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‘En tiempos difíciles’, de Heberto Padilla (1932 – 2000)

A aquel hombre le pidieron su tiempo

para que lo juntara al tiempo de la Historia.

Le pidieron las manos,

porque para una época difícil

nada hay mejor que un par de buenas manos.

Le pidieron los ojos

que alguna vez tuvieron lágrimas

para que no contemplara el lado claro

(especialmente el lado claro de la vida)

porque para el horror basta un ojo de asombro.

Le pidieron sus labios

resecos y cuarteados para afirmar,

para erigir, con cada afirmación, un sueño

(el-alto-sueño);

le pidieron las piernas,

duras y nudosas,

(sus viejas piernas andariegas)

porque en tiempos difíciles

¿algo hay mejor que un par de piernas

para la construcción o la trinchera?

Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño,

con su árbol obediente.

Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros.

Le dijeron

que eso era estrictamente necesario.

Le explicaron después

que toda esta donación resultaría inútil

sin entregar la lengua,

porque en tiempos difíciles

nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.

Y finalmente le rogaron

que, por favor, echase a andar,

porque en tiempos difíciles

ésta es, sin duda, la prueba decisiva.

«Fuera de juego fue mi dogal inmediato, mi estigma: fíjense que no me atrevo a decir mi honor«. Así recordaba el escritor cubano Heberto Padilla en 1998, casi treinta años después, el libro de poemas que convirtió su agradable vida dentro de la incipiente revolución en una pesadilla y una humillación.

Ser un intelectual en una sociedad totalitaria y liberarse del pensamiento cautivo, como dejó escrito Czeslaw Milosz en aquella obra hermosa y necesaria (radicalmente crítica, no como cierta colección de libros de reciente aparición), es una tarea al alcance sólo de los más valientes de entre los espíritus heréticos.

Heberto Padilla fue conducido al ostracismo (y de paso a prisión), por escribir estrofas como esta:

Ten desconfianza de la mejor criada. / No le entregues las llaves al chófer, no le confíes / la perra al jardinero. / No te ilusiones con las noticias de la onda corta.

O esta otra:

¡Al poeta, despídanlo! / Ese no tiene nada aquí nada que hacer. / No entra en juego. / No se entusiasma / No pone en claro su mensaje. / No repara si quiera en los milagros. / Se pasa el día entero cavilando. / Encuentra siempre algo que objetar.

Era 1971. La defensa literaria que Padilla hizo de Guillermo Cabrera Infante -por entonces ya exiliado en Inglaterra- y su caricatura fiel de las beatas admoniciones de los escribas del régimen comunista, desembocaron en un enfrentamiento directo con el funcionariado encargado de vigilar el celo revolucionario de los intelectuales. El ‘caso Padilla‘ fue una reedición en forma de farsa (en eso Marx sí llevaba razón), de los juicios-espectáculo de los primeros tiempos de la URSS.

Después de la preceptiva reeducación en una cárcel del Departamento de Seguridad de Estado, Padilla firmó y posteriormente hizo pública su retractación, una farsa obscena en la que terminaba por acusarse a sí mismo de contrarrevolucionario y se mostraba avergonzado de su propia obra. Años después, ya en el exilio, recordando aquel episodio triste dijo: «Cuando a un hombre se le ponen cuatro ametralladoras y lo amenazan con cortarle las manos si no se retracta, generalmente accede».

En tiempos difíciles es el primer poema de Fuera de juego. Uno de los más fieramente tachados de impíos en su día –y aún hoy- por el castrismo. A mí me parece que es la transposición en verso de lo que lúcidamente dejó escrito Albert Camus en El hombre rebelde: «El comunismo ruso es la exaltación del verdugo por las víctimas».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.