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Tres epigramas de Marcial (40 – 104)

Si nos fuera posible a ti y a mí, querido

Marcial, disfrutar de unos días tranquilos,

y disponer de momentos de expansión

y a la par tener tiempo para la vida de verdad,

no conoceríamos ni los atrios ni las mansiones

de los potentados ni los sórdidos pleitos y el deprimente

foro ni los retratos de nombres,

sino el paseo en litera, la charla y los libros,

la pradera, el pórtico, la sombra, los baños, las termas:

ésos serían siempre nuestros rincones, ése nuestro trabajo.

Ahora ninguno de nosotros vive para sí, y se da cuenta

De que se escapan y se van los días buenos,

Que se nos pierden y se nos cargan en cuenta.

¿Hay quien, sabiendo vivir, lo deje para mañana?

***

Me sentía mal: pero en seguida viniste a verme tú, Símaco,

Junto con cien discípulos tuyos.

Me tocaron cien manos heladas por el cierzo:

No tenía fiebre, Símaco, y ahora la tengo.

***

Eres guapa (lo sé) y joven ( es verdad)

Y rica (¿quién puede negarlo?).

Pero cuando te elogias, Fabula, en demasía,

ya no eres ni rica ni guapa ni joven.

Me decía hace unos días un amigo que aún vivimos los estertores del Imperio Romano. Esto de que la herencia clásica es algo más que una leve pátina cultural de una civilización ya evaporada se lo dijo un profesor, no podía ser de otra manera, de historia de Roma (de algo hay que comer). Yo le respondí que bien, pero que quizá exageraba. Y él me puso el ejemplo, que tan bien conoce y al que lleva dedicado más de cuatro años, de la piratería en el mundo clásico, cuyas pautas tanto jurídicas como sociales tienen mucho en común con la moderna piratería somalí.

Durante la conversación salió el tema de la literatura grecolatina, y fue allí donde me acordé de Marcial (sí, el más grande). No ves, no le dije pero lo pensé, con poetas como Marcial y Catulo sí que estoy dispuesto a darte la razón: aun sin saberlo, somos romanos. La sátira, la levedad, la mofa de las costumbres, los chistes sexuales, la exaltación de la amistad, la envidia, el deseo de reconocimiento, de que te dejen en paz, el gusto por lo breve, lo directo y la repulsión a lo viejo, lo gastado y lo escasamente genuino. Para todas esas costumbres más o menos extendidas hoy, tenemos un epigrama de Marcial de ayer.

Marcial hizo del ingenio, la adulación y la caricatura literaria su forma de vida en la Roma del primer siglo de nuestra era. En sus miles de epigramas, «lejos de toda ampulosidad» y «fruta temprana», llamó al pan pan y al vino vino, y se propuso no dejar puritano vivo con sus invectivas cargadas de sarcasmo y mala uva. Pese a todo, se granjeó el favor de los emperadores, por siniestros que estos llegaran a ser, y no fue pobre (como jugó a decir), sino que disfrutó como protegido de los placeres de una vida alejada de penurias. Fue su divisa: «Lúbrica pueden ser mis palabras, pero honrada es mi vida».

NOTA: Los tres epigramas seleccionados están sacados la traducción De Juan Fernández Valverde y Francisco Socas para la editorial Alianza.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.