Thoreau, Baudelaire, Li Po, Machado… La lista es extensa y variada, porque el otoño es tiempo favorable a los poetas, que sienten su presión sobre las vísceras más sensibles. La estación en la que echan el resto, aunque la gloria se la lleve siempre otra.
El otoño lánguido de Paul Verlaine:
Los largos sollozos
De los violines
Del otoño
Hieren mi corazón
Con monótona
Languidez
Todo sofocante
Y pálido, cuando
Suena la hora,
Yo me acuerdo
De los días de antes
Y lloro;
Y me voy
Con el viento malvado
Que me lleva
De acá para allá,
Igual que a la
Hoja muerta.
El otoño eufórico de José Hierro:
Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento
gloria final a las hojas doradas.
Arder, fundirse el monte en llamaradas
crepusculares, trágico y sangriento.
Gira, asciende, enloquece, pensamiento.
Hoy da el otoño suelta a sus manadas.
¿No sientes a lo lejos sus pisadas?
Pasan, dejando el campo amarillento.
Por esto, por sentirnos todavía
música y viento y hojas, ¡alegría!
Por el dolor que nos tiene cautivos,
por la sangre que mana de la herida
¡alegría en el nombre de la vida!
Somos alegres porque estamos vivos.
El otoño suplicante de Rainer M. Rilke:
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.
NOTA: El título de cada uno de los poemas es: Canción de otoño (Verlaine), Viento de otoño (Hierro) y Un día de otoño (Rilke).
Seleccionados por Nacho Segurado.