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¿Por qué nadie nos advierte acerca de la candidiasis?

No sabía lo que era tener ‘bajos de acero’ hasta que los perdí. Podía pasarme horas llevando una braguita de bikini mojada que mi vulva seguía intacta.

Pero llegó el día de quitarme las muelas del juicio y el médico me recetó un antibiótico que, de primeras, no sonaba sospechoso: amoxicilina con clavulánico.

mujer molesta

PEXELS

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Lo que yo desconocía es que, a los días de tomar la medicación, iba a notarme rara.

Pero de un rara que nunca había experimentado. Primero empezó con un ligero picorcillo en la entrepierna que, más o menos, rascaba disimuladamente haciendo que me recolocaba el pantalón.

La cosa fue in crescendo y yo no tenía ni idea de qué estaba pasando. Además, basta que pongas en Google cualquier síntoma del mundo que, el resultado, siempre va a ser ‘cáncer de___’.

La picazón iba a más y lo que es peor, empezó a afectarme a mi vida sexual. De repente la penetración era molesta y notaba una especie de escozor en el clítoris cuando me tocaba.

Al tiempo que iba empeorando, mi cabeza entró en bucle. ¿Dónde podía haber pillado algo? ¿Era verdad eso de que sentada en el metro o acercándote de más a una taza de váter en un baño público podía contagiarme de algo?

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Y, por supuesto, la vergüenza de contar algo tan íntimo y que me hacía sentir ‘sucia’ se sumó a la fiesta del agobio.

Llegó un punto en el que aquello picaba tanto que fui al centro de salud caminando como Bambi recién nacido. Era imposible hacer vida normal.

Fue sentarme en la consulta de la ginecóloga y contarle los síntomas que al segundo me contestó con:

«Tú has tomado amoxicilina con clavulánico, ¿verdad?»

La tía no había tardado nada en identificar qué me estaba pasando. Y, tras recetarme un óvulo y una crema, me mandó a la farmacia.

Lo que me había diagnosticado era candidiasis. Y, para mi sorpresa, no, prácticamente no había oído hablar mucho de ella.

La cándida, que es un hongo que tenemos las mujeres en la vulva, nos ayuda a evitar que cojamos infecciones.

Por lo que aprendí ese día es que vive en armonía con otros microorganismos, pero, en el momento en el que el clavulánico llega a mi vida, se carga la flora de la zona más delicada de mi cuerpo.

Esto había hecho que mi hongo, con el que siempre había estado en un perfecto equilibrio, empezara a crecer hasta el punto de convertirse en una infección por sí mismo.

Curiosamente, en la farmacia, mientras esperaba a que me dieran mi medicación (que entre la crema y el óvulo fueron casi 30 euros, la broma no había salido barata), una mujer llegó pidiendo lo mismo.

Las dos habíamos caído en la trampa del antibiótico con clavulánico.

Al llegar a casa le conté la historia a mi madre y qué era lo que me habían recetado.

Ella, que lleva años sin trabajar de enfermera -pero la profesión siempre le acompaña- me comentó que tenía todo el sentido del mundo y que era muy frecuente que esa medicación provocara el desajuste en los bajos de las mujeres.

Y ahí fue cuando me cabreé. Si ella, que llevaba tiempo lejos de pacientes, era perfectamente consciente de que podía tener este efecto secundario, ¿por qué mi médico no me mandó otro antibiótico que no me hiciera pasar por esto?

Lo peor es que luego me puse a leer foros médicos en internet y la mayoría de especialistas afirmaban que lo de desarrollar candidiasis por el medicamento «no es nada grave y se cura fácilmente» o «es un efecto secundario muy tolerable».

Existiendo tanta variedad de antibióticos, ¿qué necesidad hay de que a las mujeres se nos siga recetando tan alegremente esto? Y lo que es más grave: ¿sin darnos ningún tipo de advertencia o recomendación de aumentar la ingesta de probióticos?

Es más, en el caso de una amiga que también empezó con la candidiasis por lo mismo, la última vez que le recetaron antibióticos tuvo que insistir en que no le recetaran el de clavulánico y le mandaran otro diferente.

Y yo no digo que esto sea culpa de que a ambas nos hayan atendido médicos varones -aunque sí que creo que son quienes pueden tildar de ‘tolerable’ la infección, teniendo en cuenta que entre hombres es bastante habitual llevarse la mano a la huevera para rascarla-.

Pero sí que no se tiene en cuenta que estando tan expuestas a ese problema, debería eliminarse (a no ser que sea imprescindible) el clavulánico de quienes vamos con vulva entre las piernas.

Aquí me gustaría rescatar el dicho de «no hay enfermedades, sino enfermos», para recordar que sería la medicina quien se debería adaptar a cada persona.

Y, en este caso, más que enfermas, pacientes que más que probablemente vayan a caer en las garras de la candidiasis si incluyes el ácido en su tratamiento.

Mara Mariño

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Mi aventura con la candidiasis o por qué parece que la salud sexual femenina no importa a nadie

Había algo que, hasta este año, nunca me había sucedido. Sí, en el titular me he marcado el spoiler: una candidiasis.

La candidiasis es como el novio tóxico. Ves que todas tus amigas lo pasan pero crees que te vas a librar y no tiene por qué tocarte.

Hasta que te llega el momento (del tóxico y del hongo).

UNSPLASH

Ahí iba yo, con mis picores en la entrepierna asustada de que aquello fuera algo mucho peor y preparándome mentalmente para que la doctora me dijera que eso del sexo ya se me había acabado.

Cuando lo primero que me preguntó era si había estado tomando antibiótico con clavulánico, se me cayó un mito. El de los medicamentos, por supuesto.

Por primera vez entendí a mi amiga, la que intentaba evitar a toda costa estos medicamentos para preservar su flora vaginal.

Y mira que la solución aparentemente era sencilla. «Tienes que meterte esta pastilla hasta el fondo y durante tres días ponerte crema», me dijo la doctora.

«¿Qué pasa con el sexo?», le pregunté.

Aunque me aseguró que era difícil que alguien con pene pudiera contagiarse, ya que es algo que produce el propio cuerpo femenino, si me recomendó darme un tiempo de descanso.

Por lo visto, con el tratamiento, las paredes de la vagina pueden volverse más sensibles y que aquello se sienta como cuando intentas tragar algo teniendo la garganta que rasca.

Lo que no me esperaba era que el tratamiento era, de antiguo, vintage.

Como antiguo trabajador de un laboratorio farmacéutico, mi padre me confirmó que lo que me habían recetado era de los años 90. Lo que explica por qué resultaba tan incómodo.

Una vez más comprobé que el bienestar femenino o lo que implique solucionar los problemas de las mujeres está en un segundo plano.

Para empezar en el prospecto no había ningún dibujo explicativo, tuvo que venir mi compañera de piso a hacerme un croquis de cómo tenía que colocar en una especie de palo kilométrico el comprimido.

Pero además, sabia ella, me aconsejó ponerme un salvaslip porque al día siguiente iba a tener la fiesta del flujo de color y textura extraña entre las piernas y las sábanas.

Claro que nada de esto sale en el panfleto kilométrico. Y nadie se ha parado a pensar que igual hay otra forma de que recuperemos la salud de la vagina sin pasar tanta molestia.

Porque me parece surrealista que llevemos 30 años metiéndonos una pastilla que se deshace en el chichi y que te lo deja como si te hubieras restregado contra el cajón de arena de los gatos.

Me encantaría que se replantearan este concepto porque al final no estoy hablando de un trastorno super desconocido que además no afecta casi a la gente.

Según el estudio de Elsevier el 75% de las mujeres padecemos la candidiasis en algún momento de nuestra vida (y somos la mitad de la población), así que sí, es como para darle una vuelta de tuerca a la cura.

Personalmente, que en 30 años no se haya dado con un sistema más cómodo y moderno me parece tan anticuado como que en las farmacias sigan recortando con un cúter el código de barras y pegándolo con un celo.

Duquesa Doslabios.

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