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‘Reloj de sol’, de Gabriel Zaid (1934)

Hora extraña. No es

el fin del mundo

sino el atardecer.

La realidad,

torre de Pisa,

da la hora

a punto de caer.

RESPLANDOR ÚLTIMO

La luz final hará

ganado lo perdido.

La luz que va guardando

las ruinas del olvido.

La luz con su rebaño

de mármol abatido.

ALUCINACIONES

El vio pasar por ella sus fantasmas.

Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.

Él no quería perseguir sus fantasmas.

Ella quería creer en sus fantasmas.

Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.

Ella lloró por sus fantasmas.

El puntiagudo Gabriel Zaid está defendiendo su modus vivendila invisibilidad mediática– cuando dice: «El éxito se ha vuelto una vocación religiosa, indiferente a los oficios particulares. Lo importante es tener éxito, no importa en qué, ni cómo». La línea que hoy separa oficio y vocación es casi tan difusa como la que separa gloria de fama. Ay.

Zaid, a pesar de su eufónico apellido palestino, relativamente exótico en su México natal, nunca será famoso. Su prosa, ha escrito el gran Enrique Krauze, «es una lección moral de pulcritud, objetividad y decencia«, pero él nunca será famoso. Sus ensayos son virtuosos y penetrantes, lúcidos y audaces, pero él nunca será famoso.

Su poesía es sorprendentemente imaginativa e irónica (he leído por ahí que ha llegado a crear un antolómetro, para establecer de una vez y para siempre la ecuanimidad en las antologías -je, je-). Pero Zaid quiere la gloria de Pound, no la fama de… (introducir ahora y aquí un nombre).

NOTA: Zaid dice que no necesita ser fotografiado porque todo lo que de interesante hay en él está en sus textos. Estas son las portadas de algunos de sus libros.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)





‘Escena callejera’, de Charles Simic (1938)

Un muchachito ciego

con un letrero de papel

prendido en su pecho.

Demasiado pequeño para estar fuera

mendigando solo,

pero allí estaba.

Este extraño siglo

con sus matanzas de inocentes,

su vuelo a la luna,

y ahora él aguardándome

en una ciudad extraña,

en una calle donde me perdí.

Al oírme aproximar,

se sacó un juguete de goma

de la boca

como para decir algo,

pero no lo hizo.

Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,

muy mordisqueado,

la levantó para que la viera.

Los dos sonrieron con una mueca.

Simic. Vida pobre de exiliado de una Europa en ruinas. Ese «atroz acento eslavo» (AMM, que le admira y se ha tomado cafés con él, asegura que aún se percibe en los gerundios). El jazz y las revistas americanas devorados durante la infancia errante («jugábamos a la guerra durante la guerra, Margaret»).

Y luego allí, ya en los USA definitivos, donde años después alcanzaría el Pulitzer y etc, habitaciones mal ventiladas («temeroso de mi pequeño cuarto sin ventanas / frío como una tumba de un emperador niño»); comercios de barrio modestos e inverosímiles, como aquella tienda «llena de Budas somnolientos»; la gloria.

Y el humor:

Queridos filósofos: me pongo triste cuando pienso.

¿A vosotros os pasa lo mismo?

Justo cuando estoy a punto de hincar los dientes en el noúmeno,

alguna novia antigua me viene a distraer.

“¡Ni siquiera está viva!” grito a los cielos.

NOTA: Traducido por Oscar E. Aguilera F.

NOTA 2: El poema seleccionado portenece a uno de sus libros más reconocidos, Hotel insomnia, de 1992. En este enlace podéis leer una antología traducida de su obra.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Asimetría’, de Bei Dao (1949)

El capullo de la intriga histórica florece

Los dedos ocupados por el discurso se hieren

Los rayos del sol acumulados son propios de la edad

Te abandonas al pasado entre pompas de jabón

Enterrando los instrumentos de la cólera

Un extraño que viene del pasado

Te reprocha desde el espejo

Sin embargo los que he visto son

Los oscuros cuervos-guardianes

De ciudad que mueren uno a uno

Los profesores que me enseñan

A respirar y a sentir

Tosen sangre en la sombra de mi escritura

Aquel traje que come hacia la fiesta

Junto al eclipse solar y al matrimonio perfecto

Asciende sin canciones.

El hermetismo de esta poesía se comprende en parte cuando uno sabe que su autor, el poeta chino exiliado Bei Dao, pertenece a la generación de intelectuales sobrevivientes de la revolución cultural maoísta; una generación que se sublevó contra los dogmas del arte socialista profundizando en lo opuesto: la ambigüedad, la introspección y el lirismo.

Bei Dao ha vivido en Europa y EE UU después de abandonar su país tras la masacre de Tian’anmen. Tenía 40 años. Al menos diez los había pasado trabajando como obrero de la construcción según los disparatados conceptos de re-educación del Gran Timonel. Dos décadas de exilio, esperando que aumentara la ira. Este verso: «Me siento en mi destino / como un pequeño burócrata / alumbrando la patria abandonada».

NOTA: Traducido del chino por Luisa Chang para la antología Paisaje sobre cero.

IMAGEN: http://prelectur.stanford.edu/lecturers/dao/gallery.html

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Primeras soledades’, de Ángeles Mora (1952)

Atardeceres rojos de otra edad,

Quemándome sin arder.

Ya no sabía qué decir, qué hacer.

Me pesaban las horas como lentos relojes

Que se llevara el sol en su caída.

Sabía

Que aquella luz rabiosa me llamaba desde lejos:

Algo tengo que ver con ese fuego

Que me enciende los ojos,

Mientras los árboles oscurecen

Como barcos perdidos,

Y las casas parecen blanquear un momento

Antes de convertirse en sombras, con la mía,

Recostadas en los picos de la sierra.

Lo quería entender.

Como quería saber quién era yo.

Cuántas veces le preguntaba al aire

Por sus promesas, aquello que escondía

Tan sutilmente como se deshoja la tarde

Bajo su escalofrío.

Una ráfaga helada me recorre por dentro.

Desde la baranda, mirando el horizonte,

La vi apagarse, infieles,

Extraños días que murieron sin mí

Guardándose el enigma de un nombre y su destino.

Luego el tiempo -que todo lo cura o destruye-

Me hizo fotografías de frente y de perfil

Para representarme en sociedad, darme carácter.

Y como siempre nos mide a su capricho,

Me regaló también estrellas risueñas,

Nocturnos que ardieron felices, conmigo

Llameando en otros ojos.

O crepúsculos tristes, como puertas arrancadas

De golpe, tiradas al mar sucio

Del olvido.

Y así escribí mi historia, día a día,

Sin paz en esta guerra, rojo y negro.

Aquellas primeras soledades, sin embargo,

Nunca me desvelaron su secreto:

Hermosas y crueles,

Prolongándose,

Las puedo recortar todavía

En el viejo papel del corazón,

Justo en la línea

Donde prohíbo el paso a la nostalgia.

Se lee al final de otro poema de Ángeles Mora, que dudé si publicar en vez de este, que el mundo «ajeno te tritura / igual que hace / la digestión un pez». La poesía, las palabras que ella aún cree que estamos obligados a inventar, viene a remedar la desazón de que todo fluya sin pedirnos permiso:

Sin que tú digas nada,

aunque cierres la boca

o grites o protestes.

El mundo puede prescindir de ti.

Es una sensación muy contemporánea, creo, esa de quedarse, por gusto u obligación, al margen de la “batalla de la vida”. O como dice Houellebecq, tal alejado de esa nada perfumada que exudan la mayoría de sociólogos: «Es fácil ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado».

A esta idea de poesía como blindaje y salvavidas -una misión no sé si demasiado elevada o tal vez difusa- parece remitir Ángeles Mora cuando dice: «Escribo para construirme (…) una poesía que reflexiona, que nos hace pensar, plantearnos y replantearnos nuestra vida». Pienso que el poema de hoy es muy trasparente.

NOTA: Primeras soledades pertenece a su libro Bajo la Alfombra.

IMAGEN: Ángeles Mora (http://nalocos.blogspot.com/2009/08/angeles-mora.html)

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Sextina del trotamundos’, de Rudyard Kipling (1865 – 1936)

En general, los he probado todos,

Los caminos felices de este mundo.

En general, los he encontrado buenos

Para los que no pueden, como yo,

Usar la misma cama mucho tiempo

Y van de un lado a otro hasta que mueren.

Qué más da dónde o cómo uno se muera,

Mientras haya salud para mirarlo todo,

Las diferentes cosas, el modo en que las hacen,

Los hombres y mujeres que se aman en el mundo…

En fin, aprovechando el tiempo,

Poniendo buena cara, si no es bueno.

Al contado o a crédito… A las cosas lo bueno

Es cogerles el gusto. Si no, te morirías,

A no ser que tu vida dure muy poco tiempo

Y no hagas predicciones ni te inquietes, y todo

Te dé igual, mientras haya qué comer en el mundo,

Sin pensar en las cosas que has dejado de hacer.

¿Y qué cosas me quedan por hacer?

He probado bastantes, y me han salido bien,

En diversos empleos alrededor del mundo;

Porque el que no trabaja ha de morir,

Aunque eso no es razón para estar toda

La vida sin cambiar de oficio: hay poco tiempo.

Y bien, en ningún sitio he estado mucho tiempo;

Ningún sueldo bastaba para hacer

Que me quedara cuando me fastidiaba todo

Y había que largarse por las buenas,

Y ver cómo las luces del puerto iban muriendo

Y acompañar al viento alrededor del mundo.

Es como un libro, pienso, este maldito mundo,

Que lees y te preocupa cierto tiempo,

Hasta que sientes que te morirás

Si no acabas la página presente

Y pasas a la próxima, puede que no tan buena;

Pero te empeñas en pasarlas todas.

Bendito sea el mundo, da igual lo que nos haga;

Todo está bien, excepto si dura mucho tiempo.

A mi muerte, escribid: «Le gustó todo».

De acuerdo. La poesía política de Kipling – virreyes desencantados que gobernaron colonias espléndidas, soldados heroicos afligidos tras su paso a la reserva- no es la poesía política de Brecht. La segunda puede que ya no sirva al Pueblo, pero la primera es seguro que aún chirría en las conciencias pacifistas. Es lo que tiene Kipling, que hay que excusarse. Kipling el incómodo, el más furibundo defensor de una ideología política tan caduca como denostada.

Pero, tras las disculpas, la magia. Algunos de sus poemas como La guerra santa, Las runas de la espada de Weland o El himno de McAndrew son tan precisos, profundos, premonitorios y magnéticos que acaba -si es que alguna vez lo hizo- por importarte un bledo de qué maldito pie cojeó su autor.

Un poquito más. Este fragmento bellísimo de su Canción del banjo, creo que genialmente traducido –juzgarlo vosotros– por José Manuel Benítez Ariza.

… Y aquellas melodías que quería decir

Tantas cosas que sólo tú entendías;

Melodías corrientes

Que te hacía sonarte la nariz

O reír, por no llorar… Con ellas puedo

Partirte el corazón

Con juergas, alegría y diversiones.

Y también con mentiras, con bebida y lujuria

En la alegre comedia que termina dejándote

Pensamientos que queman como hierros al rojo.

NOTA: El primer poema también fue traducido por José Manuel Benítez Ariza para la editorial Renacimiento.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Una suerte de canción’, de Williams Carlos Williams (1883 – 1963)

Que la serpiente aceche bajo

su matorral;

y la escritura,

que sea de palabras, parsimoniosas y agitadas, súbitas

al atacar, serenas en la espera,

desveladas.

Reconciliar por la metáfora

a las personas con las piedras.

Componer. (No hay ideas

más que en las cosas) ¡Inventar!

La saxífraga es mi flor, la que parte

las rocas.

ORIGINAL EN INGLÉS

Let the snake wait under

his weed

and the writing

be of words, slow and quick, sharp

to strike, quiet to wait,

sleepless.

Through metaphor to reconcile

the people and the stones.

Compose. (No ideas

but in things) Invent!

Saxifrage is my flower that splits

the rocks.

Mi intención para hoy era haberos traído un poema de Whittaker Chambers. Buscando referencias literarias sobre él -las políticas me la sé al dedillo- acabé en Louis Zukofsky y los objetivistas. Pensé entonces en escribir un poquito sobre ellos, su estilo, motivaciones e influencia posterior. Pero en el camino topé con un viejo (aunque no muy leído) conocido, y con él me quedé.

Acabaré antes si digo que Williams Carlos Williams fue en gran medida lo opuesto a Ezra Pound (al que le unía una gran amistad) y a T. S. Eliot (al que despreciaba). Por no tener en común, los tres poetas estadounidenses más importantes de la primera mitad del siglo XX no tienen ni el horizonte literario. Los dos últimos abrazaron la cultura europea casi con el mismo desprecio con el que rechazaron la estadounidense. El cambio en primero, con una formación tan elevada con la de los otros, optó por convertirse en un poeta al margen de la academia (era médico de profesión) y del discurso intelectual dominante (decidió ser, también culturalmente, norteamericano; algo así como un vanguardista del terruño).

El resultado de aquel experimento a contracorriente fue un tardío reconocimiento del poeta (su último libro, Pinturas de Brueguel, de donde procede el poema de hoy, recibió el Pulitzer póstumamente) y una poesía que eludió cualquier contaminación, por mínima que fuera, del intelectualismo imperante, las modas abstractas o simbólicas. Una poesía directa, brevísima, sólo en apariencia sencilla, neutra en el sentido moral y con una capacidad brutal para describir la materia. Un afán que resume estos versos: «Nunca me canso del misterio de estas calles». De la realidad, vamos.

NOTA: El poema seleccionado fue traducido en su día por Carmen Martín Gaite y se encuentra en una antología al parecer muy difícil de encontrar ya. Otros escritores en español que tradujeron su obra han sido Octavio Paz y Ernesto Cardenal.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Sobre ser la poesía un estudio frívolo, y convenirme aplicarme a otros más serios’, de José Cadalso (1741 – 1782)

Llegóse a mí con semblante adusto,

Con estirada ceja y cuello erguido

(capaz de dar un peligroso susto

al tierno pecho del rapaz Cupido),

un animal de los que llaman sabios,

y de este modo abrió sus secos labios:

“No cantes más de amor. Desde este día

has de olvidar hasta su necio nombre;

aplícate a la gran filosofía;

sea tu libro el corazón del hombre.”

Fuese, dejando mi alma sorprendida

de la llegada, arenga y despedida.

¡Adiós, Filis, adiós! No más amores,

no más requiebros, gustos y dulzuras,

no más decirte halagos, darte flores,

no más mezclar los celos con las ternuras,

no más cantar por monte selva o prado

tu dulce nombre al eco enamorado;

no más llevarte flores escogidas,

ni de mis palomitas los hijueos,

ni leche de mis vacas más queridas,

ni pedirte ni darte ya más celos,

ni más jurarte mi constancia pura,

por Venus, por mi fe, por tu hermosura.

No más pedirte que tu blanca diestra

en mi sombrero ponga el fino lazo,

que en sus colores tu firmeza muestra,

que allí le colocó tu airoso brazo;

no más entre los dos un albedrío,

tuyo mi corazón, el tuyo mío.

Filósofo he de ser, y tú, que oíste

mis versos amorosos algún día,

oye sentencias con estilo triste

o lúgubres acentos, Filis mía,

y di si aquél que requebrarte sabe,

sabe también hablar en tono grave.

José Hierro, José Agustín Goytisolo, José María Valverde… De los José que aún no habían pasado por este blog, quizá sea José Cadalso uno de los más conspicuos y, por qué no, más olvidados (cada vez se lee menos literatura clásica, salvo por obligación escolar o profesional).

Este poemita satírico del entusiasta de la espada y la pluma (Cadalso murió en uno de los mayores asedios de Gibraltar, después de una carrera fulgurante en el ejército y tras haber viajado por medio mundo) revela -quizá sin querer- alguna de las razones de fondo de la baja estima que la filosofía, considerada materia bien árida, ha gozado durante los últimos siglos en España.

(Bueno, puede que no sea para tanto. Poesía y filosofía han constituido también matrimonios fructíferos, ahí están Unamuno, o Santayana o Agustín García Calvo para demostrarlo. Y, en cualquier caso, habrá pocos que niegen que estos versos de Cadalso son un buen antídoto contra la seriedad).

PD: Días en que las frases salen como cojas. Hoy fue uno. Ah, nulla dies sine linea…

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Los corazones son de vidrio’, de Yunus Emre (1240 – 1320)

Si una vez rompiste el corazón a alguien,

No puedes recomponerlo con sólo una plegaria al Señor.

Tu peso no le alivia aunque intervengan

Setenta y dos naciones a tu favor.

¿Sabes cuántos santos han pasado por este mundo?

Ellos han dejado solamente un recuerdo;

Sus almas volaron al lado del Amado,

Abriendo las alas igual que los pájaros.

El camino del Señor es justo,

Los ojos que le perciben son dichosos.

El verdadero héroe desdeña la fama;

Los ojos que miran desde lo alto, no ven.

Si no te has desviado del camino recto,

Si has sido respetuoso con los santos,

Si has hecho obras buenas,

Tu riqueza aumentará mil veces.

Yunus os dice estas verdades

Mezclando mantequilla y miel a sus palabras;

Su mercancía no es sal, sino joyas.

Quien quiera estudiar la política exterior de Turquía respecto a Europa o los países de su entorno, hará bien en leer la poesía de Yunus Emre para comprender por qué las autoridades le eligen a él y no a otro.

Hace casi dos décadas, el ministro de Cultura turco se refería así a uno de sus grandes poetas nacionales, emblema de la tolerancia: «Su voz [la voz de Yunus Emre] reclama que los seres humanos se deshagan de los valores materialistas. (…) Es una voz pacificadora, cargada de amor y tolerancia».

El interés del Estado turco por reivindicar la obra de este místico sufí del siglo XIV no era gratuita entonces, como tampoco lo es ahora: en 2009 se puso su nombre a un instituto de cultura en Ankara -semejante a Cervantes español o al Goethe alemán- cuya razón de ser es, en palabras de su primer director, «promocionar el arte, la cultura y el patrimonio de Turquía en el exterior».

Pero, en fin, vayamos a la obra y al personaje y dejemos de lado las razones instrumentales que le hacen ideológicamente provechoso en el presente. Yunus Emre encarna como pocos las virtudes del ascetismo («el derviche debe se humilde»), la pureza de sentimientos («hay que ser más dócil que el cordero») y el rechazo de lo material («¿Qué valor tendrán las riquezas y el poder / si un día desapareceremos?») de una de las corrientes más místicas del Islam.

Sobre su vida existen más leyendas que datos históricos comprobados. Vivió en un siglo turbulento y pese a ensalzar la escasez como el recto camino hacia lo sublime, está bastante descartado que él mismo fuera pobre. Una vez destilados, sus versos afloran como perlas:

Mi belleza física es fascinante

Pero mi alma está podrida.

Quien se jacta de la sabiduría, no sabrá;

El verdadero sabio sabe la Verdad.

Y etc.

PD: Traducidos por Ertugrul Onalp

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)




‘Pulchritudo splendor veritatis’, de César Antonio Molina (1952)

Estoy en el centro mismo del ojo del puente.

A mis espaldas el monasterio de Caaveiro.

Enfrente las viejas ruinas de los molinos de agua.

En las pozas chapotean los mismos amantes

sin tiempo en el tiempo.

¿Es la belleza el resplandor de la verdad?

¿Qué será mejor?

¿Decir siempre lo mismo sobre las mismas cosas

como repetía Sócrates o

decir siempre algo distinto sobre las mismas cosas

como repetían los sofistas?

Sólo somos aquello que plantean las preguntas.

ORIGINAL EN GALLEGO

Estou no centro mesmo do ollo da ponte.

Ás miñas costas o mosteiro de Caaveiro.

En fronte as vellas ruínas dos muíños de auga.

Nas pozas chapinan os mesmos amantes

Sen tempo no tempo.

É a beleza o resplandor da verdade?

Que será mellor?

dicir sempre o mesmo sobre as memas cousas

como repetía Sócrates ou

dicir sempre algo distinto sobre as mesmas cousas

como repetían os sofistas?

Só somos aquilo que plantexan as preguntas.

No recuerdo ya dónde he leído sobre algo que a mí también me llamó la atención mientras curioseaba el mostrador de novedades de una librería madrileña. «Vaya con César Antonio Molina«, pensé, «¡menudo ritmo de producción para haber estado ocupado siendo ministro!».

Luego, tras comentarlo entre bromas con un amigo, llegué a estas conclusiones. Uno, la solución al estancamiento creativo es dirigir el Ministerio de Cultura. Y dos, para confirmar uno habrá que esperar a ver si Ángeles González-Sinde nos sorprende en breve con un par de películas, tres guiones y algún que otro cameo. Llegado el caso, avisaré a Diana para que trate el caso en su divertido blog y correré a afiliarme a algún partido político.

Eume era uno de los libros de CAM que había sobre aquel mostrador tan goloso. Me atrajo su tacto y el color de la cubierta, el título y la editorial. Luego vi el precio. Hace unos días lo saqué de la biblioteca junto con otros dos suyos, de los que no hablaré.

Eume -el título evoca el río de la provincia natal del poeta, A Coruña- es un poemario sobre la infancia pasado por el tamiz de la madurez, la alta cultura y el terruño (siempre tierno). Entre los localismos se cuela de repente el puente de Brooklyn. Para dar sentido a las pequeñas geografías vienen al rescate Heráclito o el maestro Eckhart. Un «poema-río», lo llama el autor. Espero que os guste lo que he pescado de él.

(IMAGEN: www.dominioalarcia.com)

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)




‘El cerco de lo próximo’, Manuel Rico (1952)

A veces, este cuerpo cabizbajo, tendente

A la melancolía, a miedos sin sentido,

Crece y madura

En unidades mínimas de gozo.

Esta pasión por lo inmediato,

Por lo que sólo abarca un golpe de mirada,

Se adueña de mis ojos, de mis dedos,

Dicta una travesía plena de intimidades,

De objetos entrevistos en el paisaje cotidiano

Sin saberlos apenas.

Lo que pequeño es hermoso. Cálido.

Abriga y baña

Con su ternura, con sus huecos

Al fin acostumbrados a la línea

Que tus dedos dibujan, a tu piel ya cansada

Por dudas e intemperies, por oficios

Insanos, por batallas perdidas hace tiempo,

O ganadas tan sólo en el íntimo llano donde ronda

La moral convicción que a ti te sirve.

A ti tan sólo.

Hacer memoria con la poesía (¿o será hacer poesía con la memoria?) tiene evidentes ventajas -el tono elegíaco viene solo, la reflexión moral está asegurada- y peligrosos inconvenientes, la excesiva introspección y la acrítica idealización del pasado.

La obra de Manuel Rico, al menos el par de libros suyos que he leído, está conscientemente edificada sobre «el impreciso páramo de la memoria». Una frontera dudosa que ayuda a dar forma a versos altamente ferroviarios, es decir, con capacidad de desplazarse en línea recta hacia atrás y hacia delante de un presente más eficaz que seguro.

Manuel Rico ha dicho que la poesía tiene que tener una dimensión crítica pero no panfletaria, revelar verdades ocultas aunque sin resultar ella misma impenetrable. De nada valdría, creo yo, imaginar una poética sin practicarla. Hay quienes lo hacen, pero no es el caso -afortunadamente- de Rico.

IMAGEN: www.alfaguara.santillana.es

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)