el vino es como un llanto desolado que
humedece mi juventud frente a tus besos que
otra deglute
el vino es el elixir que pulveriza los
pestilentes deseos de
mi cuerpo que
aletea gimiendo frente a tu efigie de
sombre amodorrada
el vino se aclara mezclado a mis
lágrimas tan mudas
tu rostro de gitano enharinado aparece en
cada burbuja
mi garganta es un archipiélago maldito
mi sien la tapa de un pozo inmundo
desearte amor y enfrentar tu altura con
cursis angustias
POEMA
Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.
Creo que fue Freud -y si no, pues que sus estrambóticos discípulos me lo perdonen- quien dijo aquello, tan socorrido, de que uno puede defenderse contra el insulto, pero que contra el elogio se está indefenso. Gracias, Peckinpah, por tus comentarios (siempre sutiles) y por tus cumplidos (que no merezco).
Por cierto, que el psicoanálisis no está de más aquí, en el mismo párrafo que comienzo a escribir sobre Alejandra Pizarnik, poetisa argentina, suicida y surrealista. Y no por su nacionalidad y su final, imponderables quizá, sino por su obra, tan empapada de una vanguardia tan empapada de las lecciones del espinoso terapeuta vienés.
Los poemas de Alejandra Pizarnik son hojas de cuchilla -sus filos se llaman ‘corrupción’, ‘abismo’, ‘silencio’, ‘claroscuro’- que perforan «la suave necesidad de ser». Son casi siempre breves y casi nunca felices. Hablan de la Alejandra que está debajo de Alejandra con un vigor poético no impostado (ventajas de llegar un poco antes que los epígonos).
A pesar de la muerte, de las máscaras y de la metafísica de la ruina, las tres cosas omnipresentes en sus poemas, me aferro a lo que para mí salva a Pizarnik y por extensión a todo el movimiento surrealista: «Mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto«.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado