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‘Zoey’, de Jenaro Talens (1946)

Los impactos de la luz no son el día,

aunque canten la vida que no sé

y haya un sol tan extraño

que aspire a serlo sin palabras, sin

viejos nombres, sin furia, sin misterio,

ese albor de la muerte donde se asienta el mar.

Yo ya no juego con la luz. No quiso

saber de mis raíces, de las sensaciones

que me acunaron, las que observo en ti

sumida, como estás en el instante

frágil de una niñez que una vez fue mi reino.

En lo más hondo de su plenitud

hay un candor que inventa mediodías

en el fluir concreto de las horas:

un mundo hecho de cosas que se dan y perduran

trasmitiendo su flujo copo a copo.

Mientras el tiempo (que no se repite)

me circunda. Heme aquí. Ya no podría

abrir mis puertas a tu amanecer,

pero la noche ha sido mi morada,

y aún puedo percibir, sin su desasosiego,

ese aluvión de estrellas y de auroras en flor

que reclaman su cuota de rocío.

Si parco fui, tu sueño se ha vengado

de mi silencio, en esta concha

donde reposa el río que nos lleva.

Dejemos que su claridad disuelva mi costumbre.

No intentaré siquiera comprender.

Un árbol no comprende el viento que lo visita.

Jenaro Talens, profesor de teoría de la literatura y poeta, es un escritor concienzudo, grave y reflexivo (al menos los dos libros suyos que he leído –Profundidad de campo y Viaje al fin del inverno– lo son).

Sus poemas están dirigidos hacia la comprensión de lo que parece una especie de pérdida, que a veces llama fascinación, otras melancolía, otras ignorancia y otras paraíso. Abstracciones todas que remiten a un ser doliente, metafísico y angustiado con cuestiones elevadas: «Escribir en Tiniebla es / un mester pesado».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.