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‘Hace sol en la calle’, de Boris Vian

Hace sol en la calle
Me gusta el sool pero no me gusta la calle
O sea que me quedo en casa
Esperando que venga el mundo
Con sus torres doradsas
Y sus cascadas blancas
Con sus voces de lágrimas
Y as canciones de la gente que está alegre
O a la que pagan por cantar
Y en la tarde hay un momento
En que la calle se transforma en otra cosa
Y desaparece bajo el plumaje
De la noche llena de ‘puede ser’
Y de las canciones de quienes han muerto
Entonces bajo a la calle
Que se extiende allá hasta el alba
Una humareda se estira cerca
Y yo camino a través del agua seca
Del agua que refresca en la noche fresca
El sol volverá pronto.

No sé vosotros, pero yo no he leído tantos libros de Boris Vian como para hacerme una idea completa, rotunda de un tipo como él. Me gustó la Espuma de los días, pero ahí paré. Hace unos días y después de bastante años, retomé su vertiente poética, escurridiza, malhablada y tan tierna.

Vian es sarcástico hasta la médula -como en Si tan tonto el poeta no fuera-; fúnebre hasta decir basta -como en Me moriré con un cáncer de esqueleto-; humorístico sin casi rival -como en Un hombre en pelotas caminaba.

Vian también era un sentimental. “Era algo terriblemente romántico”, dice en una de sus canciones a propósito de algo que he olvidado. Un sentimental canalla, improvisado, insatisfecho y consciente de sus perezas (él era un perezudo) y de sus tan originales “sobras completas”. El libro del que he tomado el poema de hoy es una joya entretenida y visual: No me gustaría palmarla (Demipage. Madrid, 2009). Una obra de traducción colectiva editada en el 50 aniversario de la prematura muerte del patafísico.

TRADUCCIÓN: del francés por Fernando Savater

IMAGEN: Fotografiado en pleno desarrollo de otra de sus pasiones, el jazz.

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