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‘Amor constante más allá de la muerte’, de Francisco de Quevedo


Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía,

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía:

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

Seleccionado y comentado por Virginia P. Alonso y José Antonio Martínez Soler.

(Es la primera vez que aparecen dos firmas en la selección del poema. Curiosamente, José Antonio Martínez Soler y Virginia P. Alonso escogieron y comentaron el mismo poema de forma simultánea. Incluimos aquí sus dos valoraciones).

Por Virginia P. Alonso. Siempre es un placer reencontrarse con Quevedo (1580-1645). Las últimas veces que lo había leído iba en busca de la sonrisa, cuando no de la carcajada, y no hubo vez que me defraudara.

Hoy buscaba otra cosa; buceaba entre sus bellos poemas amorosos a la caza de uno en concreto del que había olvidado el nombre. Dejando de lado el «Érase un hombre a una nariz pegado…», el que ahora os reproduzco fue el primer poema de Quevedo que memoricé.

Debía de andar yo por los 14 o 15 años cuando Lola, mi profesora de literatura del bachillerato, tuvo la valentía de presentarnos a Quevedo. No recuerdo exactamente cómo este soneto llegó a mis manos y a mi memoria, ni por qué éste y no otro. Pero al releerlo tantos años después el rostro de Lola se me ha venido inmediatamente a la cabeza. Sólo por eso merece la pena recordarlo.

Por José Antonio Martínez Soler. Al cruel, mordaz, cínico, conspirador, misógino, ácido, intrigante, amargado, jesuítico, pesimista, pendenciero y chulesco Francisco de Quevedo todo se lo perdono tan sólo y nada menos que por este último terceto, el más hondo y sublime jamás escrito en lengua castellana.

su cuerpo dejarán, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado

¿Quien no ha citado más de una vez este último verso?

Tiene tela. Quevedo se redime de todos sus desvaríos mundanos con estos versos de amor y supera a Petrarca -¡qué digo!- y a Virgilio y a Neruda y a todos cuantos han escrito sobre el amor ya sea a favor o en contra.

Este genio del barroco me cabrea, a veces, pero no puedo dejar de admirar su temible ingenio, su brillante mala leche, su hondura sentimental.

«Serán ceniza, mas tendrá sentido»

En este soneto -quizás el mejor de los suyos- Quevedo nos deja una salida victoriosa para esta enfermedad universal que todos contraemos al nacer, que es la vida. El amor vence a la muerte. Sólo el amor: «polvo enamorado».