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‘Carta’, de Dionisio Ridruejo (1912 – 1975)

Existen estadísticas. Sabemos

cuántos corazones humanos se paran por minuto.

Y vivimos en paz. También al nuestro

le llegará su hora.

Pero estamos metidos en el salón de espejos

donde el mundo se hace.

En cada espejo afirma y nos afirma

y lo afirmamos. Cuando alguno quiebra

o se desluce repentinamente,

hay un largo vacío de tiniebla

como cuando una luz se apaga en un discurso

y lo disuelve.

Ha llegado la hora y no ha llegado.

El espejo abolido abre otra galería

que da hacia lo irreal y el mundo queda

como en suspenso. Pronto reanuda

su imperio. Están los otros y hasta alguno

nuevo para volvernos al oficio

que no consuela lo que pierde.

Porque quedamos empañados, vueltos,

en un vapor de niebla,

hacia la galería tan profunda como el dolor,

tan rica en fantasmas como la vida misma

ya casi por entero desovillada en nuestros pasos.

Caminando por ella,

recreando sus escenarios con relieve sordo

se va embotando lo que fue punzante

como la sobrecarga del latido

que se abulta en la soledad del sufrimiento

y se hace ya desgana de volver al presente.

Se endulza a más dolor,

a dolor apiado,

volviendo la cabeza con los ojos llovidos,

llevándonos a hablar con nuestros muertos.

Que Dionisio Ridruejo ha sido un actor clave de la historia reciente de España -un caso excepcional de «epifanía lenta«, como dice el historiador Justo Serna– lo viene a confirmar la luna de miel editorial que se ha desarrollado en torno a su figura. Desde 2006 se han publicado, entre biografías, memorias y epistolarios, cinco libros sobre este político -exaltado falangista primero, mesurado y cabal demócrata después- y hombre de letras sencillo, escéptico y melancólico.

Si es verdad, como profetizó Albert Camus, que todo revolucionario termina convirtiéndose con el tiempo en un opresor o un hereje, Dionisio Ridruejo es uno de nuestros herejes favoritos. Un heterodoxo que abandonó la exaltación totalitaria y grandilocuente del fascismo, que rechazó el calor de establo de la dictadura franquista sin por ello dejar jamás de cargar con la culpa moral de haberla apoyado: “Conviví, toleré, di mi aprobación indirecta al terror con mi silencio público”.

Como hombre de acción, su poesía marcha paralela a sus lealtades políticas. A todas. Los versos inflamados y propagandísticos de joven fascista fueron dando paso con los años (y el desengaño) a otros cargados de intimidad, de religiosidad que roza el existencialismo, de bonhomía y de enfermedad. El poema de hoy, Carta, data de sus años de exilio académico en Estados Unidos y está incluido en Cuadernos de Austin, una de sus últimas incursiones en poesía.

Ridruejo falleció en 1975, meses antes del dictador. Me gusta recordar cómo le recuerda Jorge Semprún en su primer Federico Sánchez:

Es en cierto modo consolador saber que cualquier día, cuando sienta la necesidad de seguir escuchando a Dionisio, de seguir dialogando con él, de oír su voz pausada y precisa, su discurso perfectamente articulado, me bastará con ir a proyectarme en esa entrevista con Dionisio, resucitado de la muerte con su sonrisa ya cansada, con la claridad de su mente, conversador inimitable, muchos más real y vivo, en la trémula luz del verano madrileño, en la ilusoria pantalla de lo inexistente, que tantos torpes fantasmones de la política actual.

NOTA: Existe una breve antología poética de Dionisio Ridruejo confeccionada por su amigo, el también poeta Luis Felipe Vivanco, y editada por Alianza.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.