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‘Nocturno’, de Antonio Colinas (1946)

Son vagas las palabras: “La noche ha ido cayendo en el

Cristal.

Una líquida sombra adormecida…”. Tiene abierto

sobre la mesa un libro: “… marble like solid moonlight”.

El cigarrillo enlaza serpentinas

y en el papel hay versos anotados:

“Soy la sombra que tiembla”. Aún puede que ella llame.

“… en el cristal movido por el viento…”.

(El teléfono tiene el raro brillo

de un amuleto). Las

once en el reloj. (Se han apagado

las luces de los grandes almacenes. Trepa un gato

a la estatua del prócer.)

El poema

intentaba expresar la confusión…

Literatura.

Aún puede que ella llame. Son apenas las doce. De la

calle

suben voces festivas… Un poema

con camiones de riego, con luces de farolas,

con alguien recortado en la ventana,

a oscuras, pensativo.

Revisa los papeles. Un problema de tono

-y esa torpe metáfora del reflejo de la luna

en el tejado de hojalata del kiosco de prensa.

No llamará. La noche

parece derramarse como un grumo de tinta,

expandiéndose en el papel:

“La noche ha ido cayendo en el cristal”.

Tal vez mañana

esté todo más claro, y el teléfono suene,

y el poema pueda escribirse al fin

con ese tono sentimental que a ella tanto le gustaba

cuando solía llamarle por teléfono.

Como parece que afortunadamente gustó el poema Las últimas cenas de Antonio Colinas publicado hace poquito, aquí traigo Nocturno, que comparte con el otro la primera persona del singular, la nostalgia (en este caso amorosa, no amistosa) y dos versos finales como sentencias.



‘Las últimas cenas’, de Antonio Colinas (1946)

Lo que ahora nos une es una fecha

pactada cada mes, poco más que un esfuerzo

por seguir la amistad. Lo que ahora nos une

no es aquel entusiasmo, esa antigua alegría de estar juntos.

y cuando os digo esto me salís

con que las cosas cambian, con que a todos nos pesan

otra edad y otros frenos: las mujeres, los hijos,

madrugar, el trabajo…

Ha llegado muy pronto ese momento

que juramos mil veces retrasar, el momento

en que estar entre amigos es hablar con nostalgia

de lo que fue en su día ser amigos;

y en estas cenas frías de los jueves

todo el mundo recuerda aquellas cenas

gloriosas de los sábados. Se iluminan los ojos

con las viejas historias, esas locas hazañas,

con alcohol y mujeres, que hoy parecen ajenas y propician

una dulce arrogancia en las voces de todos,

y renace el orgullo en cada uno

por la amistad del otro cuando recuerda a alguien

aquel honor de hombres agraviados

que defendimos juntos ciertas noches

peleando. Y entre tantas victorias

-recordamos ahora con la sonrisa triste-,

llegamos a pensar que también venceríamos

sobre el destino incluso, sin saber que el destino

no se rinde a la fuerza ni al empeño,

ni que tantos propósitos en las cenas del sábado,

todo aquello que íbamos

a hacer con las mujeres y la vida,

sería más bien esto que los jueves

no deja de asombrarnos que hayan hecho

la vida y las mujeres con nosotros.

Cuando algún amigo me dice que gracias a Facebook puede que vaya a quedar, que ha quedado o que quedará con sus ex compañeros de colegio recuerdo (aunque no lo exhiba) este poema de Antonio Colinas (también, una columna de Manuel Vicent que hablaba de un sótano, máscaras y profesiones ridículas, y que empiezo a dudar de que exista porque no doy con ella en ninguna hemeroteca) y pienso y no le digo: sic tibi cena levis.

Antonio Colinas, etiquetado como novísimo, ha fusionado con inteligencia la tradición poética heredada de la Generación de los 50 (“No concibo un mundo sin poesía y no concibo, por ello, que ésta no vaya estrechamente unida a la experiencia cotidiana”), con una voz propia, clásica, madura y celebrativa.

Antonio Colinas, ofreciendo un recital en el XI Festival Internacional de Poesía de Medellín (2001).

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.