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‘La vida es acordarse de un desvelo’, de Sandro Penna (1906 – 1977)

La vida es acordarse de un desvelo

triste en un tren al alba: haber visto

afuera la luz incierta: haber sentido

en el cuerpo roto la melancolía

virgen y áspera del aire hiriente.

Pero recordar la liberación

de improviso es más dulce: junto a mí

un marinero joven: el azul

y el blanco de su divisa, y afuera

un mar todo reciente de colores.

Sólo un siglo como el XX, que situó al compromiso en una instancia más allá de la política, pudo generar como reacción una poesía fundada sobre el extrañamiento, satisfecha de agotarse a sí misma en la pura contemplación. Precipitadamente: por cada furibundo Brecht hubo un taimado Penna.

Sandro Penna, pobre, pederasta y poeta, hizo de algo en apariencia simple -convertirse en espectador- un ejercicio de voluptuosidad, de melancolía y nostalgia. Pocas veces una renuncia tan severa a la vida dio como fruto una poesía repleta de ella. Las sonrisas de los muchachos, los olores de los trenes, las puestas de sol efímeras de los puertos no fueron nada más que «recuerdos bellos para desgranar en la noche». A la manera de Renard: «No vivas, conténtate siempre con el deseo de vivir».

La escritora Natalia Ginzburg, gran amiga de Penna al igual que Pasolini, dijo de él que «de la felicidad sólo pidió las migajas y los céntimos«. Su poesía está repleta de ejemplos de ese existir disperso, de esa espera indolente, de un «extraño gozo de vivir» que chirría menos por escrito.

La fiesta hacia el atardecer. Yo voy

en dirección opuesta a la caterva

que alegre y ágil sale del estadio.

A ninguno yo miro y miro a todos.

De vez en cuando apaño una sonrisa.

Mas raramente una sonrisa alegre.

NOTA: Traducido del italiano por Pablo L. Ávila

AMPLIACIÓN: Acabo de darme cuenta de que Bob Pop ya seleccionó un poema de Penna, allá por el mes de marzo. El suyo hablaba más de amor y menos de distancia.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.





‘Leo todavía a los poetas contemporáneos’, de Dario Bellezza (1944 – 1996)

Leo todavía a los poetas contemporáneos.

Para digerirlos, o no verlos más.

Espero todavía en el baño

o en la cocina descomponer el viejo

cuerpo, cuerpo viejo. Sería hábil

ahora en escribir versos irreprochables,

pero la muerte acucia, nada me interesa

sino su dura lección cerrada

en mi lóbrego cuarto.

No quiero odiar, escribir poemas

de odio visceral. Lo que resta

es árida concurrencia, desleal

pacto con el Mal.

Así huyo de mi mismo, de ti

solapado poeta que te has vuelto

cáncer de inicuas sanciones

morales, entre denuncia impotente

e impotente odio mortal

contra o hacia quien amabas:

el canto, o la herida, o los torvos

consejos, parándome quizás en la avenida

Vittorio en busca de un bolígrafo

para apuntar versos ridículos

infames, hilvanados de ternura.

El amor son cuatro luces (ojos)

que dan vueltas y lo echo todo

a rodar.

No sé si es cierto, como publica Wikipedia, que la obra de Dario Bellezza permanece inédita en castellano. Hasta hace unas semanas, desconocía la existencia de este poeta. Recientemente, un amigo, un libro abierto para casi todo, me recomendó que buscara algo suyo.

Me puse a ello y encontré El fuego y las brasas (ed. Celeste, 2001), una antología de poesía italiana contemporánea. Allí, entre decenas de escritores que nunca había oído mencionar (cara ignorancia) estaba Bellezza. Traducido y comentado.

Dario Belleza fue discípulo y amigo de Pier Paolo Pasolini (de quien escribió su biografía), homosexual como él, defensor del yo más omnívoro y duro merodeador de la marginalidad sin fachadas. Su poesía, como su prosa, se desenvuelve en la confesión íntima, la teatralidad, la ternura y la meditación. Murió de sida a los 52 años.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘La restauración de izquierdas’, de Pier Paolo Pasolini (1922 – 1975)

Qué fatiga aprender la libertad

Que ellos aprendieron de nosotros-

Al verlos pensamos en cuán libres fuimos;

Pero se es libre una sola vez en la vida

Y ahora les toca a ellos, sacando provecho de nuestra libertad-

¿De qué les sirve? Esperemos que de nada.

Confiemos en que toda esta libertad no sirva para más que

El día de mañana que con tanto celo es vivido

El día de mañana vivido con el paso

De quien va por las calles nocturnas

O en las hermosas mañanas por primera vez

Con el paso de quien está entre los veinte y los treinta años

Y cree honradamente

Piensa seriamente que su compromiso sirve para algo,

Y, más que convencido, hace de ello una cuestión de historia,

Convencido también de que la historia se cuenta en años,

Que, además, son, ¡afortunado!, los años de su propia vida.

Pero volvamos al uso de la libertad, en poesía

Esa libertad tiene las mismas características que la lucha política,

Se impone inspirando terror; redescubriendo el Deber

-quien inventa tan libremente versos y palabras-

Pero un buen día

Todo se replegó a posiciones ceelenísticas;

Volvió a brillar la luz, insospechable, de la Resistencia;

Los viejos, que fueron tan libres,

Cuando tenían ante sí sus años de vida

Y se tomaban en serio el hecho de que les tocaba a ellos-

Habían sido mientras tanto empujados a la derecha; y allí, humillados

Y ofendidos,

Ahora, con la vuelta del Frente,

Volvieron a alzar su desacreditada cabeza,

Recobraron alguna popularidad, fueron tolerados;

El uso que hicieron de ellos fue menos cínico, fue casi patético;

Se amordazó la pretensión de que debían ser santos

(como los muchachos) y se dieron por satisfechos con que fueran

Importantes

Tampoco fueron ignorados los laureles

Que les otorgó la burguesía,

Al contrario, cuanto más laurel ceñía su cabeza más su cabeza servía

Y aquéllos a quienes la burguesía había degradado

Eran considerados degradados; mejor no dejarse ver con ellos

Los muchachos manifestaron inquietantes analogías con sus padres

Al menos en ese asunto de los laureles, de la degradación

Y de la buena reputación:

La seriedad ante todo.

La Izquierda clásica se prestó a la restauración

Integrando.

Con mucha menos voz en capítulo y pisando

Los pavimentos nocturnos con menos insolencia moralista

O las vías matutinas

Los hijos tuvieron su primera arruga, y la vida

Consumó sobre ellos la primera victoria.

Prescindo de repetir lo que se ha escrito sobre su violenta muerte (“Sporco comunista, fetuso”) o sobre su cine (he visto pocas de sus películas). Pero como de entre su obra poética he elegido un poema inequívocamente político, trataré de justificarlo. Pier Paolo Pasolini fue comunista, sí, pero no un dogmático ni un creyente de la ideología marxista-leninista.

En la Italia de Don Camilo y Peppone, es decir, de la Iglesia Católica y del PCI, mantuvo siempre despierto el espíritu crítico. En 1968, convencido de que los roles de clase se habían intercambiado, defendió a los policías -hijos mal pagados del pobre sur- que eran atacados por los jóvenes estudiantes de clase burguesa con estas palabras: “Tenéis cara de mocosos malcriados y os odio, como odio a vuestros padres cuando ayer en Valle Giulia golpeabais a la policía, yo simpatizaba con la policía porque ellos son los hijos de los pobres”. De eso va, entre otras cosas, La restauración de izquierdas.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.