Archivo de septiembre, 2013

Sexo, culpa y autoengaños

Este año la vuelta al trabajo está resultando especialmente dura, así que, para rebajar el síndrome postvacacional, unos cuantos compañeros quedamos a la salida del curro y fuimos a cenar. Entre copita y copita de vino la cosa se fue animando y la conversación, que fue subiendo de tono a medida que avanzaba la noche, derivó en un intenso debate en torno a una anécdota con la que aún sigo alucinando.

Una de mis compañeras contó que su prima veinteañera, universitaria y profundamente católica, tenía un novio con el que llevaba un par de años y con el que planeaba casarse cuando terminase la carrera. La chica, al parecer, se tomaba muy en serio el tema de su fe y, para ser consecuente, había decidido que quería llegar virgen al matrimonio, por lo que se negaba a practicar el coito con su futuro marido. Hasta ahí, todo en orden. Se puede estar o no de acuerdo, pensar que es o no una chorrada, pero, al fin y al cabo, es una decisión personal tan respetable como la que más. El surrealismo llegó cuando nos enteramos de que la susodicha permitía que su maromo, para aliviar calores, la penetrase por detrás tantas veces como fuera menester. Vamos, que follar era pecado pero se dejaba dar castamente por el culo.

Sexo, culpa y mentirasSalvando las distancias, en seguida me acordé de mi amiga Ana y nuestra última noche hace tres años en una islita croata llamada Lopud. De vuelta a nuestro apartamento tras una noche de fiesta paramos a tomar la última en un chiringuito cercano, y a los 15 minutos teníamos al lado a un grupo de maromos dispuestos a darnos palique y lo que hiciera falta.

Aunque nuestro inglés estaba bastante deteriorado a esas horas, Ana pronto pareció entenderse a las mil maravillas con uno de nuestros acompañantes gracias al más universal de los lenguajes. Que si te hablo al oído, que si me acaricias la espalda, que si te río todas las gracias aunque no pille ni una… Yo opté por retirarme y Ana y su Romeo se fueron de la mano caminito de la playa. A la mañana siguiente no tardé en acosarla a preguntas sobre los pormenores de su polvo playero, pero para mi decepción, “no hubo ninguno”.

Resulta que Ana, con un largo historial de desencuentros amorosos a sus espaldas, había quedado un poco maltrecha de su último lance y, cuando se vio tumbada en la arena con las tetas fuera, la lengua del croata golpeándole el paladar y dos de sus dedos dentro de la vagina, le dio por sentirse “culpable”. Así que siguió allí, con un calentón de no te menees pero sin bajarse la bragas porque, en algún lugar absurdo de su mente, una vocecita le decía que mientras no hubiera penetración era como si en realidad no estuvieran haciendo nada. Libre de pecado y a salvo del fornicio. De alguna forma, ella sentía que debía guardar una especie de luto por el gilipollas que le había pateado el corazón unas semanas antes.

La guinda la puso mi compañero Ángel. “Eso le pasa a mucha gente”, dijo, y contó que una íntima amiga suya estuvo seis meses colgadísima por un tipo del trabajo con el que quedaba dos veces por semanas para hacer de todo, pero con quien de ninguna manera podía follar porque él “no soportaba la idea de ponerle los cuernos a su novia”. ¿Pero se puede tener más jeta? Resumiendo, puedes sentarte en mi cara todo lo que quieras y hurgar en mi bragueta si te parece, pero de meter, nada, porque mientras no me cuele en tu agujerito todo estará en orden y seré un hombre de bien. Miedo me da preguntar, pero ¿alguien se identifica con uno de estos casos? ¿Dónde empieza y acaba el sexo? ¿De verdad hay distintos niveles o es como ponerle puertas al mar? Lo de los cuernos ya mejor lo hablamos otro día…

Sexo y agua, ¿un clásico idealizado?

Con los calores estivales, la imaginación se dispara al mismo tiempo que los cuerpos se desprenden del exceso de ropa y la erótica del agua se hace más presente que nunca. ¿Quién no ha practicado o fantaseado alguna vez con un tórrido y húmedo encuentro en medio del líquido elemento? En pleno día o a la luz de la luna, en agua dulce o salada, en un jacuzzi gigante o en una humilde ducha, todas las opciones valen.

Quizás esté un poco idealizado. No hay más que echar un vistazo a algunas de las escenas más eróticas del cine, plagadas de cuerpos que se encuentran siempre con el agua como testigo. A veces basta con un simple cubito de hielo, como bien demostraron Kim Basinger y Mickey Rourke en 9 semanas y media (uf, yo aún me estremezco).

9 semanas y 1/2En el sexo, casi todo lo que se sale de lo cotidiano y de la rutina resulta sensual y provocador. Acostumbrados a la falta de tiempo y a la vorágine del día a día, tendemos a lo habitual y de repente, algo tan sencillo como el agua pone a nuestro alcance la posibilidad de jugar y probar nuevas posturas que, fuera de ella, se nos antojan imposibles.

Pero no todo es como en el cine. Y si encima hablamos de sexo con un desconocido, la cosa empeora. No por este, sino porque el condón se hace necesario y, ¿Os imagináis a Kevin Costner poniéndose uno en mitad del lago en el que se lo monta con Madeleine Stowe en Revenge? Eso sin hablar del lubricante, porque aunque muchos se sorprendan, el agua puede secar la vagina y hacer la penetración bastante incómoda, por lo que los expertos siempre recomiendan usarlo. Será muy útil, pero no se me ocurre una forma más eficaz para romper la magia… “Espérame bajo la cascada, churri, que yo voy a por el vaginesil…”

En fin, con lubricante o no, y ya sea con tu pareja o con alguien a quien acabes de conocer, el agua es tan buen lugar como cualquiera para tener una experiencia memorable. La mía, acuáticamente hablando, tuvo lugar en la playa de Es Trenc, en Mallorca. Y aunque hace ya algunos años que no hablo con el coprotagonista, os puedo jurar que nunca, nunca la olvidaré.

De vuelta a la vida

¿Cuántas cajas hacen falta para empaquetar una vida? Hace casi cuatro meses me hacía esa pregunta mientras ayudaba a mi chico, bueno, a mi exchico, a meter la suya en un par de maletas viejas y un montón de cajas de cartón cortesía de Mercadona y del chino de la esquina. Ni cuernos, ni malos rollos (los justos) ni dramas mexicanos de Buñuel, como diría Aute.

Pero por muy civilizada que sea, una ruptura siempre es una ruptura y, tras el portazo, antes o después una tiene que verse frente a frente con la ausencia y el vacío. Sí; ese que aparece en los armarios y cajones desiertos, en la comida que se pudre en la nevera porque aún no te has acostumbrado a comprar para uno y en la tapa del váter que ya no tienes que bajar cada puñetera vez que vas a mear. Ese vacío te asalta y te apuñala en cualquier momento, y el objeto más nimio o precisamente la ausencia de él son capaces de provocarte un llanto incontrolable. ¿Qué demonios voy a hacer con tanto espacio?, te preguntas.

IbizaPero todo duelo tiene su fin y, para qué engañarnos, mi historia con A. estaba más acabada que Napoleón tras la batalla de Waterloo. El porqué no lo dejamos antes ya es otra historia… El caso es que casi cuatro meses y muchas lágrimas después aquí estoy, tomándome un ron en una playa de Ibiza, el lugar elegido por mis amigas para nuestras vacaciones tardías, con las que pretenden sacarme de mi letargo.

Agradezco sus intentos, pero mi falta de tono vital me ha llevado a pensar todos estos días que estábamos perdiendo el tiempo… Hasta hace 15 minutos. Se llama Felipe, es uno de los camareros de este garito playero y tiene unos años menos que yo. No me interpretéis mal, no hablo de un flechazo; es solo que casi me pongo a llorar de alegría cuando me he dado cuenta de que, por primera vez en muchos meses, he vuelto a tener ganas de acostarme con alguien. Y de qué manera…

Una ya no tiene 20 años y hay mucha competencia, pero tengo a mi favor unos cuantos rones y cinco amigas taradas dispuestas a todo con tal de que me lleve una alegría para el cuerpo. Sea como sea, he vuelto a sentirme viva. Gracias Ibiza.

PD. Aprovecho el retraso en nuestro de vuelo de vuelta para escribir esta postdata desde el aeropuerto. No, no me acosté con Felipe. Pero mis amigas y yo nos lo pasamos en grande y, aunque tendré que aguantar el vacile durante años, mereció la pena intentarlo. La risa, como el sexo, es terapia pura. El caso es que la competencia no paraba de aumentar, y yo, para desinhibirme, no paraba de pedir rones que Felipe preparaba la mar de dispuesto. Y una está muy bien, para qué mentir, pero aquello era otra liga.

Aún así, mi adonis me ponía ojitos cada vez que tenía oportunidad, a los que yo respondía con una cada vez más ebria y amplia sonrisa. Todo el mundo bailaba en aquel trozo de arena pegado a la barra y yo, claro, me fui creciendo. Hasta que los rones a favor se volvieron en mi contra y acabé echando la pota entre los taburetes, derribando un par de mojitos recién servidos y salpicando los pies de pedicura perfecta de una de mis principales rivales. Tan malita me puse que ni tiempo me dio a morirme de vergüenza. Han pasado dos días y he aprendido una cosa: lo único peor que una gran resaca es una gran resaca con calentón incluido.

El Sexo en el Edén, un auténtico coñazo

Lilih es mi verdadero nombre. Cosas de mi madre, que un día descubrió que tenía una antepasada judía y acabó creyéndose prima hermana de Golda Meir. El caso es que le dio por los nombres bíblicos y, sin saberlo, acabó por ponerme, salvo por una letra, el de una mujer muy especial. Lilith (o Lilit, según varios escritos) fue la primera esposa de Adán, bastante antes de la creación de Eva y, por tanto, la primera fémina en pisar el jardín del Edén. Pero para desgracia de aquel, lejos de la sumisión inicial de su sustituta, ella no se consideraba inferior ni creía que tuviera que guardarle obediencia a su hombre.

Así que Lilith, una mujer tan hermosa como libre, empezó a hartarse de que Adán la mangoneara todo el rato y le dijo que qué narices era eso de tener que hacer siempre el amor en la postura del misionero. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba—: yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual”.

Lilith, por John CollierVamos, que quería follar como a ella le diera la gana, y no como pretendía exigirle el mojigato de Adán. Pero este seguía erre que erre, ya que consideraba que Lilith era solo una de tantas bestias del campo creada para ayudarle. Harta de quejarse en vano, invocó a Dios pronunciando su divino nombre, algo prohibidísimo por aquellos tiempos, y se dio el piro. Ni Edén ni leches, debió de pensar, y los dejó a los dos con un palmo de narices.

Ya liberada, se instaló a las orillas del Mar Rojo, donde habitaban muchos demonios. Y como resultaron ser bastante más diestros en el catre que el bueno de su marido, los convirtió en sus amantes y dio a luz miles de niños demonio. Adán, entretanto, no pudo más con el ataque de cuernos y no paró de lloriquearle a Dios hasta que este, harto de escucharlo, mandó tres ángeles pelín radicales en busca de Lilith, a la que amenazaron con matarle 100 hijos al día si no regresaba.

Ella maldijo su suerte, pero dijo que la prefería mil veces a volver al Edén y a la sumisión a Adán. Desde entonces, las tradiciones judías dicen que intenta vengarse matando a los niños menores recién nacidos, especialmente a los incircuncisos. Y así fue como Lilith pasó de habitar el paraíso a verse convertida para unos y otros en un ente maléfico, una criatura maligna y de oscuridad que pagó un alto precio por desafiar a Dios y al hombre y confiar en su propio criterio.

Pues eso, que yo no ando secuestrando niños, independientemente de cómo tengan la pilila, ni yaciendo con demonios (bueno, con alguno que otro sí que lo he hecho, ahora que lo pienso…), pero la verdad es que Lilith me cae de puta madre. Por cierto, a la mía le hubiera dado un infarto de saber quién estaba detrás del nombre que acababa de ponerle a su hija. Bendita ignorancia.