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Lou-Andreas Salomé, mucho más que la musa de casi todos

Aunque estés lejos, te contemplo.
Aunque estés lejos, te entregas a mí
En un presente que nada puede destruir.
Rodeas mi vida, eres mi paisaje.
Me envuelves una y otra vez con tu risueña grandeza.
El sol despunta sobre tus altas iglesias,
Asciende sobre tus orillas amplias, infinitas,
Ilumina tus bosques cada mañana.
Cuando vuelva a oscurecer,
El cielo de junio iluminará la noche;
Cuando llegue la madrugada, el agudo graznido
De las gaviotas atravesará la niebla que cubre tus olas…
¡Aunque no hubiera reposado en tus orillas,
No habría dejado de conocer tu grandeza,
Porque la marea de mis sueños
Me lleva hasta tus enormes soledades!

Cuántas carreras académicas se habrán construido en torno a aquella frase enigmática: “Ya no recuerdo si besé a Nietzsche en Monte Sacro”. Si el solitario de Sils-María pidió o no matrimonio a Lou-Andreas Salomé importa solo a un puñado de puntillosos biógrafos, más pendientes de la anécdota que de la categoría, pero no quita para que su figura siga siendo indefectiblemente carne de mitomanías.

Una mujer inteligente y culta en medio de hombres cultos, inteligentes… y a menudo soberbios. Una intelectual desafiante en una época trascendental para la historia de las ideas políticas, y por ende del progreso, cuestión esta a la que la escritora dedica párrafos religiosos y premonitorios:

El progreso comporta una reformulación de la vida que implica muchas luchas y, en ocasiones, hasta la muerte de una belleza única en su género, irrepetible.

Lou-Andreas viajó y escribió mucho. Italia, Francia, Alemania. Novela, ensayo, poesía. Quizá su viaje más recordado fue aquel que hiciera junto a Rilke, ¿su verdadero amor?, por la Rusia que despertaba al nuevo siglo. Un viaje al fondo del alma rusa (ese escurridizo y etnográfico sujeto de estudio).

De aquel viaje, recientemente editado en castellano por la editorial Gallo Nero, una Lou-Andreas ya madura e interesada en cuestiones vagamente psicológicas, liba las contradicciones de un campesinado entrañable y seco al tiempo que escruta a escritores y pintores que personifican el raro equilibrio entre la tradición y la modernidad, lo vulgar y lo sublime.

En estos diarios, sin «sombra de melancolía», Lou-Andreas intercala este poema (Volga) que hoy publico. Un poema nostálgico hasta la médula, como todos los que tienen por objeto cualquier río.

TRADUCCIÓN
: Roberto Bravo de la Varga para Gallo Nero

IMAGEN: Lou junto a Nietzsche, en un viaje por Italia en 1882.

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