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Poesía sin biografía

Andan perdidos, como muertos en vida
Con las bocas abiertas, las mandíbulas dislocadas
Mirando al cielo, a ver si cae algo
Quizá lo mismo de ayer, y de anteayer
La mierda les sale hasta por las orejas

Dan vueltas alrededor de una higuera
A veces cae una breva, y entonces…
De cuando en cuando surge algún fulano predicando el ateísmo
Andando en dirección contraria, chocando con los demás
Molestando, al fin y al cabo
Y es que ellos son unos paganos muy religiosos
Lo más sagrado es la triada capitolina (dinero, dinero, dinero)

Lo cierto es que me aburría, y quise huir
Salí del circuito, salte la celosía
Y escale la montaña de cadáveres descompuestos
Unos militares me vieron desde sus atalayas
Pero no bajaron, solo rieron, rieron hasta que el aire se les acabo
Hasta que la sangre brotaba de sus gargantas,
Hasta su tez se volvió morada (como la de un anfibio extraño)
Fue entonces cuando entre toses los oí cagarse en mi puta madre

Quise ver mundo, y corrí,
Corrí sobre las dunas de arena intemporales
Sobre restos históricos de alacranes y culebras
Pasaron los días y solo vi arena
Arena y polvo, polvo y arena
Y en el momento que me estaba bebiendo mi orina, comprendí
Que estaba condenado a vivir con todos esos idiotas cadavéricos
A dar vueltas en su puñetero sentido
A llevar la boca abierta como un lagarto sediento
Y a adorar su miserable dinero

El mundo era aquella maldita higuera copernicana.

Lectores benévolos del blog me han llegado a comentar que prefieren los comentarios que con más o menos fortuna escribo -depende del tiempo, el autor y el espíritu- que los poemas que elijo. Cuando les pregunto el porqué dicen que a mí siempre -o casi siempre- me comprenden, pero que en cambio las poesías les resultan áridas, a veces inextricables. Acto seguido me confiesan, como si hubiera algo que confesar, que no suelen leer mucha.

Tan absurdo es creer que la poesía debe ser necesariamente oscura como inocente pensar que sin predisposición y entrenamiento se puede alcanzar la epifanía lírica. Digan lo que digan, la sensibilidad hay que alimentarla para que no se quede anémica. Y el movimiento se demuestra andando. Y etc.

Otra cosa es el didactismo. Yo lo considero una obligación, y por eso me entretengo mucho en explicar lo mejor posible un autor, una corriente literaria o un periodo histórico. Claro que se puede disfrutar de una poesía en ausencia de un contexto, la autonomía es una cualidad intrínseca del arte, pero las notas a pie -si sirven para ayudar a descifrar y no para entorpecer- siempre son bienvenidas.

Estos tres párrafos algo plúmbeos tienen su razón de ser. El autor y el poema de hoy pertenecían hasta hace un rato a la más absoluta intimidad. De José María Robles Martínez no puedo decir más de lo que él mismo me dijo en el puñado de correos electrónicos que nos intercambiamos antes de Navidad. Por lo que deduje es joven (o muy joven) y vive (o ha vivido) cerca del mar. De las poesías que amablemente me dio a leer y de las que os he traído -con su venia, por supuesto- esta Hoguera copernicana, me ha gustado la insolencia, la primera persona, que mancilla lo sagrado y, como diría el bueno de Orwell, el dare to stay alone.

PD. Suerte, Txema.

IMAGEN: N.S.

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