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‘Estar solo’, de Paul Auster (1947)

Está solo. Y desde el instante en que empieza a

respirar,

no está en ningún sitio. Muerte plural, nacida

en las mandíbulas de lo singular,

y la palabra que construiría un muro

a partir de la piedra más interna

de la vida.

Por cada cosa de la que habla

él no es,

y a pesar de sí mismo,

dice yo, como si también él empezara

a vivir en todos los otros

que no son. Pues la ciudad es monstruosa,

y su boca no experimenta

ninguna cuestión

que no devore la palabra

de uno mismo.

Por lo tanto, están los muchos,

y todas esas numerosas vidas

talladas en las piedras

de un muro,

y quien empiece a respirar

aprenderá que no hay dónde ir

excepto aquí.

Por lo tanto, él empieza de nuevo

como si fuera la última vez

que respirase.

Pues no hay más tiempo. Y es el final del tiempo

lo que empieza.

Paul Auster sigue considerándose poeta. Simbólicamente poeta. El oficio lo dejó a finales de los setenta. Una crisis. Tras un año sin escribir una línea, se reconcilió en prosa con la literatura.

«Mi manera de aproximarme al lenguaje es la propia de un poeta», dice Auster. Tercos silencios cargados de significados. Indagación formal. Disquisiciones cercanas a lo metafísico. Según el traductor al castellano de sus primeros poemas, el también poeta Jordi Doce, Auster vivió su salto a la prosa como «una epifanía».

Aseguran los que han leído sus novelas y también sus poesías (yo sólo he leído éstas, así que no puedo opinar) que las últimas son como píldoras que contienen los temas y el estilo de las primeras. No sé qué opinión tendréis aquellos de vosotros que conozcáis ambas.

NOTA: Versión Gabriel Pinciroli y Marisa Acosta, Ediciones SIC, 2002

NOTA 2: El libro de poesías de Auster traducido por Jordi Doce es Desapariciones, una recopilación de su poesía entre los años 1970 y 1979, editada por Pretextos.

Nacho S. (@nemosegu)



‘Callarse’, de Paul Valéry (1871-1945)

He aquí un título excelente…

Un excelente Todo…

Mejor que una “obra”…

Y, sin embargo, una obra, porque

si enumeras cada uno de los casos

en que la forma y el movimiento

de una palabra, como una onda,

se elevan, se dibujan,

a partir de una sensación,

de una sorpresa, de un recuerdo,

de una presencia o de un vacío…

de un bien, de un mal –de un Nada y de un Todo,

y observas y buscas

y sientes y mides

el obstáculo que hay que oponer a esta fuerza,

el peso del peso que hay que poner sobre la lengua

y el esfuerzo del freno de tu voluntad,

conocerás cordura y poder

y callarte será más bello

que el ejército de ratones y los arroyos de perlas

de que pródiga es la boca de los hombres.

En unos de sus jugosos razonamientos especulativos, a los que tan dado era, Paul Valéry recuerda una anécdota que el pintor Edgar Degas le refería a menudo. Resulta que Degas, además de pintar, también escribía poesía. Lo primero le salía muy bien y muy fácil. Lo segundo, aceptablemente bien pero con muchísimos esfuerzos. Así la cosa, un día le dijo a Mallarmé: «Su oficio es infernal. No consigo hacer lo que quiero y sin embargo estoy lleno de ideas». A lo que Mallarmé al parecer le respondió: «No es con las ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen los versos. Es con las palabras».

Esta anécdota no es caprichosa y funda una filosofía (del lenguaje). La poesía para Valéry era un universo autónomo, con sus propias reglas y condiciones. Hablar de la poesía como se habla de la prosa es arruinar la poesía. Mientras el lenguaje corriente, la prosa periodística por ejemplo, tiene como único destino «ser comprendida», tras lo cual perece, el lenguaje poético jamás se agota, el poema no muere por haber vivido: «Está hecho expresamente para renacer de sus cenizas y ser de nuevo indefinidamente lo que acaba de ser».

Perdonad si he abusado un poquito de la teoría. Leer los poemas de Valéry –poemas abandonados, nunca terminados– es un acto doblemente conmovedor cuando se intuye algo más de su ascetismo poético. Valéry tiene una obra mínima y cuidada, reelaborada ad infinitum con materiales clásicos, simbólicos y parnasianos y una extrema sensibilidad musical que aísla el poema de cualquier contaminación externa.

El autor de Cementerio marino (que es una pena, por razones de espacio es imposible traer aquí) no creía en la inspiración ni en la figura del médium-poeta. En sus reflexiones a menudo recurría a esta trabajada imagen: «En unos minutos recibirá el lector el choque de hallazgos, comparaciones, vislumbres de expresión acumulados durante meses de investigación, de espera, de paciencia y de impaciencia».

Que cada uno, claro está, lo disfrute como quiera. Eso sí, que no trate de explicarse su disfrute.

NOTA: Traducido del francés por Carlos R. de Dampierre

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Las cabezas, horribles, la ciudad’, de Paul Celan (1920 – 1970)

Las cabezas, horribles, la ciudad,

que construyen,

detrás de la alegría.

Si tú, fiel a ti, fueras de nuevo mi dolor

y un labio pasara de largo, por aquí

por el lugar, donde yo desde mí me entrego,

por esta calle

te llevaría

hacia adelante.

ORIGINAL EN ALEMÁN:

Die Köpfe, ungeheuer, die Stadt,

die sie baun,

hinterm Glück.

Wenn du noch einmal mein Schmerz wärst, dir treu,

Und es käm eine Lippe vorbei, diesseitig, am

Ort, wo ich aus mir herausreich,

Ich brächte dich durch

Diese Straβe

Nach vorn.

Antes de acudir a los hermeneutas, en ocasiones igual de crípticos o más que el propio Paul Celan pero privados de su genialidad, es preferible, y mucho más valiente, probar a leerle. Con todas las consecuencias. Incluso con la consecuencia, quizá necesaria, de no entender nada.

Para los celosos defensores del traductor traidor, un poema en castellano de Celan podría ser merecedor de cadena perpetua. En mi caso, pinkeriano que es uno, no creo que exista expresión, por ambigua, inusual o metafórica, que no pueda ser vertida en cualquier otro idioma. Ni siquiera los versos conceptuales y exprimidos de Celan, donde, incluso traducidos, se palpa la agonía del mal, el erotismo, la aniquilación existencial y la disolución del lenguaje.

Celan, “testigo directo del horror”, huyó del nazismo, del que su padre y su madre no lograron escapar, en París. Allí amó, escribió, polemizó, sufrió el severo trato psiquiátrico y se tiró al Sena. Estas bellas (como siempre) palabras de su compatriota Cioran: “Ese hombre encantador e insoportable, feroz y con accesos de dulzura, al que yo estimaba y rehuía, por miedo a herirlo, pues todo le hería”.

Los desguazados tabúes

y el ir y venir entre sus límites

húmedos de mundo,

a la caza de significado,

a la fuga

del significado.

ORIGINAL EN ALEMÁN:

Die abgewrackten Tabus,

und die Grenzgängerei zwiscen ihnen,

weltennaβ, auf

Bedeutungsjagd, auf

Bedeutungs-

flucht.

NOTA: Traducción de Jaime Siles.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.







‘Segunda naturaleza’, de Paul Eluard (1895 – 1952)

Hincad la rodilla juventud y cólera

El insulto sangra amenaza ruina

Los caprichos no tienen la corona los locos

Viven pacientemente en el país de todos.

Cerrado está el camino de peligrosa muerte

Por soberbios funerales

El espanto es cortés la miseria encantadora

Y el amor deja reír a obesos inocentes.

Adornos naturales elementos en música

Virginidades de barro artificios de mono

Respetable fatiga honorable fealdad

Trabajos deliciosos donde el olvido se sacia.

Es una casualidad que esté el sufrimiento

Y somos ese suelo donde se construyó todo

Y estamos en cualquier parte

Donde se eleva el cielo de los otros

Donde negar la vida es siempre inútil.

Estos versos de Blas de Otero: «Era la noche de tu muerte / Paul Eluard / y hasta los diarios más reaccionarios / ponían cara de circunstancias / como cuando de repente baja la Bolsa». Sí, la vida y obra de Paul Eluard tuvo una trascendencia fortísima en la poesía social española de posguerra.

Eluard frecuentó todos los ismos posibles, del dadaísmo (primero) al surrealismo (un poco después, periodo al que pertenece el poema de hoy) hasta la pura y dura poesía política de sus últimos libros. Cercano ideológicamente al comunismo, fue expulsado del partido a mediados de la década de los treinta y reingresó en él en plena Segunda Guerra Mundial, donde llegó a combatir como partisano.

Sus relaciones tanto personales como artísticas con la vanguardia cultural europea siempre fueron contradictorias: gran amigo de los pintores Marx Ernst y Picasso; frialdad retórica hacia Aragon y hostilidad poéticamente manifestada con Dalí (no tanto por motivos ideológicos como amorosos).

Esquemáticamente, su poesía recorre estas coordenadas, imposibles después del 45, al menos en Europa: dolor, solidaridad, soledad, compromiso y amor. Eluard falleció en 1952. Aproximadamente diez años después, Blas de Otero compuso el poema El temor y el valor de vivir y de morir citado al comienzo.

NOTA: Traducción del francés a cargo de Jorge Urrutia para la editorial Plaza&Janés.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.