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Amores de ida y vuelta

Quedamos a cenar y enseguida me di cuenta de que tenía algo que contarme. Las tres veces anteriores me lo había olido, pero en esta ocasión consiguió sorprenderme. “He vuelto con Lidia”, me dijo, y habría jurado que sentía un poco avergonzado. Tardé varios segundos en responder, supongo que en parte porque pensé que me estaba vacilando, aunque al notar su malestar comprendí que era cierto e intenté disimular mi escepticismo: “¿¿¿¿De verdaaaaaaad????, ¿¿¿en serio???, ¡cuánto me alegro!. ¿Y cómo ha sido eso?”.

El cómo es lo de menos, era prefectamente capaz de imaginarlo, pero desde que me lo contó, hace ya varios días, no he podido dejar de pensar en ellos. ¿Qué es lo que lleva a estas dos personas, ambos listos, guapos y divinos de la muerte, a marear la perdiz una y otra vez durante la friolera de ocho años? ¿Por qué no cuajan, si tanto se quieren? Y si no es así, ¿por qué se muestran incapaces de romper del todo y rehacer sus vidas?

Elizabeth Taylor y Richard Burton

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Ellos dicen que lo han intentado. En el caso de ella me pierdo, pero en el de él, que es al que tengo cerca, es una verdad a medias. Ha tenido mil líos, pero no lo ha intentado en serio con ninguna; ni una sola tuvo la más mínima oportunidad.

La primera vez eran demasiado jóvenes. El exceso de hormonas les llevó a cometer mutuas infidelidades. Él porque era él; ella por rencor… y luego por capricho. La bola de mierda se hizo demasiado grande y acabó llevándoselos por delante.Y ahí han seguido durante todos estos años, unidos por un hilo invisible que nunca rompen y que siempre les lleva de vuelta al mismo lugar, al uno frente al otro.

“Vuelven porque prefieren lo malo conocido”, “no han encontrado a la persona adecuada”, “todos sus amigos están emparejados y se sentían solos”… Son algunas de las frases que he escuchado sobre ellos esta última vez. Yo misma llegué a colarme por el agujero pestilente del que se cree en posesión de la verdad. “¿Por qué se empeñará la gente en relaciones que ya están agotadas?”, me dije.

Este fin de semana estuve con ellos. Ella había regresado tras dos años viviendo en Londres y daba una fiesta en su nueva casa. Lo que vi no fueron dos viejos conocidos, sino miradas cómplices y serenas, ojos y manos que se buscaban, besos acumulados. Va a ser que estos dos se quieren, pensé. Y aunque no fuera así, ¿quién narices soy yo para juzgarlos?