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‘Sherry-Brandy’, de Varlam Shalámov (1907-1982)

El poeta se moría. Las grandes palmas de las manos hinchadas por el hambre, los dedos blancos, sin una gota de sangre, y las sucias y crecidas uñas, como cañas, reposaban sobre el pecho, sin protegerse del frío. Antes metía las manos entre la ropa, sobre la piel desnuda, pero ahora su cuerpo no conservaba el suficiente calor. Hacía tiempo que le habían robado las manoplas; para robar bastaba con no tener vergüenza, robaban a la luz del día. El mortecino sol eléctrico, cubierto de cagadas de mosca y herrado con una reja redonda, se hallaba sujeto arriba, bajo el techo. La luz caía a los pies del poeta, que yacía, como en un cajón, en la oscura profundidad de la hilera inferior de una formación compacta de literas de dos pisos. De vez en cuando los dedos de las manos se movían, chasqueaban como castañuelas, palpaban un botón, un ojal, un agujero del chaquetón, barrían alguna brizna y se detenían de nuevo. El poeta se moría tan lentamente que había dejado de comprender que se estaba muriendo. (…)

(Prosa poética. La impresión de que te están dando gato por liebre; párrafos melifluos y llenos de trampantojos, un tono congestionado que trata de llegar a la poesía a través de la impotencia.)

Podría decirse, superficialmente, que esto de hoy es prosa poética, aunque jamás un frívolo ejercicio de estilo. Sherry-Brandy es una de las cientos de historias incluidas en Relatos de Kolimá, la obra cumbre de Varlam Shalámov, donde regurgita –regurgita no es la palabra, pero ya es demasiado intimidante elegir una como para encima elegir justo la correcta- sus varias décadas como esclavo enemigo del pueblo en el gulag soviético.

La comparación de dos horrores es un horror en sí mismo. Pienso en el infierno de Primo Levi y de David Rousset. ¿Fue el de Shalámov tan distinto del suyo? Me siento cínico tasando horrores, sacando la regla de oro del sufrimiento totalitario. Leer Relatos de Kolimá no es un aprendizaje, y esa es una verdad tan triste como escuchar que en la extrema debilidad los humanos no tienen fuerza ni para los sentimientos.

NOTA
: Shalámov dedicó Sherry-Brandy a la memoria del gran Osip Mendelshtam, que desapareció demente y hambriento camino del Norte. Hace tiempo os traje un poema suyo.

TRADUCCIÓN: Ricardo San Vicente

IMAGEN: lacentral.com

Nacho S. (@nemosegu)