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‘A las parcas’, de Friedrich Hölderlin (1770 – 1843)

¡Concededme un verano, sólo uno, oh poderosas!

Y un otoño en que pueda mi canto madurar;

sólo de esa manera, saciado con tan dulces

juegos, el corazón aceptará su muerte.

Alma que en vida no disfrutó sus derechos

divinos, ni en el Orco logrará descansar;

mas si logro plasmar lo más querido

y sagrado, el poema, ¡bienvenidos seáis,

silencios de las sombras! Porque yo estoy contento

si mi música, al menos, no se pierde;

una vez, por lo menos, habré vivido igual

que los dioses, y más no será necesario.

Diagnosticado como “loco furioso” por las autoridades psiquiátricas poco comprensivas de la época, Friedrich Hölderlin vivió los últimos 36 años de su vida como un asceta domesticado en una torre -hoy museo- a la orilla del río Neckar, en Alemania. Allí, entre “praderas suaves y riberas de sauces”, se dedicó por entero a la tarea de completar su obra poética; una obra que no sería apreciada en su monumental importancia hasta varias décadas después, cuando Rilke y Nietzsche la reivindicaron como una de las cumbres del romanticismo germano.

La densa -en muchos casos- superespecialización que gobierna las tareas académicas e intelectuales hace prácticamente imposible la aparición hoy de nuevos hölderlines. Actualmente, y a pesar de la estéril cantinela de la interdisciplinaridad, un filósofo es un filósofo (y punto), un politólogo un politólogo (y nunca otra cosa), con más (sin)razón un poeta no es sino un poeta (y gracias).

Hölderlin, en cambio, vivió en una época en la que poetas y filósofos (y hasta científicos) intercambiaban conocimientos al mismo nivel y en donde las influencias de la Ilustración, la Grecia clásica y el pietismo religioso campaban a sus anchas. Él mismo fue, junto con Hegel (ambos compañeros de pupitre), uno de los renovadores de la filosofía idealista alemana.

Las ya mencionadas influencias grecolatinas, su preocupación por lo Sublime (de fuerte herencia kantiana) y lo Absoluto (fruto de sus intensas lecturas de Platón) y su casi permanente horizonte panteísta (“Yo crecía en los brazos de los dioses”) marcan, a grandes rasgos, su obra poética.

NOTA: Poema traducido por Federico Bermúdez-Cañete.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.