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‘Primeras soledades’, de Ángeles Mora (1952)

Atardeceres rojos de otra edad,

Quemándome sin arder.

Ya no sabía qué decir, qué hacer.

Me pesaban las horas como lentos relojes

Que se llevara el sol en su caída.

Sabía

Que aquella luz rabiosa me llamaba desde lejos:

Algo tengo que ver con ese fuego

Que me enciende los ojos,

Mientras los árboles oscurecen

Como barcos perdidos,

Y las casas parecen blanquear un momento

Antes de convertirse en sombras, con la mía,

Recostadas en los picos de la sierra.

Lo quería entender.

Como quería saber quién era yo.

Cuántas veces le preguntaba al aire

Por sus promesas, aquello que escondía

Tan sutilmente como se deshoja la tarde

Bajo su escalofrío.

Una ráfaga helada me recorre por dentro.

Desde la baranda, mirando el horizonte,

La vi apagarse, infieles,

Extraños días que murieron sin mí

Guardándose el enigma de un nombre y su destino.

Luego el tiempo -que todo lo cura o destruye-

Me hizo fotografías de frente y de perfil

Para representarme en sociedad, darme carácter.

Y como siempre nos mide a su capricho,

Me regaló también estrellas risueñas,

Nocturnos que ardieron felices, conmigo

Llameando en otros ojos.

O crepúsculos tristes, como puertas arrancadas

De golpe, tiradas al mar sucio

Del olvido.

Y así escribí mi historia, día a día,

Sin paz en esta guerra, rojo y negro.

Aquellas primeras soledades, sin embargo,

Nunca me desvelaron su secreto:

Hermosas y crueles,

Prolongándose,

Las puedo recortar todavía

En el viejo papel del corazón,

Justo en la línea

Donde prohíbo el paso a la nostalgia.

Se lee al final de otro poema de Ángeles Mora, que dudé si publicar en vez de este, que el mundo «ajeno te tritura / igual que hace / la digestión un pez». La poesía, las palabras que ella aún cree que estamos obligados a inventar, viene a remedar la desazón de que todo fluya sin pedirnos permiso:

Sin que tú digas nada,

aunque cierres la boca

o grites o protestes.

El mundo puede prescindir de ti.

Es una sensación muy contemporánea, creo, esa de quedarse, por gusto u obligación, al margen de la “batalla de la vida”. O como dice Houellebecq, tal alejado de esa nada perfumada que exudan la mayoría de sociólogos: «Es fácil ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado».

A esta idea de poesía como blindaje y salvavidas -una misión no sé si demasiado elevada o tal vez difusa- parece remitir Ángeles Mora cuando dice: «Escribo para construirme (…) una poesía que reflexiona, que nos hace pensar, plantearnos y replantearnos nuestra vida». Pienso que el poema de hoy es muy trasparente.

NOTA: Primeras soledades pertenece a su libro Bajo la Alfombra.

IMAGEN: Ángeles Mora (http://nalocos.blogspot.com/2009/08/angeles-mora.html)

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)