahí de todas formas, ¿no? Pero solo son prostitutas porque hombres como tú se interponen en el camino para una relación saludable y respetuosa entre hombres y mujeres.

Las prostitutas solo existen porque hombres como tú sienten que tienen el derecho de satisfacer sus necesidades sexuales usando los orificios del cuerpo de otras personas. Las prostitutas existen porque tú y la gente como tú sienten que su sexualidad requiere acceso al sexo siempre que les apetece. Las prostitutas existen porque eres un misógino, y porque te preocupan más tus propias necesidades sexuales que en las relaciones en las que tu sexualidad podría florecer de verdad.

Cuando compras sexo, revelas que no has encontrado el corazón de tu sexualidad. Me das pena, de verdad. Eres tan mediocre que piensas que el sexo consiste en eyacular en la vagina de una extraña. Y si no hay ninguna a mano, no tienes que ir más lejos que a la esquina de tu calle, donde puedes pagar a una mujer desconocida para ser capaz de vaciarte en una goma mientras estás dentro de ella.

Qué hombre frustrado y lastimoso debes ser. Un hombre incapaz de crear relaciones profundas e íntimas, en las cuales la conexión sea más íntima que tu eyaculación. Un hombre que expresa sus sentimientos a través de sus clímax, que no tiene la habilidad de verbalizarlos, sino que prefiere canalizarlos a través de sus genitales para librarse de ellos. Qué masculinidad débil. Un hombre verdaderamente masculino nunca se degradaría pagando por sexo.

«Prostitución», Jorge Rando.

En lo que concierne a tu humanidad, creo en la gente de bien, incluido tú. Sé que dentro tienes una conciencia. Que te has preguntado en silencio si lo que hacías era ética y moralmente justificable. También sé que defiendes tus acciones y probablemente piensas que me has tratado bien, que fuiste amable, nunca malvado y que no violaste mis límites. Quizá pienses que me hiciste un favor y me diste un respiro hablándome del tiempo, o un pequeño masaje antes de penetrarme.

Pero ¿sabes qué? Se llama evadir tu responsabilidad. No estás enfrentándote a la realidad. Te engañas pensando que la gente a la que compras no ha sido comprada. No han sido forzadas a prostituirse. Quizá pienses que me hiciste un favor y me diste un respiro hablándome del tiempo, o me diste un pequeño masaje antes de penetrarme. No me hiciste ningún favor. Todo lo que hiciste fue confirmar que no merecía más. Que era una máquina cuya función primaria era dejar a los otros aprovecharse de mi sexualidad.

Tengo muchas experiencias en la prostitución. Me han permitido que te escriba esta carta. Pero es una carta que preferiría no haber escrito. Ojalá hubiese podido evitar estas experiencias. Tú, por supuesto, te consideras como uno de los clientes buenos. Pero no hay clientes buenos. Solo aquellos que confirman la visión negativa de las mujeres sobre sí mismas.

Sinceramente,

Tanja Rahm»

No en vano cuando la Pantoja decía ser Esase definía a si misma de la siguiente manera:

Soy la que no tiene nombre,
La que a nadie le interesa,
La perdición de los hombres,
La que miente cuando besa.
Ya…lo sabe… Yo soy… esa…

La polémica está servida. Debatamos pues, pero no se acaloren demasiado.

Que follen mucho y mejor.