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‘El contrato’, Ana Pérez Cañamares (1968)

A todo me he entregado

como si fuera a durar.

Con cada persona

cada casa

cada ciudad

firmé un contrato

escrito sobre la piel.

Para decir adiós

he tenido que arrancarme

las cláusulas

a tiras.

Así ha sido

una y otra vez.

con cada persona

cada casa

cada ciudad.

La letra pequeña

se esconde ya

entre cicatrices.

En la travesía de la Primavera, junto al café Barbieri, hay un local recoleto con una puerta verde, una máquina de escribir amarilla, sillones de cuarto de estar, luz propicia y un cubano llamado Pipo, un tipo alto, desgarbado y jovial. Pipo dirige una asociación cultural homónima de Lavapiés que organiza conciertos de jazz, cursos de francés y recitales de poesía. Ayer, miércoles de un inusual noviembre, tocaba velada de poetas. Y allí estuve acompañado de dos amigos, Adrián y Erea, que se dejaron arrastrar mansamente por mí aunque no conocía el lugar y mis dos únicas pistas seguras eran un nombre y un oficio: Ana Pérez Cañamares, poetisa.

Conocí a Ana gracias a este blog donde tienen a bien darme libertad para que publique con desvergonzado pudor. A finales de octubre Ana dejó dos comentarios en el poema de Óscar Hahn. A los pocos días, y tras un par de mensajes cruzados, me proporcionó amablemente una tonelada y media de información sobre el cómo, el quién y el dónde de la poesía madrileña, realidad de la que desconocía -y sigo desconociéndolo- casi todo. Festivales. Lecturas. Antologías. Librerías. Un refugio cultural que, aunque amenazado por la endogamia (eso dice Ana), parece militar con rabia candorosa en la lucha contra la necesidad y sus leyes (eso lo digo yo).

Ana y dos compañeros poetas, Hasier Larretxea y Ada Menéndez, leyeron ayer un puñado de sus poemas, algunos inéditos, otros ya publicados. Doce personas escuchamos -en la mano botellines, cigarros o nada- sentados en un recogido círculo, y más en familia que muchas familias. Para reforzar la sensación de rito laico, cuando se apagaron los aplausos finales apareció Pipo con un cestito de mimbre. La voluntad para el artista, el cepillo poético. Que los versos, y me parece justo, también tienen derecho a su peso en vil metal.

(Ampliación: Me escribe Ana, amable como siempre, para decirme que es la primera vez que en un recital ve pasar el cepillo. Ella nunca ha cobrado por acudir a una lectura. El dinero de ayer se lo donó Ada en nombre de los tres poetas a la asociación Pipo. Mea culpa por transformar lo que fue una anécdota en una costumbre).

NOTA: La alambrada de mi boca (Editorial Baile del Sol, 2008) es el primer poemario que publica Ana Pérez. Ayer me lo regaló firmado -«como Umbral», bromeó- y hoy, con su permiso, he querido publicar dos de los poemas que más me han gustado. El primero se titula El contrato; el segundo no tiene título.

Hija, si en algún momento

mientras estás ocupada en crecer

-dura y licita tarea-

puedes mirarme a los ojos

hazlo.

No te dejes las preguntas

para cuando sea la misma voz

la que cuestione y la que responda.

Mira que en esta familia

tenemos la costumbre

de conocernos mejor muertos.

Seleccionados por Nacho Segurado.