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‘Romance del molino que no muele’, de Gabriel Baldrich (1915 – 1998)

Allí, en la orilla del río,

Mirando a la avanzadilla,

Con tres cárcavos umbríos

Torrando su barriga;

Mirando a Sierra Nevada,

Que es una sábana limpia;

Entre juncos y entre adelfas

Que sus muros acarician,

Triste, solo, abandonado,

Hay un molino sin vida.

Que lo “pararon las balas”,

Me dijo una campesina.

Pero hay algo que habla más,

Algo que el alma domina:

Las ruedas hechas pedazos

Por la metralla enemiga,

Los hierros de sus ventanas

Y sus rejas retorcidas,

Los paredones abiertos

Y su portón hecho astillas.

Y ese silencio redondo

Que en el granero dormita

Y que se asoma temblando

Entre el hollín de las vigas.

¿Dónde estará el molinero?

¿Dónde fue a llorar sus cuitas?

El molino ya no muele

Y el trigo no da su harina.

Por los cárcavos umbríos

El agua corre tranquila.

Las cucarachas del rodezno

No sienten golpes ni heridas.

El polvo cubre la tolva,

La gruesa piedra no gira.

El agua, por el suelillo,

Salta con dolor, perdida.

Entre juncos y adelfas,

Al pie de un monte de divas,

El molino abandonado

Llora sobre sus ruinas.

Que “lo pararon las balas”,

Me dijo una campesina,

Allí, en la orilla del río,

Mirando a la avanzadilla.

En 1992, año de aniversarios, no fue el menor el que conmemoraba el medio siglo de la muerte de Miguel Hernández. Confieso que no estoy muy al día de los renovados fastos por el 100 aniversario de su nacimiento, que se celebran este 2010, así que como algo había que hacer, he juzgado conveniente recordar al poeta del pueblo mediante bardo interpuesto.

Gabriel Baldrich murió -casi nonagenario- en 1998. Seis años antes escribió un poemario titulado Cartas sin respuesta posible, un homenaje al compañero –también republicano y también poeta- que no sobrevivió a la guerra para poder contarla.

Como Miguel Hernández, Gabriel Baldrich fue encarcelado por los fascistas. Cuatro años. A diferencia de aquel, sobrevivió. Durante la guerra, Baldrich publicó mucho, pero de forma casi anónima, tan anónima que seguir el rastro de sus poemas es tarea de hemeroteca y de paciencia.

De las pocas cosas salvadas para la historia está un pequeño volumen, Poesía en guerra, donde sus poemas aparecen publicados junto a otros de plumas nada anónimas; unas de ellas fue la de Leopoldo de Luis; otra, la del propio Miguel Hernández, con quien llegó a compartir «café y conversación un par de veces».

NOTA: El poema que he seleccionado, incluido en el libro homenaje ya mencionado, Cartas sin respuesta posible (Alfar, 1992), fue escrito en 1937 por un Gabriel Baldrich poco más que adolescente.

IMAGEN: http://lalineadelaconcepcion.gentesde.com

Nacho S. (@nemosegu)



‘Reloj de sol’, de Gabriel Zaid (1934)

Hora extraña. No es

el fin del mundo

sino el atardecer.

La realidad,

torre de Pisa,

da la hora

a punto de caer.

RESPLANDOR ÚLTIMO

La luz final hará

ganado lo perdido.

La luz que va guardando

las ruinas del olvido.

La luz con su rebaño

de mármol abatido.

ALUCINACIONES

El vio pasar por ella sus fantasmas.

Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.

Él no quería perseguir sus fantasmas.

Ella quería creer en sus fantasmas.

Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.

Ella lloró por sus fantasmas.

El puntiagudo Gabriel Zaid está defendiendo su modus vivendila invisibilidad mediática– cuando dice: «El éxito se ha vuelto una vocación religiosa, indiferente a los oficios particulares. Lo importante es tener éxito, no importa en qué, ni cómo». La línea que hoy separa oficio y vocación es casi tan difusa como la que separa gloria de fama. Ay.

Zaid, a pesar de su eufónico apellido palestino, relativamente exótico en su México natal, nunca será famoso. Su prosa, ha escrito el gran Enrique Krauze, «es una lección moral de pulcritud, objetividad y decencia«, pero él nunca será famoso. Sus ensayos son virtuosos y penetrantes, lúcidos y audaces, pero él nunca será famoso.

Su poesía es sorprendentemente imaginativa e irónica (he leído por ahí que ha llegado a crear un antolómetro, para establecer de una vez y para siempre la ecuanimidad en las antologías -je, je-). Pero Zaid quiere la gloria de Pound, no la fama de… (introducir ahora y aquí un nombre).

NOTA: Zaid dice que no necesita ser fotografiado porque todo lo que de interesante hay en él está en sus textos. Estas son las portadas de algunos de sus libros.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)





‘Metrónomo’, de Gabriel Ferrater (1922 – 1972)

Chica, mujer, chica,

mujer. Oyes el batir

de un metrónomo duro

y velas la alterna

naturaleza que amas.

¿Cuál prefieres,

Chica que se exhala,

Mujer que se recoge?

Urdes la segura

conspiración

de todas las cosas:

abolid a la joven,

traed a la cumplida,

la bien reclamada.

Ahora, de la joven

no sabes ni hablar:

vida anterior,

como de pájaro o fruta.

Mujer instaurada,

la interpretarás.

Tendrás, para contarla,

valores bien entendidos

y tacto, suave

terciopelo de silencios,

y palabras. Tus palabras,

que te van refinando.

Incisivas durante años,

no usas otras

para hablar de ti:

las palabras que te arrancan

la piel de la lengua

cada vez que las dices.

POSEÍDO

Estoy más lejos que amándote. Cuando los gusanos

hagan una cena fría con mi cuerpo,

encontrarán un regusto de ti. Y eres tú

que indecentemente te has amado por mí

hasta llegar al fondo: saciada de ti,

ahora te excitas, te me marchas

tras otro cuerpo y rechazas la paz.

No soy sino la mano con la que vas a tientas.

Qué fastidio, y hasta qué pena, empezar un párrafo sobre Gabriel Ferrater hablando de su suicidio antes que de su poesía, pero la terca idolatría -justificada- que se le rinde se alimenta tanto de sus augustas dotes para la vida (felicidad, mujeres, libros) como de su cerebral pacto con la muerte a sus exactos cincuenta.

Gran amigo de Jaime Gil de Biedma, de quien era, al decir de su biógrafo Miguel Dalmau, el sparring perfecto para aquellas conversaciones cultas empapadas en alcohol y noche, Gabriel Ferrater pasó por la Barcelona de los cincuenta y sesenta bebiendo, traduciendo, follando, leyendo y, de forma condensada, escribiendo una poesía memorable a la que unos pocos rebuscados adjetivos nunca harían justicia.

NOTA: Tanto Metrónomo como Poseído pertenecen a Las mujeres y los días, el volumen que recoge los tres libros de poesía que escribió Ferrater y que fue traducido del catalán por María Angels Cabré en 2002.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.