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‘Conversación entre las ruinas’, de Sylvia Plath (1932 – 1963)

Cruzando el pórtico de mi elegante casa, entras majestuoso,

Con tus salvajes furias, desordenando las guirnaldas de fruta

Y los fabulosos laúdes y pavones, rasgando la red

De todo el decoro que refrena el torbellino.

Ahora, el lujoso orden de los muros se ha desmoronado; los grajos graznan

Sobre la espantosa ruina; bajo la luz desoladora

De tu mirada tormentosa, la magia huye volando como una bruja

Acobardada, abandonando el castillo cuando los días reales amanecen.

Unos pilares resquebrajados enmarcan este paisaje de rocas;

Mientras tú te yergues heroico, con chaqueta y corbata, y yo permanezco

Sentada tranquilamente, con una túnica griega y un moño a lo Psique,

Enraizada en tu negra mirada, la obra se vuelve trágica:

Después de la plaga que ha asolado nuestra heredad,

¿Qué ceremonia de palabras puede enmendar todo este estrago?

Estoy de acuerdo con Xoán Abeleira, el traductor al español de su poesía completa, en que Sylvia Plath no era una poetisa abocada al suicidio. Leer su obra -deconstruirla, dirían los especialistas en la nada- aislando las pistas que explican su voluntario final de «neurótica incurable» (el mito tan funesto del loco genial) es como mirar el dedo en vez de la Luna. Como zanjó para siempre Alvy Singer / Woody Allen en Annie Hall: «Interesante poetisa, cuyo trágico suicidio fue malinterpretado como romántico por la mentalidad de las niñas universitarias».

Sorprende que los poemas de Sylvia Plath, a veces de un simbolismo tan opaco, sean tan leídos. Por razones que quizá estén en la insatisfacción de su siglo, el abismo interior contradictorio y violento que destilan sus versos golpea en la intimidad del lector, les remueve, les sitúa en el camino de sus propios precipicios. No hace falta compartir el gusto extravagante de Plath y de su marido, el poeta Ted Hughes, por las sesiones de ouija, el chamanismo o El libro de los muertos para emocionarse sinceramente con la belleza melancólica de sus versos.

Sylvia Plath murió a los 30 años. Su evolución como poetisa, lo recuerda el propio Hughes en la canónica edición que hizo de su obra, fue inusitadamente veloz: «Su actitud hacia sus poemas era la de una artesana: si con el material con el que contaba no podía hacer una mesa, se contentaba con hacer una silla». Su poesía fue un canto a lo débil y omnipotente. Su subjetivismo, sin que sirva de precedente, universal.

NOTA: Me costó decidirme por un poema. Al final opté por este Conversación entre las ruinas, de 1956, escrito -según dicen sus biógrafos- a partir de un cuadro del metafísico Giorgio de Chirico. Personalmente me gusta porque habla de una tragedia que aún no ha desbordado.

NOTA 2: Traducido por Xoán Abeleira para la editorial Bartleby.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.