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‘Fotografías veladas de la lluvia’, de Luis García Montero (1958)

Cuando los merenderos de septiembre

dejaban escapar sus últimas canciones

por las colinas del Genil,

yo miraba la luz,

como una flor envejecida,

caerse lentamente. Lo recuerdo.

Y recuerdo en mi piel la enfermedad

de las horas inciertas. Por los alrededores

la mirada del niño primogénito

parecía saberlo.

Bombillas

contra un cielo sin fondo,

pintura de las mesas

más pobre y sin verano,

botellas olvidadas y sin un solo mensaje

y la radio sonando

con voz de plata

como los álamos del río.

Antes que los humanos

los objetos aprenden a vivir en otoño.

Hasta un golpe de lluvia.

Entonces sí,

hay mujeres y hombres que corren al invierno

con gritos sorprendidos todavía

en la palabra agosto.

La lluvia de repente

que le devuelve a España su existencia

de periódico antiguo

y pone hacia el final de las películas

un beso triste, un dolor censurado.

Del verano se sale igual que de un recuerdo.

nunca lo detenemos

en sus noches crueles de calor,

ni se queda en nosotros

la insistencia quemada de las calles,

los fantasmas eróticos

que jamás desembocan en un cuerpo,

noches de alcohol sin nadie,

la cuchilla del frío repentino,

la humillación de los amaneceres.

Pero del mismo modo

al recuerdo se vuelve igual que a los veranos,

con ganas de tocar el mar,

como un tiempo más nuestro,

la leyenda arruinada del nosotros más puro,

una memoria de la felicidad

que duele, nos desarma

y rueda en las colinas de la tarde

y nos busca después

cada septiembre

como los álamos del río

en esa flor envejecida

de nuestra propia casa.

Los pecados del tiempo son pecados mortales.

Y al fin todo se apaga, se deshacen en lluvia

los tiranos, las mañanas de iglesia,

los titulares de periódico,

la voz que dice no o que confirma un precio,

y también lo más noble,

esa costumbre del olvido

que va imponiendo sus fronteras,

porque el amor no sabe detenerse

y su fatalidad es la del agua.

cosas como un reloj

en el brazo del niño que miraba la tarde,

como una marca de electrodomésticos,

una casa marina,

atardeceres rojos en la universidad,

una canción, un jardín provinciano.

O tal vez ese coche

que regresaba de los merenderos,

estampa negra, temblor cerrado a combustible,

persiguiendo la lluvia con sus faros

entre los quitamiedos,

en los recodos de la carretera.

Oigo ahora su estrépito, el de un motor antiguo,

y lo veo que cruza

el bulevar de los sueños perdidos

hasta que se detiene delante de una casa.

Paseo de la Bomba, 18.

Alguien abre la puerta.

Los niños corren y desaparecen.

Cuando la muerte quiera

una verdad quitar de entre mis manos

las hallará vacías. Al cerrarme los ojos

se mojará los dedos con la lluvia.

Nos duele envejecer, pero resulta

más difícil aún

comprender que se ama solamente

aquello que envejece.

Poesía urbana, moral privada, realismo posmoderno. Sentimientos fechados. El corazón y la hondura. Lirismo de lo cotidiano. Tareas de supervivencia. La experiencia de la palabra. El poeta contumaz. El poeta necesario. Una conciencia al pie de la ciudad. De la herencia cervantina. La musa con vaquero. Un bolero ilustrado. La ciudad escrita. Un viaje por el invierno del frío. De la otra sentimentalidad al week-end. Vivir en los pronombres. Singularidad del realismo…

Nada que yo escribiese ofrecería una idea más exacta de la poesía de Luis García Montero que la lectura de corrido de los títulos de algunos de los artículos dedicados a su obra.

Además, Fotografías veladas de la lluvia lo tiene casi todo: verano, nostalgia, Cernuda, atardeceres, tiempo, infancia y periódicos. Aunque asumo las críticas de una selección tan unilateral.

(FOTO: Agencia EFE)

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.