Seguro que la noche mejorará la escena,
pero ahora el mediodía y esta vida
saben mucho de las tragicomedias
del teatro -del mundo- del absurdo.
En el bar de los cuerdos que miran a los locos,
el hombre y la mujer están bailando
con la música de las tragaperras.
Acaban de perderlo todo. Tienen
en cambio manos con las que tocarse,
labios para estar en silencio,
sus pies para moverse con el ritmo
de una música que viene de lejos
enturbiando la bolsa de la vida
-circuitos y neuronas, máquinas japonesas-.
Los que miran
(miramos)
sólo tienen
(tenemos)
un poco de dinero
(y a veces ni dinero).
Hace tiempo que se ha perdido todo.
El bar de la foto no es el bar del poema, sino el más siniestro y pestilente tugurio de Kreuzberg; uno de los rincones oscuros más apetecibles del itinerario que J. nos preparó este verano a A. y a mí. Como el bar del poema, tenía locos y máquinas tragaperras (dos, enfrentadas e intermitentemente ocupadas). Había allí quien lo acababa de perder todo (y no hablo de dinero, o no sólo). Había, por decirlo pronto, insolentes espectadores -nosotros- de una decadencia que no pedía nada a cambio por ser observada. Agarramos mesa en el bar de la foto y salimos tres horas más tarde después de haber hablado muy cerca de la intimidad. Era media tarde. J. nos dijo antes de irnos que no se cerraba nunca, aquello. Al contrario que el bar del poema, la noche allí no mejoraría la escena.
NOTA: Riqueza está sacado del libro Frágil de Javier Rodríguez Marcos, poeta y periodista que actualmente escribe para El País. Como no he dicho nada de su biografía, escribiré rápidamente que es cacereño y que nació en 1970. En el libro citado se lee esta píldora a modo de poética: «Evitar hacerse sangre en la planta del pie / con los trazos de las palabras rotas / al caminar descalzos».
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.