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‘El vendedor del libro del mundo’, de Raymond Carver (1938 – 1988)

Mantiene una conversación sagrada

aunque sea un arte moribundo. Sonríe,

por turnos es en parte adulador hoy,

en parte Oberfüher. Sabe cuál

es el secreto.

De la delgada cartera de mano salen

mapas de todo el mundo:

desiertos, océanos,

fotografías, obras de arte-,

allí está todo, todo allí

para la pregunta

cuando las puertas se abren violentamente,

o se cierran de un portazo.

En las vacías

habitaciones todas las noches cena

solo, ve la televisión, lee

el periódico con una lujuria

que empieza y termina en las puntas de sus dedos.

No hay Dios,

y la conversación en un arte moribundo.

No es el primer poema de Raymond Carver que aparece en el blog. Hernán Zin seleccionó hace ya unos meses el titulado Miedo y trazó un sucinto y acertado perfil de la vida y obra del genial cuentista.

El vendedor del libro del mundo forma parte del puñado de poemas que Carver escribió -a contrarreloj del cáncer que acabaría con su vida- en compañía de su mujer, la poetisa Tess Gallagher. El libro se titula Un sendero nuevo a la cascada, y en él se conjugan los homenajes a sus autores predilectos (Chéjov, Milosz, Seifert) con versos sencillos, de una intimidad exenta de morbosidad, donde da cuenta de su ahora y agradece la propina de los años y de la compañía.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Miedo’, de Raymond Carver

Digno heredero de Chejov, al que dedicó “Tres rosas amarillas”, Raymond Carver fue sin dudas uno de los mejores escritores de relatos de la segunda mitad del siglo XX, además de crítico implacable del “sueño americano”. Alcohólico durante buena parte de su vida, su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher, tuvo un gran ascendiente sobre su obra.

Justamente ella lo definió ante todo como un poeta que interrumpía su obra lírica, que por momentos tiene algo asimismo de Hemingway, para escribir los magníficos relatos que conforman, entre otros: “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?”, “Si me necesitas, llámame”, “Catedral” y “Tres rosas amarillas”.

Quizás no sea el más revelador de sus poemas, pero en estos tiempos de aparente naufragio colectivo, no está mal recordar que otros hombres, en otros tiempos, también sufrieron las mismas lóbregas incertidumbres.

MIEDO

Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.

Miedo de quedarme dormido durante la noche.

Miedo de no poder dormir.

Miedo de que el pasado regrese.

Miedo de que el presente tome vuelo.

Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.

Miedo a las tormentas eléctricas.

Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.

Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.

¡Miedo a la ansiedad!

Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.

Miedo de quedarme sin dinero.

Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.

Miedo a los perfiles psicológicos.

Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.

Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.

Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.

Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.

Miedo a la confusión.

Miedo a que este día termine con una nota triste.

Miedo a despertarme y ver que te has ido.

Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.

Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.

Miedo a la muerte.

Miedo a vivir demasiado tiempo.

Miedo a la muerte.

Ya dije eso.

Seleccionado y comentado por Hernán Zin.